domingo, 24 de agosto de 2014

Cuentos policiales 2014 tercer año

Shhhh...silencio. Gente trabajando. Se vienen los cuentos policiales de tercer año 2014.


















Aquí están, después de un par de meses y algunas correcciones, estas son las producciones de los chicos de 3º 1a. y 3º 2a. Felicitaciones a todos por el esfuerzo.


Con ustedes... una muerte muy particular...
 
Galo Encinas, Agustín Ruiz Díaz, Alan Kellner, Tomás Pereyra, Facundo Serra, de 3° 1°... presentan...
 Reacción Temporal

I

          Hasta ahora, era otra noche más de la típica, rutinaria, y ya aburrida patrulla nocturna. Hace casi ya dos semanas que el despacho no nos enviaba ninguna señal de…prácticamente nada. A mi compañero y a mí nos llamó la atención, dado a que en la actual época en Argentina no dejaban de pasar cosas que personas como nosotros tendrían que solucionar. Yo, actualmente soltero, suelo prender la televisión para que sea lo que sea que dejé puesto la noche pasada me haga compañía. No necesariamente tiene que ser algo interesante dado a que ni le presto atención; supongo que es simplemente para no sentirme solo. Sin embargo, cuando tocaba el noticiero, no dejaban de narrar cosas horribles. Horribles, a pesar de que yo tendría que estar acostumbrado. ¿Acostumbrado? Tendría que ocuparme de ello. Siempre escuchamos que suceden cosas, pero no somos adivinos. Nadie llama, nadie pide ayuda y cuando lo hacen no se nos comunica, y nos encontramos con el crimen ya cometido. El sistema justiciero en este país dejaba demasiado que desear, y siendo parte de él siento que yo también dejo más que desear. El hecho de que no pueda hacer nada para cambiarlo me causaba impotencia. Pero a pesar de todo, no se podía. Lo único que estaba a mi disposición era el libro de quejas destinado a los civiles, dado a que cualquier comentario que nosotros hacíamos hacia alguien de arriba jamás llegaba. Así que acá estábamos, mi compañero y yo metidos en el mismo vehículo de todas las noches dando vuelta por el barrio.

-        ¿No podes bajar las luces? Las dejas en alto todo el recorrido y yo después llego ciego a mi casa. Cierro los ojos y veo todo violeta, se me va a arruinar toda la vista. – le comenté a mi compañero, quien conducía.

-        Si dejases de intentar dormir durante la patrulla y verdaderamente mantuvieses un ojo en tus alrededores te dejaría de importar tanto la luz brillante y te importaría más lo que notases con ella, Dante. Dale, amigo. Vos te quejas mucho pero a la hora de hacer el poco trabajo que te dan, lo hace tu compañero mientras vos dormís. Ponete las pilas que ya terminamos y podes dormir en tu cama y no en este intento de asiento – responde, haciendo referencia a los asientos del auto cuya cobertura y relleno estaban más incompletos que la jornada de sueño de los oficiales sentados en ellos.

          No respondí. Sabía que tenía razón y me limité a asentir con la cabeza. A esta hora me suelo poner molesto e irritante hacia otros. Subí la ventana de mi puerta que estaba semi-abierta estratégicamente como para apoyar mi cabeza y me dediqué en inspeccionar nuestros alrededores como se debía. A sorpresa para ambos, la radio comenzó a chillar palabras inaudibles que recién entendimos cuando fueron repetidas. “Despacho a vehículo M43, repito, Despacho a vehículo M43. Se requieren oficiales para investigar un incidente sucedido en la esquina de la avenida Crámer y Doctor Pedro Ignacio Rivera, repito, e requieren oficiales para investigar un incidente sucedido en la esquina de la avenida Crámer y Doctor Pedro Ignacio Rivera. Quienes tomen el cargo respondan y diríjanse de inmediato, cambio, fuera”. Nos echamos una mirada híper veloz y yo envié mis manos hacia el tubo de la radio, respondiendo ante la llamada. Mi compañero cambió la dirección bruscamente y nos encaminamos hacia la escena del supuesto incidente.

          No me emocionaba pensar en que había pasado con exactitud, pero tener algo que hacer logró despertarme. Era un jueves de Septiembre,  y la noche estaba increíblemente despejada. Luna llena, la cual iluminaba la avenida entera. No lo suficiente como para que mi compañero bajé las luces del auto, de todas formas. Estiré mis pantalones y camisa del uniforme, cuyas arrugas se habían originado dada la falta de importancia que le di estas últimas dos semanas sin acción alguna. Finalmente, abrimos las puertas del auto en una coordinación no planeada, lo que nos causó una sonrisa a ambos. Al bajarnos, nos costó bastante ubicar lo que sea que había sucedido en esa esquina. Estaba completamente desolada, y la brisa corría las calles y callejones a una velocidad inquietante. Mi compañero Marcos, quien usaba un peinado con flequillo frontal del cual yo siempre me reía, estaba haciendo un gran esfuerzo en mantenerlo en su lugar mientras buscaba cualquier señal de vida. Comenzamos a caminar por la esquina hasta ubicar un callejón lateral al restaurante que estaba en ella [la esquina].

-        Ah, buenas noches, colegas. —comentó el ya presente oficial. — Vengan, acérquense.

          Proseguimos a aproximarnos a dicho oficial. Medianamente alto pero también con un considerable sobrepeso, traía puesto un traje formal marrón enorme a rayas que abarcaba toda su enorme barriga. Tenía una cara pequeña pero sus ojos resaltaban a través de sus anteojos cuadrados. Estaba parado al lado de algo que tardamos en identificar al cien por ciento; el cuerpo de alguien que aparentaba ser un vagabundo. Un linyera, como les decimos acá. Estaba tirado entre una infinidad de objetos que uno suele encontrar cuando se aventura en un callejón; tachos, contenedores, cajas, canastos, diarios tirados, blísteres de sustancias que mi compañero y yo nos negábamos a descubrir, entre otras cosas. El linyera en cuestión estaba rodeado de vómito que parecía tener ya su tiempo fuera del… intestino del fallecido. Esto simplemente refleja lo que les mencioné antes: nadie reporta las cosas, y si las reportan, tardan lo suficiente como para encontrarnos a las cosas…así. Era una vista considerablemente turbia.

-        Soy el oficial Rodríguez, especializado en homicidio. Como verán, acá tenemos el cuerpo de un ya fallecido vagabundo rodeado de vómito, quiero suponer que suyo. No espero que ninguna investigación milagrosa salga de esto, chicos. Solo necesito que inspeccionen el lugar y lleven lo que encuentren a despacho. Es un jueves, es tarde, ya se termina la semana y al muerto no lo conoce nadie. Háganos un favor – señaló con su dedo índice a su compañero, quien parecía igual de subido a un pony que el – y terminen esto rápido. Nosotros nos retiramos. Suerte.

          Marcos y yo observamos a los dos sujetos retirarse de la escena y no tardamos para intercambiar miradas de desprecio hacia los recién conocidos. Largué un notorio suspiro y me crucé de brazos, mientras Marcos inspeccionaba la escena del incidente que se había convertido en fallecimiento. A pesar de que éste Rodríguez parecía ser un idiota, en algo tenía razón. Cuerpos de vagabundos o personas pasadas de sustancias, alcohol o cualquier otra de esas cosas que puede llevar a un humano a la muerte aparecen todas las noches y nadie jamás le dio particular atención a ellos. Y exactamente este caso, en una noche increíblemente fría y de un cuerpo que ya se había hecho de un ecosistema propio rodeado por un no necesariamente bello charco de vómito era mucho menos atractivo que los otros. El vómito ya había perdido su olor, al igual que el cuerpo, pero aún así no era una vista agradable.

-        Che, Dante, ¿podes ir al auto y sacar de la guantera una bolsa de muestras?

          Mi cerebro dormido iba a responder con la pregunta “¿Para qué?”, pero rápidamente deduje la finalidad, y honestamente no quería saber mucho más en cuanto al tema. Corrí de vuelta al auto y agarré lo necesario, volviendo rápidamente a mi compañero, quien cuidadosamente obtuvo una muestra del vómito, destinada al forense.

-        Perfecto… ahora volvé al auto, guárdate esto y avisa por radio que precisamos que alguien venga a buscar a este pobre angelito para llevarlo a la comisaría y hacerle la autopsia que el protocolo le regala.

-        ¿Y vos te vas a quedar acá?

-        Y si, ¿si no quien va a vigilar que el muerto no reviva? Dale, no te quejes y andá. – me respondió con su tan amable sarcasmo, entregándome la bolsa de muestra.

