domingo, 6 de noviembre de 2011

TEATRO DEL ABSURDO -LA LECCIÓN de Ionesco



TEATRO DEL ABSURDO
A partir del siglo XX aparecen grandes contradicciones en la humanidad: grandes avances tecnológicos pero también terribles guerras. Estas contradicciones provocan escepticismo ¿puede el ser humano ser mejor? Albert Camus, filósofo existencialista, afirmaba que la humanidad tenía que resignarse a reconocer que una explicación completamente racional del universo estaba más allá de su alcance; en ese sentido, el mundo debe ser visto como absurdo. El teatro del absurdo reflejó ese desencanto.

Algunas características del teatro del absurdo son:

-El rechazo de las normas del teatro realista.
-La imposibilidad de los personajes de lograr comunicarse.
-El ambiente sofocante, el lenguaje sin sentido y las situaciones ilógicas: todo esto sirve para  enfatizar la extrañeza y el aislamiento humanos.

LA LECCIÓN    de Eugène Ionesco

Una alumna se prepara para un doctorado y recurre a las clases particulares de un profesor ya anciano. Durante esa clase, los vínculos entre una y otro se irán degenerando y violentando hasta llegar a un final extremo. La obra presenta una serie de rasgos que evidencian un clima social vinculado con la situación de angustia que se vivía en Europa después de la Segunda Guerra.

El fragmento que se transcribe a continuación se inicia después de que la alumna ha logrado responder satisfactoriamente una serie de preguntas muy sencillas.

