Isabel reinó en Inglaterra entre 1558 y 1603. En este período escribió Shakespeare sus obras. Shakespeare, como otros autores y actores, formaba de parte de una compañía teatral. Estas compañías, muchas veces eran ayudadas económicamente por nobles. Esta relación se denominaba “patronazgo”.
Las características del teatro isabelino son muy distintas de las del teatro clásico. Hay libertad creativa y se rompe con la preceptiva enunciada por Aristóteles en su Poética, que en épocas anteriores se había seguido respetando.
Algunas de las características de las obras de Shakespeare son:
Ø Organización de las tramas: muchos enredos, equívocos. Desarrollo de acciones simultáneas: se muestra lo que sucede en un lugar y luego lo que está sucediendo en ese mismo momento, en otra parte.
Ø Poca escenografía: los espacios se construyen con la palabra. Esto otorga libertad creativa porque no dependen de una escenografía que, a veces, por lo costosa, no se hubiera podido construir.
Ø Reflexión sobre temas de la época: independientemente del conflicto planteado en la obra, muchas veces los personajes reflexionan sobre temas universales (“¿Ser o no ser?”)
Ø -No se respetan las unidades aristotélicas de tiempo, lugar y acción.
Ø No se separan rígidamente lo trágico y lo cómico: en algunas tragedias aparecen elementos cómicos.
Ø Personajes complejos y pasionales: reflexionan sobre sus dudas y sus miedos, y el recurso utilizado para transmitirlo al espectador es el monólogo.
MACBETH de William Shakespeare
Luego de triunfar en una batalla, los oficiales del rey Duncan, Macbeth y Banquo, se encuentran en un bosque con tres brujas. Ellas presagian que Macbeth será nombrado señor de Caudor y luego rey, y a Banquo, que engendrará reyes. Macbeth es nombrado señor de Caudor y le cuenta a la mujer cómo se cumplió la primera parte del presagio. Juntos, planifican hacer que se cumpla la segunda parte, matando al rey Duncan para que Macbeth se transforme en rey de Escocia. Lo hacen y los hijos del rey muerto escapan al exterior para que no los maten por ser ellos los legítimos herederos. Macbeth se convierte en rey, pero para sostenerse en el trono, recurre a varios asesinatos y conspiraciones. Un grupo de nobles patriotas prepara, desde el exilio, una conspiración para derribar a Macbeth. Este se prepara para enfrentárseles y, mientras tanto, su mujer, Lady Macbeth, ha enloquecido por la culpa. Así se inicia el Acto V.
ACTO V
Escena I
En una habitación del castillo de Dunsinania.
(Entran un MÉDICO y una DAMA de compañía)
MÉDICO. -He velado dos noches con vos, mas no he visto que sea cierta vuestra historia. ¿Cuándo fue la última vez que paseó dormida?
DAMA -Desde que Su Majestad salió con el ejército la he visto levantarse, ponerse la bata, abrir su escritorio, sacar papel, doblarlo, escribir en él, leerlo, sellarlo y después acostarse. Y todo en el más profundo sueño.
MÉDICO. -Gran alteración de la naturaleza, gozar el beneficio del sueño a la vez que conducirse igual que en la vigilia. En tal trastorno soñoliento, además de caminar y otras acciones, ¿la habéis oído decir algo alguna vez?
DAMA. -Sí, señor. Cosas que no repetiré.
MÉDICO. -Conmigo podéis y conviene que lo hagáis.
DAMA. -Ni con vos ni con nadie, no teniendo testigos que me apoyen.
(Entra LADY MACBETH con una vela)
Mirad, ahí llega. Así es como sale, y os juro que está bien dormida. Escondeos y observadla.
MÉDICO. -¿De dónde ha sacado esa luz?
DAMA. -La tenía a su lado. Siempre tiene una luz a su lado. Fue orden suya.
MÉDICO. -¿Véis? Tiene los ojos abiertos.