          Realicé esa acción con la misma rapidez que la otra y despacharon a una ambulancia fuera de servicio a hacerse cargo del cuerpo. Marcos se fue con ellos para contarle los detalles de la escena al forense y una vez que el lugar quedó completamente  despejado devolví el auto a la comisaría y fui caminando a mi departamento, que quedaba a pocas cuadras de la misma.

II

          Otra vez. Otra maldita vez. Una vez más me había olvidado de cambiar ese maldito tono de despertador de la alarma de mi celular. Como odiaba ese tono: a las horas en las cuales debía escucharlo se tornaba irritante. Extendí mi mano con toda la furia que un hombre adulto puede tener en las tempranas horas dela mañana y apagué ese endemoniado despertador. Luego de unos diez o veinte minutos de posponer lo inevitable, me levanté de la cama. No podía esperar para llevar a cabo este viernes y terminar la semana. Desayuné lo más lento que pude y me tomé una ducha para despertarme por completo. Esa era mi rutina matutina. Una vez acabada, salí del departamento y me dirigí hacia la comisaria, que quedaba a tres cuadras a la derecha, para lo que seguramente sería una mañana aburrida de papeleo, una tarde de siesta evadiendo a mis superiores y la última noche de patrulla de la semana para poder volver a mi dulce hogar, y por ende, a mi dulce cama.

          Llegué a la comisaria junto con otro grupo de personas, seguramente del mismo humor que yo. Entre ese grupo de personas encontré a Marcos llegando junto a mí. Gracioso: estábamos empezando a tener coordinación en todo. Nos saludamos con un gesto de manos y entramos directo a la recepción sin decir palabra. Creo que ninguno de los dos tenía energía. En especial él, que había tenido que quedarse hasta tarde con el forense la noche anterior. Registramos nuestra asistencia y proseguimos a las oficinas, en las cuales estábamos sentados bastante cerca. Sin embargo, a Marcos lo interceptó el forense antes de que pueda acercarse a su escritorio. Eso me llamó la atención, dado a que lo de ayer no fue algo que esperaba que continúe. De todas formas no tenía ganas para deducir que había sucedido y di por hecho que me lo contaría después, así que me dediqué a comenzar con la parte más divertida del día: el papeleo. Que felicidad. Sí, es sarcasmo. Lo peor es que siempre son cosas que no tienen que ver conmigo: llenar formularios o resúmenes que me encargan los superiores, sobre casos en los que ni siquiera participe pero quienes si participaron están demasiado ocupados en cosas de cargos altos (como comer hasta engordar y terminar como Rodríguez), entonces tengo que vivir interrogando a quienes interrogaron originalmente. Es todo un desastre.

          A mi sorpresa, mientras yo comenzaba a babear sobre la pila de papeles enfrente de mí quejándome dentro de mi conciencia, Marcos me sacude el hombro y yo me paro de la silla, casi tirándola hacia atrás. Mínimo cuatro personas a la redonda nos observaron con ojos saltones.

-        Dante, escúchame, vengo a salvarte. ¿Podés creer que el forense piensa que hay algo más interesante en cuanto al linyera de ayer? Detectó veneno en los restos de vómito que estaban a su alrededor. No sé qué va a salir de esto, pero nos necesita a ambos en la sala de autopsias.

          Ni si quiera dudé y dejé que Marcos guíe a mi cansado cuerpo sin energía hacia la sala de autopsias, que estaba ubicado del otro lado de la comisaría. En el camino me espabilé un poco para que no me tengan que hacer una autopsia a mí cuando me vean la cara al entrar a la sala. Cuando nos aventuramos dentro del sector de homicidios de la comisaria no tardamos en encontrar nuestro destino. Entramos en la sala y estaban todas las camillas vacías a excepción de la que tenía al vagabundo ubicado en ella. En el escritorio del forense, un gordito sarcástico pero amigable llamado Armando, había un sector destinado específicamente a la investigación que se realizase en cuanto a este caso. En ese sector estaba depositada la bolsa de vómito, junto con los instrumentos que Armando utilizaba para examinarla a fondo.

-        Ah, chicos, ni los escuché entrar. El griterío que ronda este sector de la comisaría es insoportable. Vengan, vengan, háganse amigos. Les voy a explicar lo que se hasta ahora. – nos dijo Armando, con un sándwich de proporciones considerables en su mano izquierda que movía de un lado a otro cuando no estaba en su misma boca.

          Nos acercamos.

-        Les explico. – prosiguió Armando. – El cuerpo que encontraron ayer, bueno, creo que hay más en cuanto a el que simplemente un don nadie fallecido. Como seguramente ya te dijo tu compañero, Dante, encontré restos de veneno no solo en el vómito si no también el intestino, estómago y sistema del linyera. A pesar de que a simple deducción podría ser simplemente algo que el chabón pescó mientras husmeaba por el callejón, es muy raro que haya encontrado algo con veneno tirado en la basura. Especialmente siendo el callejón trasero de un restaurante de renombre. Revisé los estudios del restaurante en cuestión y hace tiempo que no tienen ningún caso de peste o cosas similares, que son las ÚNICAS circunstancias por las cuales podría haber dando vuelta un veneno por un restaurante. Sumado a eso, el veneno en el organismo y vómito del cuerpo que encontraron no es un veneno normal que se use para terminar con pestes o cosas por ese estilo: es un veneno que está “programado” para que actúe de forma terminante e inmediata antes de que se termine la semana en la que fue consumido, es decir, unos cuatro o cinco días después de que sea ingerido. Ahora ven porque no se utiliza ese veneno para pestes. Y porque usualmente es usado por… homicidas. Chicos, comienzo a creer que esto puede llegar a ser un homicidio. Planeado.

Armando logró mantenernos a Marcos y a mí en un absoluto ambiente de suspenso atractivo, manteniendo contacto visual con nosotros dos terminada esa última palabra, pero lo rompió con absoluto cuando le dio otro mordisco  enorme al sándwich que movió para todas partes durante su explicación. A pesar de que Marcos y yo intercambiamos miradas de “éste está loco” durante toda la explicación, tenemos que admitir que a ambos nos cautivó al final. Podría llegar a tener razón, es muy difícil vincular ese veneno con todo esto. Capaz que por fin nos llega algo interesante. De todas formas, va a ser imposible investigar sobre un linyera. Si nadie sabe nada de él.

-        Te equivocas, Dante. – me dice Armando. Aparentemente dije esa última frase en voz alta inconscientemente. – Oportunamente, este vagabundo estaba vinculado con la familia Montagna, y por vinculado me refiero a que solía ser uno de ellos. Es… o era el último hijo varón de Dominico Montagna, padre ya difunto. La familia consta actualmente de María Estella de Montagna, su hija, Lucía Montagna y, hasta ayer, el hermano menor; Federico Montagna.

-        ¿Cómo supiste todo esto con tan solo una noche? – pregunté.

-        Ni bien me di cuenta que se trataba de este veneno me puse a husmear en los archivos de la comisaría, y lo encontré a este y a su familia. De todas formas, los Montagna son una familia de mucha guita, no sé qué le pasó a este pobre para terminar así. Pero de eso se van a enterar hoy. Pídanle la dirección a la recepcionista, que ya se la dejé anotada para cuando ustedes pasen, y vayan directo a la residencia de los Montagna. Ningún contratiempo. Vamos, actúen rápido. Ya tienen la autorización del jefe.

-        Vaya. Actúas rápido, Armando. – comentó Marcos. Armando se limitó a sonreír y a hacer un gesto indicando que nos retiremos.

Le hicimos caso y nos dirigimos al vestuario inmediatamente. Ambos estábamos vestidos en ropa informal; y así teníamos que ir a la residencia Montagna. No sabíamos con qué nos íbamos a encontrar pero de todas formas había que ir de civil. Agarramos nuestras credenciales y las guardamos en nuestras billeteras, pasamos por la recepción a retirar la dirección y salimos a toda prisa a nuestro destino.

