LA VENGANZA
Lo supe
desde el día en que llegó, esa mujer era insoportable. Lo primero que dijo al
entrar fue: “Esto es una mugre”. Yo ni me moví, me quedé como si nada, aunque
podría haber reaccionado y con razón. ¿Quién era ella para venir a criticar? Hacía
muchos años que yo vivía aquí y después de todo, el lugar no estaba tan sucio.
En realidad, lo que más me molestó fue su cara de mujer práctica, de saberlo
todo. Enseguida empezó a dar órdenes, a acomodar y a desacomodar.
Con los días
me fui acostumbrando al clima de la casa. Por otro lado, un poco de ventilación
no venía mal. Y como yo permanecía silenciosa, casi sin hacerme notar, tratando
de no mortificar, aceptando sumisamente su despotismo, la convivencia se hizo
bastante llevadera. Claro, me ignoraba olímpicamente. A la hora de cenar todos
participaban de la conversación y yo notaba que estaba un poco de más, que no
podía aportar nada. En principio, no me afectaba demasiado. Pero, con el tiempo
las tardes comenzaron a hacérseme eternamente largas. Mi único entretenimiento
era tejer, y muchas veces me quedaba dormida con el tejido, sin darme cuenta.
Fue por eso
que los problemas, los verdaderos problemas, comenzaron el día en que, al
despertarme, descubrí que mi tejido estaba deshecho. Alguien (¿quién sino
ella?) se había tomado el trabajo de destejerlo. Por supuesto, me quedé en el
molde y no dije nada. Pero la malignidad de esa mujer me resultó intolerable,
me perturbó profundamente. En silencio, recomencé mi labor. ¿Qué ganaba con hacerme
mala sangre?
Desgraciadamente,
ella estaba dispuesta a terminar con mi paciencia, no me quería en la casa, era
evidente; me estaba provocando, y yo, después de una vida entera allí, no me
resignaba a retirarme, no me daría por vencida.
Desde aquel
día mi tejido fue deshecho deliberadamente, una y otra vez. Y vuelto a tejer
por mí, con parsimonia de Penélope, todos los atardeceres. Sólo que yo no tenía
ningún Ulises a quien esperar… ¡ni tampoco me acosaban los pretendientes!
Así el
tiempo fue haciendo sus estragos, mi paciencia se agotaba… su desafío era
permanente. Me callaba, pero la furia crecía en mi interior. Y yo tejía… tejía...
y volvía a tejer odios y rencores acumulados. A la hora de comer ya no podía tragar
bocado, tampoco me quedaba apetito. Me sentía tan mal…
Esa vez yo
había puesto especial empeño en mi labor, como contestando a la insidia de su
actitud. De modo que cuando la vi empuñando su asqueroso plumero, sin pensarlo
dos veces, me vengué para toda la vida: de un saltito me ubiqué sobre su
cuello, la mordí y le inyecté todo el veneno que pude, y aunque mis cuatro
pares de patas estaban bastante débiles, tuve suficiente fuerza para volver a
mi lugar, en un rincón del aparador, como antes, donde actualmente tejo, sin
tensiones, mi habitual tela de seda.
Ana Rosa LLobet En El monitor de la educación,
Sección íObras Maestras)
Transcripto con correcciones del cuadernillo PROYECTO 0 "Introducción al primer año de la Escuela Técnica -GCBA- 2012
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