el profesor. — Bueno.   Aritmeticemos un poco.
la alumna. — Con mucho gusto, señor.
el profesor. — ¿No le molesta decirme...?
la alumna. — De ningún modo, señor, continúe.
el profesor. — ¿Cuántos son uno y uno?
la alumna. — Uno y uno son dos.
el profesor (admirado por la sabiduría de la alumna). — ¡Oh, muy bien! Me parece muy adelantada en sus estudios. Obtendrá fácilmente su doctorado total, señorita.
la alumna. — Lo celebro, tanto más porque es usted quien lo dice.
el profesor. — Sigamos adelante: ¿cuántos son dos y uno?
la alumna. — Tres.
el profesor. — ¿Tres y uno?
la alumna. — Cuatro.
el profesor. — ¿Cuatro y uno?
la alumna. — Cinco.
e,l profesor. — ¿Cinco y uno?
la alumna. — Seis.
el profesor. — ¿Seis y uno?
la alumna. — Siete.
el profesor. — ¿Siete y uno?
la alumna. — Ocho.
el profesor. — ¿Siete y uno?
la alumna. — Ocho...   bis.
el profesor. — Muy buena respuesta.   ¿Siete y uno?
la alumna. — Ocho...  triplicado.
el profesor. — Perfecto.   Excelente.   ¿Siete y uno?
la alumna. — Ocho...   cuadruplicado.   Y a veces nueve.
el profesor. — ¡Magnífica! ¡Es usted magnífica! ¡Es usted exquisita! Le felicito calurosamente, señorita. No merece la pena de continuar. En lo que respecta a la suma es usted magistral. Veamos la resta. Dígame solamente, si no está agotada, cuántos son cuatro menos tres.
la alumna.— ¿Cuatro menos tres?...    ¿Cuatro menos tres?
el profesor. — Sí.   Quiero decir: quite tres de cuatro.
la alumna. — Eso da...   ¿siete?
el profesor. —'Perdóneme si me veo obligado a contradecirle. Cuatro menos tres no dan siete. Usted se confunde: cuatro más tres son siete, pero cuatro menos tres no son siete... Ahora no se trata de sumar, sino de restar.
la alumna (se esfuerza por comprender). — Sí...  sí...
el profesor. — Cuatro menos tres son: ¿Cuánto?... ¿Cuánto?
la alumna. — ¿Cuatro?
el profesor. — No, señorita, no es eso.
la alumna. — Entonces, tres.
el profesor. — Tampoco, señorita... Perdóneme, pero debo decírselo: no es ésa la respuesta... Discúlpeme.
la alumna. — Cuatro menos tres... Cuatro menos tres... ¿Cuatro menos tres? ¿No son diez?
el profesor. — No, ciertamente, no lo son, señorita. Pero además no se trata de adivinar, sino de razonar. Procuremos deducirlo juntos. ¿Quiere usted contar?
la alumna. — Sí, señor.   Uno...  dos...  tres...
el profesor. — ¿Sabe usted contar bien? ¿Hasta cuántos sabe usted contar?
la alumna. — Puedo contar...   hasta el infinito.
el profesor. — Eso es imposible, señorita.
la alumna. — Entonces, digamos hasta dieciséis.
el profesor. — ¡Eso basta. Hay que saber limitarse. Cuente, pues, por favor, se lo ruego.
la alumna. — Uno... dos... y después de dos, vienen tres... cuatro...
el profesor. — Deténgase, señorita. ¿Qué número es mayor: el tres o el cuatro?
la alumna. — ¿Es?... ¿El tres o el cuatro? ¿Cuál es mayor? ¿El mayor de tres o cuatro? ¿En qué sentido el mayor?
el profesor. — Hay números más pequeños y números más grandes. En los números más grandes hay más unidades que en los pequeños...
la  alumna. — ¿Que en los números pequeños?
el profesor. — A menos que los pequeños tengan unidades menores. Si son muy pequeñas, es posible que haya más unidades en los números pequeños que .en los grandes... si se trata de otras unidades.
la alumna. — En ese caso, ¿los números pequeños pueden ser mayores que los grandes?
el profesor. — Dejemos eso. Nos llevaría mucho más lejos. Sepa únicamente que no sólo hay números. Hay también dimensiones, sumas, grupos, montones, montones de cosas tales como las ciruelas, los coches, las ocas, los pepinos, etcétera. Supongamos simplemente para facilitar nuestro trabajo que no tenemos más que números iguales: los mayores serán los que tengan más unidades, iguales.
la alumna. — ¿El que tenga más será el más grande? ¡Ah, comprendo, señor! Usted identifica la calidad con la cantidad.
el profesor. — Eso es demasiado teórico, señorita, demasiado teórico. No tiene por qué preocuparse de ello. Tomemos nuestro ejemplo y razonemos sobre ese caso concreto. Dejemos para más tarde las conclusiones generales. Tenemos el número cuatro y el número tres, cada uno de ellos con un número igual de unidades. ¿Qué número será mayor, el número más pequeño o el número más grande?
la alumna. — Discúlpeme, señor. ¿Qué entiende usted por el número mayor? ¿El menos pequeño que el otro?
El, profesor. — Eso es, señorita. ¡Perfecto! Me ha comprendido muy bien.
la alumna. — Entonces, es el cuatro,
el profesor. — ¿Qué es el cuatro? ¿Mayor o menor que el tres?
la alumna. — Menor..., no, mayor.
el profesor. — Excelente respuesta. ¿Cuántas unidades hay entre tres y cuatro? ¿O entre cuatro y tres, si usted prefiere?
la alumna. — No hay unidades, señor, entre tres y cuatro. El cuatro viene inmediatamente después del tres, ¡pero no hay nada absolutamente entre el tres y el cuatro!
el profesor. — Me he explicado mal. La culpa es mía, sin duda. No he sido bastante claro.
la alumna. — No, señor, la culpa es mía.