 

 

III

          Estacionamos a un par de cuadras de la residencia. Nos bajamos del auto y comenzamos a caminar por la calle Manuela Pedraza, donde estaba ubicada la casa de los Montagna. En unas dos o tres cuadras supimos que llegamos al lugar indicado porque nos encontramos con una casa enorme que gritaba “dinero” mires por donde la mires, con un enrejado gótico enorme que rodeaba todo el perímetro de la casa, y ventanales enormes, obviamente tapados por cortinas grises claras, para no arruinar el interior de la casa con la pobreza del resto de la calle, supongo. Para entrar había una enorme escalera que se asemejaba a las escaleras caracol del siglo pasado, hecha de cerámicos negros. La reja estaba abierta y se podía pasar, cosa que hicimos. Subimos por las escaleras y nos encontramos con una puerta enorme con una especie de águila de bronce, la cual era para llamar a la puerta, cómo bien dedujo Marcos después de un minuto. Aquella fue nuestra siguiente acción, la cual tuvimos que repetir varias veces. Luego de unos minutos, el enorme portón comenzó a abrirse, y yo contemplaba el pequeño espacio que se iba abriendo, en búsqueda de algún rostro. Una vez que la puerta se abrió hasta más de la mitad, notamos que quien la abría era una anciana pequeña de estatura, que irradiaba esa ternura que irradian los abuelitos con cara de rebalsar de bondad. A pesar de que imponía ternura, en su rostro se podía notar algún tipo de dolor indefinido. O estaba cerca de su momento final, dado a que deducimos que ya estaba en una edad muy terminal, o simplemente tenía algún dolor que no podía describir. Una vez completó el enorme esfuerzo de abrir la puerta enorme de su casa, nos recibió.

-        En… ¿en qué puedo ayudarlos, caballeros? – nos preguntó con una extraña simpatía, como si estuviese ocultando tristeza detrás de la amable expresión de su rostro.

-        Hola, señora. Mi nombre es Marcos y él es mi compañero Dante. – dijo él luego de intercambiar miradas a ver quién le daría la noticia a esta ya perturbada mujer. – Venimos de parte de la Policía Federal. – mostramos nuestras placas con ya planeada coordinación. —Ehm… ¿Podríamos pasar?

          La anciana parecía sorprendida por un momento.

-        María Estella de Montagna – respondió, aunque no a la pregunta de Marcos. – Un placer. Si, como no, adelante.

          Asentimos con la cabeza y nos adentramos en el enorme hogar dela familia Montagna. Inicialmente, la casa parecía tener dimensiones exageradamente grandes, y con muy pocos muebles, pero mires a donde mires notabas un mueble que te llamaba la atención. Todos objetos importados de alto valor, que hacían el trabajo de decorar la casa de una forma excelente. El hall principal era ENORME, y sentía que mi ojo no bastaba para cubrir toda la superficie que cubría. Estaba dividido en dos partes, por una escalera enorme que estaba en la mitad  de él. En la izquierda tenías una mesa de té con sillas y sillones, una biblioteca considerablemente grande  y un ventanal que daba a un pequeño jardín. Tan pequeño que parecía ser un cuadro tridimensional. Y en la derecha tenías un gran televisor con un home theater de proporciones enormes, y una alfombra blanca enorme. Parecía un salón de baile compacto. La pared estaba repleta de cuadros de diferentes tamaños, todos imponían una emoción diferente. Al mirar para arriba, el techo parecía estar casi en el cielo, y había una especie de balcón interior que recorría todo el contorno del primer piso. En ese balcón, del lado derecho, se podía observar a una mujer apoyada en la baranda, observándonos. Muy probablemente la hija, Lucía.

-        Por favor, acompáñenme, caballeros. Vamos a ponernos cómodos, supongo. – comentó Estella, interrumpiendo mi interminable contemplación de lo que jamás podría llegar a tener. Nos acompañó al sector izquierdo del hall, el de la mesita de té. Nos sentamos y acomodamos todos; Marcos y yo de un lado y Estella del otro.

          Acordamos que Marcos haría la parte verbal. Yo no nací con el don social de la conversación.

-        Señora  Estella, permítame hacerle una pregunta. ¿Cuándo fue la última vez que escuchó sobre su hijo Federico?

-        ¿Federico? Ah, mi pobre hijo. ¿En que andará su condenada alma en este momento? – respondió la mujer. Personalmente, pensé que se sorprendería, o tardaría en responder, pero lo hizo de forma rápida. – Bueno, la última vez que lo vi fue el jueves de la semana pasada. Viene aquí todas las semanas a saludar y en busca de algo de ayuda. La vida no fue tan generosa con el como lo fue con… bueno, con todos nosotros.

-        Ah, ya veo, claro, por supuesto. Sí, estamos enterado de que su situación no era la mejor.

-        ¿Era? ¿A  qué se refiere?

          En el instante que la mujer hizo esa pregunta miré a Marcos, sabiendo que acababa de meter la pata. Marcos suspiró.

-        Señora Estella, le traemos una noticia. Hemos encontrado a su hijo… su hijo… ya no está entre nosotros, señora. —confesó Marcos con la mayor simpleza y suavidad que le pudo salir.

          La anciana quedó en shock absoluto. Parecía estar llevando todo con una gracia increíble hasta ahora pero en ese mismísimo momento se quebró. Mantuvo contacto visual con Marcos hasta que sus ojos se terminaron de llenar de lágrimas. “¡Lo sabía! ¡YO LO SABÍA!”, comenzó a gritar, mientras se paraba de su asiento y comenzaba a dar vueltas con su cabeza en el lugar, buscando algo pero sin encontrarlo. Al instante que gritó las palabras “Yo lo sabía”, la hija, quien era espectadora de nuestra conversación, dio la vuelta al balcón y bajó corriendo por las escaleras, dirigiéndose al lado de su madre. Una vez que la madre tuvo al lado a su hija finalmente encontró lo que estaba buscando. A pesar de que pensé que sucedería algo como un abrazo, una especie de lamento, o algo por el estilo, comenzaron a entablar una conversación extraña.

-        ¡Yo lo sabía! ¡Yo te dije que me parecía raro que no haya venido este jueves! ¡EL NUNCA DEJÓ DE VENIR! ¡Algo andaba mal! – exclamaba la madre en llanto.

-        Mamá, mamá, mamá, tranquila, tranquila, por favor – repetía la hija mientras abrazaba lo más fuerte que pudo a su madre.

-        ¡Yo lo sabía…! – seguía gritando la mujer, ahogando sus penas en el abrazo de su hija. Luego de unos minutos, se limpió las lágrimas con su misma manga del sweater  y volvió a nosotros; – ¿Qué le sucedió? – nos preguntó.

-        Pues… lo encontramos ya fallecido en un callejón, tirado en el piso. Rodeado de… de… de vómito, señora. – respondió Marcos. Sin embargo, antes de poder terminar la parte final la mujer volvió a explotar en llanto.

-        Marcos, creo que… podrías haberte salteado los detalles, ¿no? – le mencioné en susurro, y me respondió asintiendo la cabeza en silencio.

          Estuvimos una considerable cantidad de minutos estancados en la misma situación: Marcos con las manos cruzadas sobre la mesa y yo parado detrás de él con los brazos cruzados detrás de mí, observando a la madre no frenar su llanto y a la hija conteniendo a la madre. Esos minutos parecieron una eternidad. Finalmente, la hija llevó a su madre a su cuarto en el piso superior y estuvieron allí por un largo rato. Tiempo que pasamos intercambiando suspiros y todavía examinando la casa entera, atónitos. El silencio se enviciaba en el ambiente al igual que la falta de aire. Luego de un largo tiempo de silencio, se escucha una puerta abrirse y cerrarse, y vemos a la hija, Lucía, bajando las escaleras.

-        Caballeros, disculpen si les estamos haciendo perder tiempo, es que… bueno, nada, esta familia experimenta cada vez más pérdidas. Mi padre también falleció hace no mucho tiempo y la perdida de mi hermano Federico está causando que mi madre entre en un quiebre psicológico… siente que no puede terminar su vida en paz. En fin, creo que nada de esto les interesa a ustedes, oficiales. Repito, perdonen por todo lo sucedido.

-        No, no, por favor, pedir perdón es ridículo. Nosotros más que nadie entendemos lo que es perder a alguien cercano… y con tanta frecuencia. No se preocupe, venimos acá exactamente para aclarar toda esta nube de desgracia. – respondí.

-        Bueno, pues… gracias. Verdaderamente aprecio que a alguien todavía le importe esta familia… estuvimos suspendidos en la nada por mucho tiempo. En fin, me imagino que necesitarán aclarar algunas dudas antes de irse. No creo que pierdan su tiempo de esta manera solamente para darnos la noticia.

-        Dante, andá vos. Yo me voy a quedar acá examinando un poco más la casa. Ya sabes, protocolo. – me exclamó Marcos del otro lado del hall.

-        Bueno, lo invito a mi cuarto entonces, oficial… ¿Dante, escuché? Creo que vamos a poder hablar más cómodos allí. – dijo Lucía. Asentí con la cabeza y comenzamos a subir las enormes escaleras.