DAMA. -Sí, pero la vista cerrada.
MÉDICO. -¿Qué hace ahora? Mirad cómo se frota las manos.
DAMA. -Acostumbra a hacerlo como si se lavara las manos. La he visto seguir así un cuarto de hora.
LADY MACBETH. -Aún queda una mancha.
MÉDICO. -¡Chsss..! Está hablando. Anotaré lo que diga para asegurar mi memoria.
LADY MACBETH. -¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera digo! La una, las dos; es el momento de hacerlo. El infierno es sombrío. ¡Cómo, mi señor! ¿Un soldado y con miedo? ¿Por qué temer que se conozca si nadie nos puede pedir cuentas? Mas, ¿quién iba a pensar que el viejo tendría tanta sangre?
MÉDICO. -¿Os fijáis?
LADY MACBETH. -El Barón de Fife tenía esposa. ¿Dónde está ahora? ¡Ah! ¿Nunca tendré limpias estas manos? Ya basta, mi señor; ya basta. Lo estropeas todo con tu pánico.
MÉDICO. -¡Vaya! Sabéis lo que no debíais.
DAMA. -Ha dicho lo que no debía, estoy segura. Lo que sabe, sólo Dios lo sabe.
LADY MACBETH. -Aún queda olor a sangre. Todos los perfumes de Arabia no darán fragancia a esta mano mía. ¡Ah, ah, ah!
MÉDICO. -¡Qué suspiro! Grave carga la de su corazón.
DAMA. -Ni por toda la realeza de su cuerpo llevaría yo en el pecho un corazón así.
MÉDICO. -Bien, bien, bien.
DAMA. -Dios quiera que así sea, señor.
MÉDICO. -A este mal no llega mi ciencia. Con todo, he conocido sonámbulos que murieron en su lecho santamente.
LADY MACBETH. -Lávate las manos, ponte la bata, no estés tan pálido: te repito que Banquo está enterrado; no puede salir de la tumba.
MÉDICO. -¿Es posible?
LADY MACBETH. -Acuéstate, acuéstate. Están llamando a la puerta. Ven, ven, ven, ven, dame la mano. Lo hecho no se puede deshacer. Acuéstate, acuéstate, acuéstate.
(Sale)
MÉDICO. -¿Va a acostarse?
DAMA. -Ahora mismo.
MÉDICO. -Corren temibles rumores; actos monstruosos engendran males monstruosos; almas viciadas descargan sus secretos a una almohada sorda: más que un médico, necesita un sacerdote. Dios, Dios nos perdone a todos. Cuidad de ella, apartad de su lado cuanto pueda dañarla y vigiladla de cerca. Buen descanso: lo que he visto me aturde y deja asombrado. Pienso, mas no me atrevo a hablar.
DAMA. - Buenas noches, doctor.
(Salen)
Escena II
En un campamento, cerca de Dunsinane.
(Entran, con tambores y bandera, MENTETH, CATHNESS, ANGUS, LENNOX y soldados)
MENTETH. -El ejército inglés ya está cerca; lo mandan Malcolm, su tío Siward y el buen Macduff. La venganza arde en ellos: su justa causa movería al hombre más insensible a fiero y sangriento combate.
ANGUS. -Los encontraremos junto al bosque de Birnam: es por donde vienen.
CATHNESS. -¿Sabe alguien si Donalbain va con su hermano?
LENNOX. -No, seguro que no. Tengo una lista de toda la nobleza: está el hijo de Siward y muchos imberbes que por vez primera ostentan su hombría.
MENTETH. -¿Qué hace el tirano?
CATHNESS. -Fortifica reciamente el gran Dunsinane. Unos dicen que está loco; otros, que le odian menos, lo llaman intrépida furia. Lo cierto es que no puede abrochar su mórbida causa en la correa del orden.