el profesor. — Escuche. He aquí tres fósforos. Y aquí otro más, en total cuatro. Ahora observe bien; usted tiene cuatro, yo retiro uno, ¿cuántos le quedan? (No se ven los fósforos ni ninguno de los objetos de que habla.   El profesor se levantará de la mesa y escribirá en una pizarra inexistente con una tiza inexistente, etcétera)
la alumna. — Cinco. Si tres y uno hacen cuatro, cuatro y uno hacen cinco.
el profesor. — No es eso, no es eso en modo alguno. Usted tiende siempre a sumar. Pero también hay que restar. No sólo es necesario integrar, también hay que desintegrar. Eso es la vida. Eso es la filosofía. Eso es la ciencia. Eso son el progreso y la civilización.
la alumna. — Sí, señor.
el profesor. — Volvamos a nuestros fósforos. Tengo cuatro de ellos. Como usted ve, son cuatro. Quito uno, y ya sólo quedan...
la alumna. — No sé cuántos, señor.
el profesor. — Vamos, reflexione. Admito que no es fácil, pero usted es lo bastante culta para que pueda hacer el esfuerzo intelectual necesario y llegue a comprender. ¿Entonces?
la alumna. — No llego a comprenderlo, señor.   No lo sé, señor.
el profesor. — Tomemos ejemplos más sencillos. Si usted tuviese dos narices y yo le arrancase una, ¿cuántas le quedarían?
la alumna. — Ninguna.
el profesor. — ¿Cómo ninguna?
la alumna. — Sí, precisamente porque usted no me ha arrancado ninguna es por lo que tengo una ahora. Si usted me la hubiese arrancado, ya no la tendría.
el profesor. — No ha comprendido mi ejemplo. Suponga que no tiene más que una oreja.
la alumna. — Sí.   ¿Y después?
el profesor. — Yo le agrego otra. ¿Cuántas tendrá entonces?
la alumna. — Dos.
el profesor. — Está bien.  Y si le agrego otra más, ¿cuántas tendrá?
la alumna. — Tres orejas.
el profesor. — Le quito una.   ¿Cuántas orejas le quedan?
la alumna. — Dos.
el profesor. — Muy bien. Le quito otra más. ¿Cuántas le quedan?
LA   ALUMNA. — Dos.
el profesor. — No. Usted  tiene  dos, yo le quito una, le como una, ¿cuántas le quedan?
la alumna. — Dos.
el profesor. — Le como una... una...
la alumna. — Dos.
el profesor. — Una
la alumna. — Dos.
el profesor. — ¡Una!
la alumna. — ¡Dos!
el profesor. — ¡Una!
la alumna. — ¡Dos!
el profesor. — ¡Una!
la alumna. — ¡Dos!
el profesor. — ¡Una!
la alumna. — ¡Dos!
el profesor. — ¡Una!
la alumna. — ¡Dos!
el profesor. — No, no. No es eso. El ejemplo no es... no es convincente. Escúcheme.
la alumna. — Le escucho, señor.
el profesor. — Usted tiene...   usted tiene...   usted tiene...
la alumna. — ¡Diez dedos!
el profesor. — Como usted quiera. Perfecto. Usted tiene, pues, diez dedos.
la alumna. — Sí, señor.
el profesor. — ¿Cuántos tendría si tuviese cinco?
la alumna. — Diez, señor.
el profesor. — ¡No es así!
la alumna. — Sí, señor.
el profesor. — ¡Le digo que no!
la alumna. — Usted acaba de decirme que tengo diez.
el profesor. — ¡Le he dicho también, inmediatamente después, que tenía usted cinco!
la alumna. — ¡Pero no tengo cinco, tengo diez!
el profesor. — Procedamos de otra manera... Limitémonos a los números de uno a cinco para la sustracción... Preste atención, señorita y va a verlo. Voy a hacer que comprenda. (El profesor se pone a escribir en una pizarra negra imaginaria. La acerca a la alumna, que se vuelve para mirarla.) Vea, señorita. (Hace como que dibuja en la pizarra un palito y que escribe debajo la ci­fra 1; luego dos palitos, bajo los que escribe la cifra 2; luego tres palitos, bajo los que escribe la cifra 3; y por fin cuatro palitos, bajo los que escribe la cifra 4) ¿Ve usted, señorita?
la alumna. — Sí, señor.
el profesor. — Son palitos, señorita, palitos. Aquí hay un palito, aquí dos palitos, aquí tres palitos, y luego cuatro palitos, cinco palitos. Un palito, dos palitos, tres palitos, cuatro palitos, cinco palitos son números. Cuando se cuenta los palitos cada palito es una unidad, señorita... ¿Qué acabo de decir?
la alumna. — "Una unidad, señorita. ¿Qué acabo de decir?".
el profesor. — ¡O cifras! ¡O números! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, son elementos de la numeración, señorita.
la alumna (vacilando). — Sí, señor. Elementos, cifras, que son palitos, unidades y números.
el profesor. — Al mismo tiempo... Es decir que, en definitiva, toda la aritmética está en eso.
la alumna. — Sí, señor.   Bien, señor.   Gracias, señor.
el profesor. — Entonces, cuente, por favor, valiéndose de esos elementos. ... Sume y reste
la alumna  (como para imprimirlo en su, memoria) — ¿Los palitos son cifras y los números unidades?
el profesor. — Hum... Pase. ¿Y entonces?
la alumna. — Se puede restar dos unidades de tres unidades, ¿pero se puede restar dos dos de tres tres? ¿Y dos cifras de cuatro números? ¿Y tres números de una unidad?
el profesor. — No, señorita.
la alumna. — ¿Por qué, señor?
el profesor. — Porque no, señorita.
la alumna. — ¿Y por qué no si los unos son los otros?
el profesor. — Es así, señorita. Eso no se explica. Eso se comprende mediante un razonamiento matemático interior. Se lo tiene o no se lo tiene.