          En el camino hacia arriba me detuve a escanear a Lucía. Para ser honesto, físicamente era bellísima. Era un poco más alta que la mujer promedio de su edad, y como conclusión deduciría que tiene unos treinta y algos, similar a mí. Tenía unos ojos verde oscuro que podías diferenciar a kilómetros de distancia, que combinaba con una mirada imponente. Su cabello caía hasta un poco menos de la mitad de su espalda, un cabello castaño oscuro y extremadamente lacio, pero despeinado al mismo tiempo. Se vestía con extremada simpleza el día que la visitamos con primera vez; un jersey rojo, unos jeans azul claro y zapatillas para correr de alguna marca cara que no me acuerdo. La verdad, era una vista para recordar. Una vez que llegamos al piso de arriba e ingresamos al cuarto, me quedé una vez más atónito. Era del tamaño de mi departamento completo. Tenía una cama doble enorme con palos de madera en los extremos que se elevaban hasta el techo, y de sus extremos caían unas telas muy finas por las cuales se podía ver a través. La habitación tenía un ambiente vivo y de un rojo lujurioso, con alfombras en los pisos y distintas decoraciones por la pared y el techo, pero todo de diferentes tonos de rojo fino. Los aspectos que más me llamaron la atención eran el baño personal que poseía la habitación, un ropero enorme que era el mismo tamaño que mi cocina y un balcón lleno de vegetación variada, más que nada rosas y enredaderas colgantes. Proseguimos a acercarnos a una esquina con un pequeño pero considerable mini-bar, una mesa de vidrio y dos sillas con exterior aterciopelado. Lucía removió una notebook de otra marca cara cuyo nombre no logro recordar de la mesa y la apoyó sobre la cama. Luego volvió al mini-bar y preparó dos tragos diferentes, dejándolos sobre la mesa.

-        Disculpa el desorden… no tuve tiempo de preparar nada para visitas. En verdad, ni las esperaba. – mencionó Lucía.

-        No hay problema, mi departamento es igual. – repliqué, esbozando una sonrisa. Lucía respondió con una breve risa.

-        Supongo que estamos todos iguales. En fin, oficial, estoy a su servicio. ¿Qué necesita?

-        Bueno, la razón principal por la que estamos acá es que nos sorprendió ver que la víctima era parte de una familia de clase económica alta, pero cuando nos lo encontramos tenía pinta de, bueno, de vagabundo.

-        Sí, pobre Fede… realmente me llevaba tan bien con él, lo amaba. Era una gran persona. Las memorias que tenemos juntos desde la infancia hasta… bueno, hasta ahora, son incontables e infinitamente felices. Nunca fue del tipo cheto como nos dicen acá, de todas formas. Era súper amigable, humilde, y jamás se preocupó por la fortuna familiar. Es más, dudo que en algún momento haya sabido verdaderamente que esa fortuna existía. – conversaba Lucía, esbozando una sonrisa mientras continuaba y perdiendo su mirada en alguna memoria. Verdaderamente parecía que estaba en otra dimensión, viviendo otra experiencia de la que veíamos nosotros.

-        Pero… ¿Qué pasó? ¿Cómo terminó así? – pregunté. Lucía rápidamente volvió a la realidad.

-        Soy arqueóloga, señor Dante. Me interesa absolutamente  todo lo que es historia antigua. Mi hermano, Federico, también solía ser arqueólogo. Es un interés que formamos los dos desde la niñez, y al cual nos dedicamos a lo largo de toda nuestra vida. Hace unos dos años, hubo un proyecto que ambos iniciamos, el cual nos llevó a un enorme descubrimiento arqueológico, que nos hizo reconocidos en toda la comunidad de arqueólogos de Sudamérica. Había un montón de plata vinculado con ese descubrimiento, y mi hermano decidió que no quería ser parte de ello. Él lo hacía por la pasión del descubrimiento, de la intriga, de que hubo antes, todo lo que hace que un arqueólogo inicie en esta línea de trabajo. Y cuando hicimos ese descubrimiento, me dijo que no le interesaba todo ése dinero. Que me lo quede todo yo, que no importaba. Y a partir de ahí no sé qué sucedió… en la familia tomamos como hipótesis que tuvo un quiebre  psicológico, se fue de la casa y nunca volvió. Comenzó a hacer sus propias investigaciones, pero a pesar de su apellido nadie lo aceptaba. Nadie quería ayudar a Federico. Se empezó a volver loco, tantas cosas por descubrir y tan poca gente con pasión dispuesta a ayudarlo. Se negaba a recibir mi ayuda, decía cosas como “Vos ya llegaste a la cima, hermanita. Ahora me toca a mí”, o cosas así. Tomó nuestro logro como solo mío, nunca supe porque. Su necesidad de lograr algo totalmente solo lo llevó a la quiebra. Luego de un tiempo se resignó y comenzó a visitarnos una vez por semana, principalmente para algo de ayuda para sobrevivir en la calle, como ya les contó mi madre. Incluso mi madre lo incluyó en su enorme herencia… que desde el fallecimiento de mi padre se multiplicó su valor. Supongo que… supongo que no fue suficiente. Qué lástima… me gustaría por lo menos haber entendido porque se mandó así contra el mundo solo, teniendo tantos recursos de su lado.

-        Suena como una historia bastante complicada de entender, Lucía… no te culpo. Sí, evidentemente tu hermano tuvo algún tipo de quiebre, no logro encontrar una explicación lógica para lo sucedido. – repliqué a la gran explicación que me dio la señorita Montagna. – Repito, verdaderamente me siento mal por todo lo sucedido. Debe ser muy difícil para vos y tu madre.

          Lucía se limitó a largar un gran suspiro y asentir con la cabeza dado mi comentario. Acto seguido, agarró el trago que había preparado y comenzó a dar varios sorbos seguidos, mirando al vacío. Hice lo mismo. Cada vez sentía el ambiente más viciado en esa casa: a la madre la rodeaba una sensación de tristeza que nada parecía poder curar, que había perdido demasiado ya, que ni su gran fortuna podría cubrir todo lo sucedido. La hija parecía ser estar encarando la situación con una increíble fuerza… su familia entera poco a poco estaba cayendo a pedazos, la familia con quien creció toda su vida, y ella mantenía su rostro en alto. Yo no sé si hubiese podido mantener la misma cordura con todo mi mundo cayendo a mí alrededor.

-        Lucía, ¿puedo continuar con las preguntas? – dije, apoyando el ya vacío vaso en la mesa.

-        Como no, Dante. Lo que sea, dígame. – replicó, volviendo de la nebulosa en la que se había perdido.

-        ¿Cuándo fue la última vez que viste a tu hermano?

-        El jueves pasado, el día que vino acá. Solo los jueves nos veíamos; el resto de la semana no sabíamos dónde estaría. Recuerdo que le di bastante plata y le recomendé un restaurante… no… no recuerdo cual la verdad, lo lamento.

-        No importa, no es relevante. – respondí, anotando la conversación textual en un bloc de notas como lo pide el protocolo. – Tu  madre gritó muchas veces las palabras “Yo lo sabía” dado lo sucedido abajo.  ¿A qué se refería? ¿Qué sabía? – pregunté. Lucía suspiró.

-        Federico siempre venía todos los jueves, todas las semanas. Este jueves, sin embargo, no vino. Era muy raro que deje de venir, pero con lo que le sucedió a su cabeza, yo no me preocupé mucho. ¿Quién sabe? Capaz había encontrado un trabajo y por fin iba a poder dar vuelta su vida. Pero no… claro que no. En fin, mi madre, sin embargo, no estaba tan despreocupada como yo. Estaba segura de que si no había venido era porque algo le había pasado. Algo malo. Y así fue… supongo que es el instinto de madre.

-        Supongo que lo es… en fin, muchísimas gracias, Lucía. Nos vamos a mantener al tanto e investigar en lo que ya tenemos, supongo.

-        No sé qué tan lejos van a llegar… por más que se esfuercen, no sé qué tanto sentido o lógica haya tenido la vida de mi hermano en sus últimos días. Por ende, no sé qué tanto sentido tendrá que le pongan mucho esfuerzo en esto. En fin, supongo que saber la verdad ayudará a mi madre, perdón, estoy siendo egoísta. Gracias por su ayuda, oficial.

-        No hay de qué.