ANGUS. -Ahora siente sus crímenes secretos pegados a las manos. Ahora, a cada instante, las revueltas condenan su perfidia; cuando manda, le obedecen porque manda, nunca por afecto. Ahora ve que la realeza le viene muy ancha, como ropa de gigante sobre un ladrón enano.
MENTETH. -¿A quién puede extrañarle que sus nervios torturados se encojan de pavor, cuando todo lo que lleva en ese cuerpo se avergüenza de ocuparlo?
CATHNESS. -Bien, en marcha, a rendir acatamiento a quien le corresponde. Vayamos al encuentro del médico que ha de sanar esta nación y derramemos con él cuantas gotas de sangre purguen nuestra patria.
LENNOX. -Todas cuantas puedan regar la flor regia y anegar la mala hierba. ¡En marcha hacia Birnam!
(Salen marchando)
Escena III
En una habitación en el castillo de Dunsinane.
(Entran MACBETH, el MÉDICO y acompañamiento)
MACBETH. -¡No me traigáis más noticias! ¡Que huyan todos! Mientras el bosque de Birnam no venga a Dunsinane, no cederé al miedo. ¿Quién es el niño Malcolm? ¿No nació de mujer? Los espíritus que saben todo humano acontecer me aseguraron: «No temas, Macbeth. Nadie nacido de mujer tendrá poder sobre ti.» Conque huid, falsos barones, y mezclaos con esos epicúreos de ingleses: ni la mente que me guía ni mi pecho flaqueará en la duda o cejará por miedo.
(Entra un CRIADO)
¡El diablo lo ponga negro, pálido imbécil! ¿De dónde sacaste esa cara de ganso?
CRIADO. -Señor, hay diez mil...
MACBETH. -¿Gansos, miserable?
CRIADO. -Soldados, señor.
MACBETH. -¡Aráñate la cara y colora ese miedo, hígados blandos! ¿Qué soldados, bobo? ¡Muerte a tu alma! Esas mejillas de lino mueven al espanto. ¿Qué soldados, cara de leche?
CRIADO. -Con permiso, el ejército inglés.
MACBETH. -¡Llévate esa cara!
[Sale el CRIADO.]
¡Seyton! - Se me encoge el alma cuando veo... ¡Eh, Seyton! Este ataque asentará mi suerte o me destronará. He vivido bastante; la senda de mi vida ha llegado al otoño, a la hoja amarilla, y lo que debe acompañar a la vejez, como honra, afecto, obediencia, amigos sin fin, no puedo pretenderlo. En su lugar, maldiciones, calladas, más profundas; palabras insinceras que mi pobre alma rehusaría, mas no se atreve. ¿Seyton?
(Entra SEYTON)
SEYTON. -¿Qué deseáis, Majestad?
MACBETH. -¿Qué más noticias?
SEYTON. -Todas las que había se han confirmado.
MACBETH. -Lucharé hasta que arranquen la carne de mis huesos. Tráeme la armadura.
SEYTON. -Aún no hace falta.
MACBETH. -Quiero ponérmela. Mandad más jinetes, batid el territorio, ahorcad al que hable de miedo. ¡La armadura! ¿Cómo está la enferma, doctor?
MÉDICO. -Más que una dolencia, señor, la atormenta una lluvia de visiones que la tiene sin dormir.
MACBETH. -Pues cúrala. ¿No puedes tratar un alma enferma, arrancar de la memoria un dolor arraigado, borrar una angustia grabada en la mente y, con un dulce antídoto que haga olvidar, extraer lo que ahoga su pecho y le oprime el corazón?
MÉDICO. -En eso el paciente debe ser su propio médico.
MACBETH. -La medicina, a los perros! A mí no me sirve. Vamos, ponme la armadura. ¡Mi bastón de mando! Seyton, que salgan. Doctor, los barones huyen de mí. Vamos, rápido. Si puedes, doctor, examinar la orina de mi tierra, señalar su mal y devolverle su robusta y prístina salud te aplaudiría hasta que el eco a su vez te aplaudiera. Tira fuerte. ¿Qué ruibarbo, poción, medicamento nos purgaría de estos ingleses? ¿Sabes de ellos?