ANÁLISIS DE LA OBRA

Mientras que los personajes de las obras clásicas son héroes, que realizan acciones extraordinarias (para conseguir el amor de una mujer, liberar a su pueblo de una peste, etc.) los personajes de La lección no tienen metas claras, ni deseos definidos, ni llevan adelante acciones heroicas, sino que parecen dejarse llevar por las pautas formales que impone la sociedad. Cuando el profesor y la alumna se harten de esa formalidad vacía, ocurrirá el desenlace trágico: el profesor mata a la alumna.
Los dos personajes parecen desconocer por qué y para qué hacen lo que están haciendo. No tienen claro su destino (como sí lo tienen los personajes de las obras clásicas), permanecen estáticos y no saben por qué, y esta actitud los hace parecer ridículos. Así se ve al ser humano "medio", como alguien desprotegido en un mundo en el que las decisiones que tienen que ver con su vida y con su muerte están fuera de su control.

El humor

Las posturas críticas y pesimistas con respecto a los seres humanos son presentadas por medio del humor, a menudo violento. Se propone, a través de la risa, una reflexión sobre las situaciones absurdas o sin sentido que viven los personajes. La insistencia del profesor hacia la alumna, por ejemplo, resulta graciosa, excepto para la propia chica que no escapa del tormento en el que está metida. El espectador ríe pero también se cuestiona por qué no abre la puerta y huye: la alumna no escapa porque no puede o porque no se le ocurre. No es consciente de su sufrimiento, ya que se comporta casi como una autómata; no tiene libertad.

La falta de fe del hombre contemporáneo

El hombre contemporáneo, según esta visión absurda, no puede tener metas ni ambiciones trascendentales (llegar a Dios, ganar el Paraíso o hacer la Revolución) ya que es un ser que no tiene creencias. Sin embargo, como la alumna, todavía espera, aunque no sabe muy bien qué.

La incomunicación –Hablar mucho pero no decir nada

El tema de la incomunicación entre el profesor y la alumna, es decir, la imposibilidad de encontrar acuerdos y puntos de encuentro con el otro, aparece como predominante.
La incomunicación aparece reflejada especialmente en la manera en que se utiliza la palabra. El teatro del absurdo se vale de la palabra para denunciar la falta de comunicación y de contacto entre las personas. En La lección, los protagonistas hablan casi sin parar, pero sus palabras sólo sirven para ocultar que no tienen nada para decirse y que no tienen capacidad para entenderse. La palabra pierde su contenido, su significado, para transformarse simplemente en un significante vacío que nada transmite.

La poca acción

E! argumento es mínimo; la trama de La lección puede reducirse a dos polos de acción: una alumna ineficiente y un profesor que no logra hacerse entender. Pero estas acciones mínimas están fuera de toda lógica y resultan siempre inesperadas. Es más, pueden adoptar la forma de una pesadilla de la que no es posible salir, como sucede cuando el profesor le pregunta a la alumna cuántas orejas le quedan si le saca una. Se busca, de esta manera, que el espectador se centre en las emociones más íntimas de los personajes y en los efectos que estas producen sobre los otros personajes.

2 comentarios:

  1. El teatro del absurdo está vigente, porque la vida siempre es y ha sido un absurdo total. Lo absurdo del teatro representa la absurda condición humana.

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