          Me paré de la silla y saludé a Lucía formalmente antes de retirarme de la habitación. Al salir, por un momento, me sentí perdido. Las dimensiones de la casa todavía me parecían exageradamente enormes. Tuve que ubicarme rápidamente y dar vuelta todo el balcón para bajar las escaleras (la puerta del cuarto de Lucía estaba enfrentado a la entrada de la casa). Al estar en la planta baja otra vez, no encontraba a Marcos.  Comencé a adentrarme por las puertas abiertas de la casa hasta llegar a la cocina. Una vez más, tuve esa sensación: la cocina sola era más grande que mi departamento entero. No tuve tiempo de examinarla detenidamente dado a que me encontré a Marcos en una de las puertas que salían de la cocina. Por un momento parecía agitado físicamente, pero no le presté atención. Marcos siempre estaba emocionado cuando algo nuevo aparecía en nuestras vidas. Intercambiamos pocas palabras como “Pero por dios, en esta casa me pierdo” o “¿Y ahora qué carajo hacemos?”, pero finalmente optamos por retirarnos de la casa. Ya estaba anocheciendo y nosotros todavía teníamos que reportarnos devuelta en la comisaría. “Aquí no hay nada más que ver”, fue otra de las cosas que comentó Marcos. Así que salimos de la casa y fuimos a buscar el auto para reportar todo lo descubierto a la comisaría.

IV

          Llegamos a la comisaría pero Armando no estaba. Supongo que el sándwich que se mandó le habrá caído mal y se volvió a su casa. Marcos y yo le dejamos nuestras anotaciones a la secretaria de la sala de autopsia y le dejamos un par de cosas dichas verbalmente, cómo que faltaban algunas cosas dado a que preferiría quedarme yo siempre con mi bloc de notas, por si acaso. Pero que si faltaba alguna pieza del rompecabezas que me llame. Marcos y yo todavía opinábamos que a pesar de que era un caso peculiar no era más que un vagabundo que murió por husmear en lugares donde no había que husmear. Pero el tema del veneno… ese tema me pone nervioso, para ser honesto. Es lo único que nos frena de cerrar el caso. De todas formas tenemos intriga, no vamos a cerrar un caso en el que tenemos dudas, así que supuse que lo discutiríamos durante la patrulla nocturna. Esta vez, era mi turno de conducir. Era viernes, y la luna estaba súper apagada. En cualquier otra circunstancia yo estaría durmiendo como un bebé, pero todo lo que estaba pasando me mantuvo despierto. Y lo que me mantuvo todavía más despierto fue el comentario que Marcos prosiguió a hacerme:

-        Dante, hubo algo de la visita a los Montagna de hoy que no te terminé de contar. – confesó Marcos.

-        ¿Vos me estas jodiendo? ¿Cómo te vas a negar a contarme algo en semejante caso? – respondí.

-        No, escúchame, va más lejos que eso. ¿Te acordás de Dominico Montagna? ¿Padre y líder de la familia Montagna? Hasta su fallecimiento, obviamente.

-        Sí, sí, obvio que me acuerdo.  Complicado árbol genealógico tiene esa familia.

-        Bueno, no está tan difunto como aparenta estarlo, Dante.

          Frené el auto de inmediato. Apoyé a fondo mi pie en el freno. Me acababan de desparramar todas las fichas en el tablero y tirado el tablero por las ventanas. Marcos, quien no solía ponerse el cinturón de seguridad, casi sale volando. Oficiales certificados de policía, seguridad ante todo.

-        ¿Qué acabas de decir? ¿Escuché bien? – me aseguré.

-        Sí, escuchaste bien, acabo de decir que el padre de esa familia sigue vivo. Es más, me animo a decir que está más vivo que nunca.

-        Anda al punto, Marcos. Me voy a volver loco.

-        Lo vamos a ver. Exactamente ahora. No me importa la tan interesante patrulla nocturna.

-        ¿Qué? ¿Cómo que lo vamos a ver? Pará, me estás tirando todo de una y no tengo tanta capacidad de procesamiento, querido. ¿Por qué no me dijiste todo lo que sabías cuando salimos de la casa? – insistí. Marcos suspiró.

-        Dante, me encontré con Dominico inspeccionando a fondo la residencia Montagna. Mientras vos hablabas con tu nuevo amor, yo me había quedado afuera toqueteando todo y mirando si había algo fuera de lo normal. Después de un largo rato de búsqueda, me terminé sentando enfrente a esa ventanita chiquita, ¿te acordás? La que tenía un jardín, que parecía un cuadro. Bueno, te va a causar gracia, pero mientras inspeccionaba todo el jardín intentando encontrar algo que hacer, intento prender un pucho y se me cae el paquete afuera de la ventana. La ventana era más chica que las que tenemos nosotros en las oficinas, así que imagínate. No llegaba estirándome, así que tuve que salir al jardín a través de la ventana para agarrar el paquete. En eso, cuando salgo, me doy cuenta que en un ángulo que es imposible de ver desde adentro de la casa hay una escalera súper camuflada con una enredadera. Obviamente, dado a que me estaba dedicando a investigar toda la casa, bajé por esas escaleras. Y ahí me lo encontré. No sé cuándo fue la última vez que ese hombre se duchó…

-        Irrelevante – interrumpí.

-        Sí, sí, tenes razón. Me tapó la boca y me llevó a través de todo lo que parecía ser lo que los yanquis llaman “habitación del pánico”. Ya sabes, esos lugares diseñados especialmente en las casas ricas para situaciones de alto riesgo, lugares que suelen ser muy difíciles de encontrar o prácticamente imposible. Esta habitación del pánico tenía conexiones, así, a través de ductos, con todas las salas de la casa. A través de una de ellas logramos escuchar toda tu velada con la señorita Lucía. Pudimos escuchar, pero no teníamos detalles gráficos. Todo esto, obviamente, con mi boca tapada. Finalmente, me dijo que no tenía que hacer preguntas y que era crucial que nos encontremos en ésta dirección a las diez de la noche. No sé si es relevante, pero creo que tiene audios grabados de todo… lleva una grabadora a todas partes. El tipo paranoico.

-        ¿Por qué nunca jamás salió de ese escondite? ¿Y porque quiere hablarnos a nosotros? Dios, ¿Por qué siquiera está vivo? Son demasiadas las preguntas.

-        Dijo que nos respondería todo cuando estemos seguros. – confirmó. Yo suspiré.

-        ¿Qué dirección es? – pregunté. Marcos puso un papel escrito en tinta azul sobre el panel del auto. Miré el papel, respiré hondo y volví a acelerar, yendo a la dirección en cuestión.

          Llegamos a la calle que nos había anotado el resucitado Dominico Montagna, y ahí dejamos el auto estacionado. Agarramos el papel y empezamos a caminar por dicha calle, en búsqueda de la altura del edificio en cuestión. La noche extremadamente apagada y la apariencia que teníamos Marcos y yo me recordó a las películas policiales de mafia de Hollywood; teníamos sombreros  y sacos largos. Personajes bastante sombríos si no nos conocen, diría yo. Seguimos caminando por la oscura calle, mirando con atención todas las alturas, dado a que la mayoría estaban borrosas o en números antiguos que había que frenar para leerlos bien. No había llovido en todo el mes, y aun así el ambiente y las calles estaban húmedas. Aires acondicionados goteando del rendimiento al que los empujan sus consumidores, o gente que riega sus plantas y veredas a horarios poco ortodoxos. Todas cosas que hacían que sintiese más escalofríos todavía. Luego de varios minutos de caminata nocturna y silencio poco abrumador, llegamos la altura que buscábamos.

-        Es acá – comentó Marcos.

          Subimos las escaleras y tocamos la puerta. No había portero ni nada por el estilo, si nos atendían era porque nos estaban esperando. No hizo falta ser insistente; nos abrieron al instante que alejé mi mano de la puerta. La puerta se abrió y el interior de la casa estaba cubierto de sombras, telarañas y ángulos cubiertos por oscuridad o incluso una leve niebla que realmente no te impulsaba a investigar que había más lejos de lo que tus ojos te dejaban descubrir. Una vez adentro, se cerró la puerta bruscamente y al instante una tenue lamparita que reinaba sobre toda la oscuridad se encendió, iluminando los ángulos más relevantes de la habitación.

-        Hola, chicos. Espero que mi ausencia no los haya hecho sufrir mucho – comentó una voz que ya conocía, quien prosiguió a reírse luego. No tardé en reconocer no solo la voz, sino también la risa de Armando. Sacudimos manos, a pesar de que mi confusión era grande. Me saludó y volvió al lado de Dominico, quien estaba parado cerca de una mesa, iluminados por la lamparita.

-        ¿Algo más de lo que no esté enterado? – le pregunté en un susurro a Marcos con un determinadamente bajo nivel de enojo.

-        Ya nos enteraremos – replicó en el mismo tono de voz.

          Nos acercamos a la mesa en la cual los otros dos sujetos estaban apoyados, y por primera vez ambos, escuchamos la voz del mismísimo Dominico Montagna.