MÉDICO. -Sí, Majestad. Vuestras medidas de guerra nos llevan a oír algo.
MACBETH. -[a SEYTON] Eso tráetelo. Sólo temeré la muerte o la ruina si viene a Dunsinane el bosque de Birnam.
MÉDICO [aparte] Si me hubiera ido ya de Dunsinane, nunca por dinero habría de volver.
(Salen)
Escena IV
En un lugar cercano a Dunsinane. Se ve un bosque en las cercanías.
(Entran, con tambores y bandera, Malcolm, Siward, Macduff, el joven Siward, Menteth, Cathness, Angus y soldados en marcha)
MALCOLM. -Parientes, espero que esté cerca el día en que nuestra alcoba sea un lugar seguro.
MENTETH. -No nos cabe duda.
SIWARD. -¿Qué bosque es el de ahí enfrente?
MENTETH. -El bosque de Birnam.
MALCOLM. -Que cada soldado corte una rama y la lleve delante. Así encubriremos nuestro número, y quienes nos observen errarán su cálculo.
SOLDADO. -A vuestras órdenes.
SIWARD. -Según nuestras noticias, el tirano aguarda confiado en Dunsinane y dejará que le pongamos cerco.
MALCOLM. -Esa es su esperanza, pues, cuando ha habido ocasión de escapar, nobles y humildes le han abandonado y sólo están con él unos míseros forzados que le siguen sin ánimo.
MACDUFF. -Que el justo dictamen venga tras los hechos; ahora entremos en acción marcial.
SIWARD. -Se acerca la hora en que se podrá distinguir de cierto lo que nuestro llamamos y lo que es nuestro. Nutren esperanzas las suposiciones, mas la certidumbre la darán los golpes. ¡Hacia ella avance la guerra!
(Salen en marcha)
Escena V
Dunsinane. Interior del castillo.
(Entran MACBETH, SEYTON y soldados, con tambores y bandera)
MACBETH. -¡Izad los estandartes sobre las murallas! Siguen gritando: «¡Ya vienen! » La robustez del castillo se reirá del asedio. Ahí queden hasta que se los coma la peste y el hambre. De no estar reforzados por los nuestros, los habríamos combatido cara a cara hasta echarlos a su tierra.
(Gritos de mujeres, dentro)
¿Qué ruido es ese?
SEYTON. -Gritos de mujeres, mi señor.
[Sale.]
MACBETH. -Ya casi he olvidado el sabor del miedo. Hubo un tiempo en que el sentido se me helaba al oír un chillido en la noche, y mi melena se erizaba ante un cuento aterrador cual si en ella hubiera vida. Me he saciado de espantos, y el horror, compañero de mi mente homicida, no me asusta.
[Entra SEYTON]
¿Por qué esos gritos?
SEYTON. -Mi señor, la reina ha muerto.
MACBETH. -Había de morir tarde o temprano; alguna vez vendría tal noticia. Mañana, y mañana, y mañana se arrastra con paso mezquino día tras día hasta la sílaba final del tiempo escrito, y la luz de todo nuestro ayer guió a los bobos hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve llama! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata y contonea y nunca más se le oye. Es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada.
(Entra un MENSAJERO)
Tú vienes a usar la lengua. ¡Venga la noticia!
MENSAJERO. -Augusto señor, debo informar de lo que he visto, aunque no sé cómo hacerlo.
MACBETH. -Pues dilo ya.
MENSAJERO. -Estando de vigía ahí en lo alto, he mirado hacia Birnam y me ha parecido que el bosque empezaba a moverse.
MACBETH. -¡Infame embustero!
MENSAJERO. -Sufra yo vuestra cólera si miento: podéis ver que se acerca a menos de tres millas. Repito que el bosque se mueve.