-        Buenas noches, caballeros. Espero que no se ofendan, pero para el caso de mi hijo y tal vez hasta mi mismo caso, ya casi tengo todas las fichas puestas en su lugar. Los invité hoy a este tenue lugar para explicarles las cosas y aclararles las dudas que tengan. No se preocupen, no les llevo ventaja en esta investigación por superioridad mental ni agilidad en acciones, si no que les llevo casi diez años en la misma investigación que ustedes. Es más, ustedes lograron averiguar en un día lo que tardé en descubrir casi un cuarto de mi vida. Basta de hablar, y prosigamos a lo que les debo: una explicación.

          A esta altura, ansiaba lo que sea que esté a punto de decir este hombre. La intriga y el enigma en este caso subió de cero a mil en solamente un anochecer, y todo esto se está poniendo extremadamente  interesante. Ya de por si el hecho de que alguien cuya familia y cuyo país pensaban que estaba muerto desde hace casi diez años este dándome la explicación de un caso que hace horas estaba en mis manos muestra que, evidentemente, esto ya ni si quiera puede estar en mis manos. Se me fue en absoluto.

-        En fin, no perdamos tiempo, comencemos – exclamó  Dominico. Todos nos repartimos en lugares equitativamente divididos alrededor de la mesa, prestando atención a lo que sea que vaya indicar Dominico sobre ella. Como había mencionado Marcos, había una grabadora de audio encendida sobre la mesa, entre otras cosas, como los resultados de las autopsias de Armando o las bolsas con las pruebas físicas. – Me imagino que lo que ustedes querrán saber es la solución a su caso, es decir, como murió Federico Montagna, mi hijo.  Para llevar a esta conclusión, los quiero llevar a todos por un viaje… imaginativo. Dante, comienza. A pesar de que tu amigo Marcos y yo ya escuchamos la conversación que tuviste con mi hija, necesitamos que nos des los detalles gráficos. Gestos, lenguaje corporal, si sucedió cualquier cosa de la que nosotros no nos podríamos haber dado cuenta. Relátanos todo de la forma más completa que puedas.

-        Bueno, ah… es algo bastante largo, pero sí, por supuesto – respondí. – Una vez ya subidas las escaleras hacia su cuarto, cerró la puerta y se dirigió a la mesa de vidrio en una de las esquinas. Tenía una notebook abierta, evidentemente prendida, sobre ella, y para despejar espacio la movió hacia su cama, cerrándola. No noté si la apagó o no. Luego, abrió el mini-bar y nos preparó a ambos una bebida, si no me equivoco cada uno distinta. Mezcló distintos tragos en cada uno, no presté atención sobre lo que hacía pero parecía saber lo que estaba haciendo. Luego apoyó los vasos sobre la mesa y comenzamos a hablar. ¿Qué decirles a parte de lo que ustedes ya saben…? Bueno, durante la conversación entera de vez en cuando parecía irse del mundo, como que estaba en otra, absolutamente, o hacía pausas consideradamente incómodas, como luego de mencionar que las últimas palabras que le dijo a su hermano fueron recomendaciones para un restaurante. Supongo que sí, ahora que lo escucho suena algo ridículo. Al terminar la conversación, simplemente me paré y me fui. No recuerdo nada más relevante.

-        Ya veo… Verdaderamente, aprecio su colaboración, gracias. Esto sucedió ayer, jueves, ¿verdad? – preguntó Dominico, a lo cual respondí positivamente. Dominico se miró con el forense Armando, y noté que me miraron al mismo tiempo. Acto seguido, suspiraron. No le di importancia. – En fin, gracias, Dante. Tu compañero Marcos y el forense Armando lograron darme los detalles que me faltaba, aquellos que no podía conseguir escondido en un sótano. Así que, permítanme proseguir a darles lo que ustedes no saben y yo sí.

-        Antes de eso, señor Montagna, me acaba de surgir una duda. Si pasó casi una década escondido en ese sótano, ¿cómo logró salir para venir hasta acá y hablar con nosotros? – pregunté.

-        Con nuestra ayuda, los creas o no. – replicó Marcos, y prosiguió a explicarme. – Cuando vos estabas hablando con Lucía, y yo todavía estaba revisando el hall de la casa, Estella brevemente  salió de su habitación y me buscó. Me preguntó si tenía algún consejo para combatir la depresión. Yo le recomendé salir a caminar… más o menos a esta hora. Preferencialmente, acompañada. Esto fue de pura casualidad, todavía ni estaba enterado de que Dominico estaba vivo. Luego, cuando me encontré con él, se lo comenté, y aparentemente me hicieron caso. Dominico se dio cuenta de esto y salió un poco después de ellas. Y acá está.

-        Gracias, Marcos – finalizó Dominico. – Si me permiten, prosigo a mi explicación. Caballeros, ¿alguno de ustedes está familiarizado con mi caso? – preguntó. El único que levantó la mano fue Armando; ya llevaba décadas en la comisaría. “También veneno”, nos dijo a Marcos y a mí. – Exacto, veneno. Igual que a mi hijo. Solo que lo mío mereció más atención; yo no terminé como mi hijo. Tenía plata. La investigación duró algunas semanas, pero se dejó el caso abierto y olvidado dado a que habían muchas dudas, incógnitas y faltaban muchas piezas en el rompecabezas. La mayor pieza en el rompecabezas que faltaba era… bueno, pues, yo. Nunca encontraron mi cuerpo, solo los restos de lo que había ocurrido, y eso se vinculó con mi desaparición. Se supuso homicidio recién luego de varios días. Sí, ingerí el veneno. Sí, sigo vivo. Armando y yo estuvimos discutiéndolo antes de que ustedes lleguen, y no tenemos idea como, pero aparentemente el veneno no surgió su efecto. O la fórmula no estaba perfeccionada y fue un acto débil, o yo, por alguna propiedad de mi cuerpo, fui, o soy inmune a los efectos. Vivo para contar como me intentaron matar. Luego de diez años, intentaron utilizar el mismo veneno, que supuestamente había actuado eficientemente, para asesinar a mi hijo. Pero aparentemente, la fórmula fue incluso más perfeccionada y cumplió su objetivo. La persona detrás de todo esto planea eliminar a toda la familia Montagna. Mejor dicho, planea ser la última y única heredera de dicha fortuna.

          Absolutamente todos en la habitación quedamos atónitos. Incluso al mismo Dominico no le caía la ficha de lo que acababa de decir. Yo personalmente, que fui el único de nosotros tres policías que habló con ella, jamás hubiese sospechado de ella. Creo… supongo. Es decir, claro, cuando a uno le revelan la verdad no la puede negar, pero si hubiese sido por mi creo que no le habría apuntado el dedo a ella en toda la investigación. Chica inteligente… ni siquiera hay pruebas de que fue ella. Solo el testimonio de un supuesto padre difunto que escucha cada susurro que se dice por la casa escondido en su sótano… suena convincente. No me quería apresurar. ¿Verdaderamente fue ella? Parecía increíble, aunque tenía cierto sentido. ¿”Cierto”? Tenía demasiado sentido. De todas formas necesitaba una explicación… algo que me aclare las cosas.

-        ¿Cómo podes estar seguro de ello? – pregunté luego de varios minutos de silencio.

-        Estuve diez años de mi vida pensando sobre todo esto, Dante. Diez años. Y ustedes me acaban de traer las últimas piezas del rompecabezas. ¿Recuerdas lo que te contó mi hija sobre el descubrimiento que ella y Federico habían realizado? Escuchamos la conversación que ambos tuvieron, y puedo decir con seguridad que un noventa por ciento de lo que dijo es mentira. Porque también escuché la conversación que ella tuvo con Federico. ¿La quieres escuchar? – preguntó, mostrando otra grabadora. Parecían nunca acabarse.

-        No… no hace falta. – repliqué.

-        Bien, aprecio tu confianza. De todas formas, en esa conversación, Federico no rechazó la riqueza que habían ganado con su descubrimiento. Lucía se la negó. Y Federico… era demasiado modesto. Demasiado humilde, y lamentablemente… demasiado crédulo. Se creyó el cuento que le hizo mi hija para negarle lo que se merecía, y fue así como le causó un quiebre psicológico a mi hijo, que lo hizo perseguir un logro personal por el mismo. Mi hija era una manipuladora mental experta, y era increíblemente ambiciosa. Codiciosa. Egoísta. Siempre buscó la fortuna, la fama, todo. No te querés imaginar la fortuna que mi familia armó en sus años dorados, Dante. La herencia que técnicamente dejé yo al fallecer es… grande, para decir poco. Lucía está acabando con cualquier otra persona con quien se dividiese esa fortuna cuando fallezca mi esposa, Estella. Ya logró asesinar a mi hijo, y de cierta forma, a mí también. Solo le resta esperar a que mi pobre esposa ceda  a la edad, y ya está.