MACBETH. -Si no es cierto, te colgaré vivo del primer árbol hasta que el hambre te seque. Si es verdad, no me importa que lo hagas tú conmigo. Refreno mi determinación; ya recelo de equívocos del diablo, que miente bajo capa de verdad. «Nada temas hasta que el bosque de Birnam venga a Dunsinane», y ahora un bosque viene a Dunsinane. ¡A las armas, fuera! Si se confirma lo que dice el mensaje, tan inútil es huir como quedarse. Empiezo a estar cansado del sol, y ojalá que el orden del mundo fuese a reventar. ¡Toca al arma, sople el viento, venga el fin, pues llevando la armadura he de morir!
(Salen)
Escena VI
Explanada delante del castillo de Dunsinane.
(Entran, con tambores y bandera,MALCOLM, SIWARD, MACDUFF y el ejército, con ramas que los ocultan)
MALCOLM. -Ahora estamos cerca: tirad la verde cortina y mostraos como sois. Vos, mi digno tío, con mi primo y noble hijo vuestro, mandaréis el primer batallón. El buen Macduff y yo nos ocuparemos de todo lo restante conforme a nuestro plan.
SIWARD. -Id con Dios. Si encontrásemos la hueste del tirano, que nos venza si en la lucha flaqueamos.
MACDUFF. -¡Dad a las trompetas aliento vibrante, esas mensajeras de muerte y de sangre!
(Salen. Toque de trompetas prolongado)
Escena VII
Otra parte de la explanada.
(Entra MACBETH)
MACBETH. -Me han atado al palo y no puedo huir: como el oso, haré frente a la embestida. ¿Quién no ha nacido de mujer? Sólo a éste he de temer, a nadie más.
(Entra el JOVEN SIWARD)
JOVEN SIWARD. -¿Cómo te llamas?
MACBETH. -Te aterraría saberlo.
JOVEN SIWARD. -No, aunque tu nombre abrase más que cualquiera del infierno.
MACBETH. -Me llamo Macbeth.
JOVEN SIWARD. -Ni el diablo podría pronunciar un nombre más odioso a mis oídos.
MACBETH. -No, ni más temible.
JOVEN SIWARD. -Mientes, tirano execrable. Probaré tu mentira con mi espada.
(Pelean y cae muerto el JOVEN SIWARD)
MACBETH. -Tú naciste de mujer. De todas las armas y espadas me río si el que las empuña es de mujer nacido.
(Sale. Fragor de batalla. Entra MACDUFF).
MACDUFF. -De ahí viene el ruido. ¡Enseña la cara, tirano! Si te matan y el golpe no es mío, las sombras de mi esposa y de mis hijos siempre han de acosarme. No puedo herir a los pobres mercenarios, pagados por blandir varas: o contigo, Macbeth, o envaino mi espada, indemne y ociosa. Ahí estás, sin duda: ese choque de armas parece anunciar a un hombre de rango. Fortuna, deja que lo encuentre, que más no te pido.
(Sale. Fragor de batalla. Entran MALCOLM y SIWARD)
SIWARD. -Por aquí. El castillo se rinde de grado. Los hombres del tirano dividen sus lealtades, los nobles barones pelean con ardor, la victoria se anuncia casi nuestra y poco resta por hacer.
MALCOLM. -Algunos del bando enemigo combaten de nuestro lado.
SIWARD. -Y ahora, entra en el castillo.
(Salen. Fragor de batalla)
Escena VIII
Otra parte de la explanada
(Entra MACBETH)
MACBETH. - ¿Por qué voy a hacer el bobo romano y morir por mi espada? Mientras vea hombres vivos, en ellos lucen más las cuchilladas.
(Entra MACDUFF)
MACDUFF. -¡Vuélvete, perro infernal, vuélvete!
MACBETH. -De todos los hombres sólo a ti he rehuido. Vete de aquí: mi alma ya está demasiado cargada de tu sangre.
MACDUFF. -No tengo palabras; hablará mi espada, tú, ruin, el más sanguinario que pueda proclamarse.