-        Dominico… no… no entiendo, si usted sigue vivo, ¿Por qué no sale a decirlo? Ya no habría más herencia, y su hija sería llevada al frente. – comentó Marcos.

-        Marcos, estoy muerto hace ya mucho, mucho, mucho tiempo. Para los ojos de los medios y de la justicia, cualquier persona que salga a decir que es alguien que murió hace una década es tratada como loca. No tendría sentido. De todas formas, por más ineficiente que yo diga que es hacer eso, Armando planea hacer algo así. Armando, te cedo la palabra. – acabó Dominico.

-        Gracias. Chicos, a ver, esto es lo que planeo yo. Vamos a llevar a juicio a Lucía Montagna. Un juicio público. Asistiremos Marcos, Dante, Dominico y yo. Todos tenemos nuestra pieza para completar el rompecabezas y entregárselo al juez.

-        Como dijo Dominico recién, ¿Qué pruebas tenemos? – preguntó Marcos, inclinándose más hacia Armando y Dominico a través de la mesa. – por más argumento que tengamos, el juez no nos va a dar bola sin pruebas. Inspeccioné e escaneé la residencia Montagna a fondo, no se me pasó ni un solo lugar, ni un solo contenedor. Aunque… el último y único lugar que no examiné fue la habitación  de Lucía. No vamos a tener chance de volver ahí. Dante, vos fuiste, ¿Qué viste? – preguntó, inclinándose con rapidez hacia mí.

-        Nada que me llamase la atención… ya les conté todo. Honestamente no presté mucha atención a los alrededores, solo me concentré en el testimonio de Lucía. Ya dije todo lo que sé. – repliqué, con una gran impotencia.

-        No nos alteremos ni preocupemos. Tenemos el testimonio de Dominico Montagna, quien esperemos que lo tomen en serio. Tenemos su grabaciones, que viene haciendo desde hace… mucho tiempo. Son una gran fuente de pruebas para fortalecer nuestro argumento. Chicos, ¿saben con qué está relacionado el descubrimiento de los hermanos Montagna? Arqueología, obviamente, pero más específicamente. Medicina y curandería. Estudiaban los venenos y sustancias que se utilizaban en la época para la caza y, o ayudar a los heridos. – nos reveló. Me sorprendí. Utilizó el propio descubrimiento de ella y su hermano para asesinarlo. Y quizás por eso no funcionó con su padre… poco a poco todo me va cerrando. Ella me mencionó que estuvo interesado en esto desde su infancia. Estudiaba venenos pero jamás había hecho semejante descubrimiento. Antes de él, lo intentó con su padre, pero no era lo suficientemente potente. Luego, descubrió la fórmula perfecta y la utilizó con su hermano, y cumplió su objetivo. Dios santo. – Que ironía, ¿no? La verdad es tan obvia, tan al frente de todos, y aun así nadie se da cuenta. Cuando lo noté yo me sentí un imbécil. En fin, sí, faltan pruebas, pero somos inteligentes, y tenemos el enigma resuelto en nuestras manos. Repito, pibes, somos inteligentes. Sé que si el juez se nos pone duros vamos a poder argumentar y poder llevar a la otra a la justicia. Y si nos pide pruebas irrefutables… bueno, veremos qué pasa. Vamos a volver a llevar a la luz un caso con todo, no se va a quedar abierto. Yo sé que todo va a salir bien.

 

V

          Había llegado el día. Desde aquella noche que discutimos cada aspecto de este caso ya no tan enigmático, las cosas pasaron increíblemente rápido. Armando hizo arreglos con el jefe para conseguir un juicio público a Lucía Montagna, el cual se iba a realizar hoy, Martes, cinco días desde el día que investigamos por primera vez la residencia Montagna con Marcos. El juicio se iba a realizar a la tarde, así que esta vez tenía tiempo para dormir. Desactivé ese despertador horrendo cuyo tono musical todavía tenía que cambiar, y dormí hasta cuando mi cuerpo me lo pidió. Me desperté al mediodía, más o menos. Las líneas de la cortina de plástico que había puesto sobre mis ventanas estaban ya rotas, y se filtraba suficiente luz como para forzarme a levantarme. El día estaba bastante soleado y despejado, no había ni una nube en el cielo. Te daban ganas de salir a la calle. Desayuné más rápido de lo normal, supongo que por nerviosismo. Y la ducha fue mucho más lenta, estuve mucho tiempo pensando que podría llegar a pasar. Los tiempos se invirtieron ese mediodía: desayuno rápido y ducha lenta. Salí de la ducha, y me puse el mejor traje que tenía guardado en el ropero. Creo que era la primera vez que lo usaba; lo compré para situaciones formales, pero la verdad que con mi tan indiferente vida social nunca tuve la chance para utilizarlo. Una vez terminada mi modificada rutina matutina salí de mi departamento y me dirigí hacia los Tribunales de la Justicia. Pasé a buscar a Marcos con mi auto antes de ir, para ver si estaba igual de nervioso que yo. Lo estaba. Discutimos algunos aspectos de cómo actuar durante el juicio, pero nada fuera de lo normal. El hablaría, yo solamente a la hora de dar los datos que solo yo sé. Los que más hablarían iban a ser Armando, dado a que él iba a dar todas sus explicaciones químicas y a proveer las pruebas que teníamos, y Dominico, que era el testimonio y prueba absoluta de lo que estaba sucediendo. Él y sus grabaciones.

          Estacionamos exactamente en frente de los Tribunales, y nos bajamos con la coordinación de siempre. Gracioso, teníamos el mismo tono de traje, una vez más parecíamos salidos de una película. Se estaba empezando a hacer costumbre. Más gente de lo que esperábamos estaba deambulando por afuera y por adentro de los Tribunales. Estábamos llegando muy sobre la hora, así que nos apresuramos, entramos en el salón y tomamos asiento al frente de todo. Nunca había asistido a un juicio así que, en pura honestidad, estaba bastante perdido. Al frente de todo, teníamos al Juez principal en el medio, quien dirigía todo el juicio, acompañado por el resto del jurado a sus alrededores. A la izquierda, enfrente al jurado y al Juez, teníamos a Lucía y a su abogado, un hombre exageradamente alto (todo lo relacionado con los Montagna tenía dimensiones exageradas aparentemente)  con el pelo peinado para atrás, si mi vista no me fallaba creo que había utilizado gel. Tenía un traje azul chillón, a cuadros, y una corbata roja que hacía un molesto contraste. Era bastante delgado, me animo a decir que demasiado. Su rostro imponía un gesto imperativo, no parecía tener intención de perder el caso. De la derecha, es decir, “nuestro” lado, estaba Armando, quien haría de una especie de fiscal, es decir, defensor de la víctima y quien muestra las pruebas, Marcos, y yo, que creo que contábamos como simplemente más pruebas y testimonios a nuestra ventaja. Al entrar y tomar asiento junto con Armando, Lucía nos envió una mirada totalmente detonante a Marcos y a mí. Un escalofrío corrió por mi cuerpo a una rapidez impresionante; creo que llegó a asustarme la profundidad de su mirada. Al instante miré para otro lado y tomé asiento junto a Armando, pero creo que logré ver a Marcos hacer un leve gesto de indiferencia con los hombros. No pude evitar sonreír. Marcos siempre tenía una actitud inteligentemente provocadora… hasta cuando no le convenía.

          Al que no habíamos visto llegar hasta ahora era al señor Dominico Montagna. Y eso fue lo que temía. Él era el único que no estaba un cien por ciento de acuerdo con nuestro plan, y además era la prueba más grande de todas. Sin el nuestro argumento prácticamente no tenía sentido. Bueno, otro de mis miedos era que incluso con él tampoco lo tenga. Pero exactamente cuando este pensamiento cruza mi mente, se escucha que los enormes portones del salón se abren y todos los espectadores y presentes giran a ver. No nos decepcionó; era Dominico, con un traje, camisa, corbata, pantalones y zapatos, todo absolutamente negro. Irónicamente, parecía estar de luto. Bajó por las escaleras del salón hasta llegar a nosotros, y se podían oír los comentarios, cotilleos o gente respirando en un volumen más alto de lo que usualmente lo hacen, todo posiblemente de gente que había asistido al juicio por alguna vez estar relacionados con el caso Montagna o con la familia en sí, y daban a Dominico por muerto. Estos fueron quienes lo reconocieron, el resto estaba en duda. La expresión de Lucía cuando Dominico tomó asiento en nuestra mesa, juro por Dios, que no tenía precio. Era una mezcla de todas las emociones existentes en un solo rostro, una sola expresión, una sola mirada. A pesar de ser un acto único, no duró, porque tuvo que camuflar haber sido sorprendida por donde más le dolía enfrente al juez. Lo más probable es que valla a negar que ése sea su padre. Dominico tomaría el rol  Una vez que se hizo silencio en el jurado y varios minutos habían pasado sin que nadie ingrese al salón, se cerraron los portones.