(Luchan. Fragor de batalla)
MACBETH. -Tu esfuerzo es en vano. Antes que hacerme sangrar, tu afilado acero podrá dejar marca en el aire incorpóreo. Caiga tu espada sobre débiles penachos. Vivo bajo encantamiento, y no he de rendirme a nadie nacido de mujer.
MACDUFF. -Desconfía de encantamientos: que el espíritu al que siempre has servido te diga que del vientre de su madre Macduff fue sacado antes de tiempo.
MACBETH. -Maldita sea la lengua que lo dice y amedrenta lo mejor de mi hombría. No creamos ya más en demonios que embaucan y nos confunden con esos equívocos, que nos guardan la promesa en la palabra y nos roban la esperanza. Contigo no lucho.
MACDUFF. -Entonces, ríndete, cobarde, y vive para ser espectáculo del mundo. Te llevaremos, como a un raro monstruo, pintado sobre un poste con este letrero: «Ved aquí al tirano».
MACBETH. -No pienso rendirme para morder el polvo a los pies del joven Malcom y ser escarnio de la chusma injuriosa. Aunque el bosque de Birnam venga a Dunsinane y tú, mi adversario, no nacieras de mujer, lucharé hasta el final. Empuño mi escudo delante del cuerpo: pega bien, Macduff; maldito el que grite: «¡Basta, basta ya!»
(Salen luchando. Fragor de batalla. Entran luchando y MACBETH[cae] muerto)
[Sale MACDUFF con el cuerpo de MACBETH]
(Toque de retreta. Trompetas. Entran, con tambores y bandera MALCOLM, SIWARD, ROSS, barones y soldados)
MALCOLM. -Ojalá los amigo s que faltan estén a salvo.
SIWARD. -Habrán muerto algunos, aunque, viendo los presentes, tan grande victoria no ha sido costosa.
MALCOLM. -Faltan Macduff y vuestro noble hijo.
ROSS. -Señor, vuestro hijo pagó la deuda del soldado. Vivió para llegar a ser un hombre, mas, no bien hubo confirmado su valor en el puesto en que luchó inconmovible, murió como un hombre.
SIWARD. -¿Así que ha muerto?
ROSS. -Sí, y ya le han retirado del campo. No midáis vuestro dolor por su valía, pues entonces sería infinito.
SIWARD. -¿Fue herido por delante?
ROSS. -Sí, de frente.
SIWARD. -Sea entonces soldado de Dios. Si tuviera tantos hijos como tengo cabellos, no podría desearles mejor muerte. Su campana ya ha doblado.
MALCOLM. -.Él merece más duelo; yo se lo daré.
SIWARD. -Ya más no merece: su cuenta ha pagado con su hermosa muerte. Dios sea con él. Aquí viene más consuelo.
Entra MACDUFF con la cabeza de MACBETH
MACDUFF. -¡Salud, rey, puesto sois! Ved aquí clavada la cabeza del vil usurpador. El mundo es libre. Os rodea la flor de vuestro reino, que en su pecho ya repite mi saludo. Que sus voces digan alto con la mía: ¡Salud, rey de Escocia!
TODOS. -¡Salud, rey de Escocia!
Toque de trompetas.
MALCOLM. -. -No dejaré que pase mucho tiempo sin tasar el afecto que ha mostrado cada uno y pagaros mis deudas. Mis barones y parientes, desde ahora sois condes, los primeros que en Escocia alcanzan este honor. Cuanto quede por hacer y deba repararse en esta hora, como repatriar a los amigos desterrados que huyeron de las trampas de un tirano vigilante, denunciar a los bárbaros agentes de este carnicero y su diábolica reina, que, según dicen, se quitó la vida por su propia mano cruel; todo esto y cuanto sea justo, con favor divino, en modo, tiempo y lugar he de cumplirlo. Gracias, pues, a todos. Quedáis invitados a venir a Scone y verme coronado.
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