-        Silencio en la sala. El juicio comienza. – exclamó en un tono moderado el juez, acto seguido, hace el típico gesto del martillo contra la base de madera, que retumbó por todo el salón, el cual ya había pasado varios minutos en silencio.

          El juicio comenzó con Armando presentando la acusación, explicando la conclusión que habían tomado Dominico y él sobre como intentó cometer ambos crímenes. Luego de la conversación que tuvimos con ellos ese viernes a la noche, nosotros nos retiramos, pero ellos se quedaron planeando todo a fondo y tomando conclusiones. Su conclusión final, la cual acompañaron con distintas pruebas y rastros encontrados por ellos, fue la siguiente: El último día que Federico Montagna y Lucía Montagna se juntaron fue un jueves, hace unas dos semanas. Lo último que hizo Lucía en cuanto a su hermana fue recomendarle un restaurante, que a pesar de que Lucía decía que no se acordaba a cual lo había direccionado, una interrogación que Armando llevo a cabo con todo el personal del restaurante en cuyo callejón lateral se encontró el cuerpo de Federico reveló que cuando el llego a pedir su comida, dijo que venía en nombre de Lucía Montagna. Así que el restaurante coincidía. Lucía se quería asegurar de que no muera en el acto, pero tampoco que llegue a volver a su casa la semana siguiente, entonces utilizó un veneno que actuaba en cinco o cuatro días luego de ser ingerido. Pero el día de su muerte, Federico volvió al restaurante, porque sabía lo que le estaba pasando: fue envenenado con su propio descubrimiento, él sabía cómo funcionaba, y se dio cuenta. Pero volver a su hermana no tenía sentido, no. En cambio, volvió al restaurante donde ingirió el veneno (puesto en la comida por un conocido o contratado de Lucía) para que la policía lo encuentre ahí y tener un pie en su investigación. Armando acompañó su conclusión con las pruebas que había extraído del vómito, como las muestras del veneno. Tengo que admitir que de un simple forense salió un increíble fiscal, y junto con Dominico, lograron sacar a la luz un caso increíblemente enigmático. Eso parecía. Pero no bastaba.

-        ¡Objeción! – exclamó el abogado de Lucía. – ¿Cómo podrían saber las verdaderas causas de por qué volvió al restaurante? No pueden tomar deducciones y decirlas como conclusiones o hechos cuando estamos hablando de pensamientos que podría haber tenido alguien ya muerto.

-        Porque me hizo exactamente lo mismo a mí. – replicó Dominico, con una voz gruesa e imponente. Una enorme mayoría del público que había asistido al juicio reaccionó con drama – En ese momento, el veneno que utilizó conmigo no fue el mismo, era una fórmula débil, y por esa misma razón yo sigo vivo. Pero usó exactamente el mismo cuento para llevarme a mi muerte, solamente le faltó el toque final. Perfeccionar su fórmula. Pero su error fue intentar aplicarla con quien la perfeccionó, su hermano. Los síntomas fueron obvios, y el hermano no tardó en darse cuenta. – finalizó Dominico. Acompañó su declaración con algunas citas de lo que dijo Armando previamente y mostró todas sus grabaciones, resaltando la de la conversación entre Dante y Lucía, en la cual declaraba haberlo direccionado a un restaurante. Ahí yo mismo confirmé la validez de esa grabación. El juicio comenzaba a estar de nuestro lado más que el de Lucía. Pero nuestros temores se cumplieron.

-        A pesar de que sus argumentos son sólidos y tienen material que estaría colocando este juicio de su lado, ni yo ni el jurado podemos tomar ninguna acción si no nos muestran pruebas irrefutables de que Lucía Montagna verdaderamente asesinó a alguien con ese veneno. En ambos casos, si sus conclusiones son ciertas, no murieron a mano de la acusada si no a manos de quien sea que haya aplicado el veneno.

 

          No lo podía creer. Teníamos el juicio de nuestro lado y aun así estaba ganando quien tenía el bolsillo más grande. Una vez más, me decepcionaba nuestro sistema justiciero. Marcos y yo hacíamos comentarios entre nosotros en voz baja, y adjuntábamos nuestros testimonios con las explicaciones de Armando y Dominico. Pero es tal y como ellos lo habían dicho, sin pruebas absoluta y totalmente irrefutables es muy difícil ir contra un contrincante que posiblemente tenga más de tres cuartos del jurado comprado, incluido el juez. Los cuatro nos pusimos a discutir y argumentar en búsqueda de más pruebas que puedan darnos más peso en la balanza, pero era inútil. Quizás si me hubiese tomado el tiempo de inspeccionar la habitación de Lucía, o interrogar a más gente, pero no, acá estamos, y no tenemos mucho más.

          Entre todo el caos en susurros que estábamos experimentando en nuestra mesa, siento que me empieza a faltar el aire. Me tenía que esforzar para respirar por la nariz, y comienzo a respirar por la boca.

-        Eu, Dante, ¿estás bien? – me pregunta Marcos.

-        Sí, sí… son los nervios supongo – respondo. Aunque nunca me había sentido así solo por nervios.

          Me agarra un terrible dolor de cabeza, sentía que iba a explotar en cualquier momento. Mi estómago comienza a ponerse en mi contra, sentía que todo se estaba retorciendo y que necesitaba expulsar algo. Comencé a bostezar repetidamente; ese era un síntoma de que estaba a punto de vomitar. Desde chico que me pasa lo mismo. ¿Será porque ese día desayuné de una forma diferente? No lo sabía, pero cada vez sentía más patadas en el estómago. Luego de un momento, comencé a sentir puntadas en la espalda, necesitaba pararme por un momento. Lo hice, y Dominico y Armando me miraron. Supongo que esperaban que diga algo para salvarlos, pero lamentablemente yo no tenía la respuesta. Volví a sentarme, pero el dolor de cabeza era demasiado. Cerré por un momento los ojos… y tenía que hacer esfuerzos enormes para lograr abrirlos nuevamente. Era como parpadear, pero invertido. Por un instante, logro girar hacia Dominico y Armando, y noto que me estaban mirando perplejo, y que se comienzan a susurrar con énfasis. Repetían incontablemente  las palabras prueba irrefutable. De un momento a otro, siento unas ganas infernales de expulsar algo, y termino vomitando hacia adelante dos o tres veces. A esta altura me era imposible  abrir los ojos, pero sentí que todo el mundo me estaba mirando. Mi mente se nubla y siento que mi cerebro y corazón están rebalsando de una sustancia que me quemaba todo el cuerpo, y poco a poco dejando de funcionar. Antes de que mi cerebro se desvanezca por completo, escucho muy levemente las palabras “prueba irrefutable” a mí alrededor, y finalmente, caigo sobre la mesa delante de mí.

 

EPÍLOGO

          Fue un día demasiado agitado. Al momento de despertarme, estaba preparado para un día complicado, pero ni si quiera podría haber supuesto que sucederían las cosas que pasaron. Después de pasar una infancia juntos, una carrera entera para ingresar al cuerpo policial juntos, y a partir de ahí compartir muchos de los aspectos de la vida juntos, que desaparezca de ella de un instante a otro es algo que me va a tomar muchísimo tiempo procesar. Siempre supe que si algún día uno perdía al otro iba a ser dada nuestra línea de trabajo, pero nunca pensé que sería tan… así. Aparentemente, Dominico y Armando sí lo pensaban. Es más, lo suponían. Esa noche que Dante y yo nos retiramos antes que ellos, sacaron más conclusiones de las que se molestaron en contarnos.  Pero jamás lo mencionaron, no hasta el momento que ya se había llevado a cabo. Y fue entonces que aclararon todo. Durante sea cual sea el proceso por el que pasó mi compañero Dante antes de caer, se puso de pie por alguna razón, y eso atrajo la atención del jurado. Bueno, como si las cosas que pasaron luego no lo fueran a hacer. Al instante que Dominico y Armando comprendieron lo que estaba sucediendo, comenzaron a dar su explicación final; su prueba irrefutable para finalizar el juicio, y el caso. El juez pedía pruebas de que la misma Lucía Montagna había empleado veneno para asesinar a alguien, porque si otra persona lo había hecho, a pesar de que Lucía lo haya encargado, el cargo iba a esa otra persona (absolutamente mentira, de todos mis años trabajando acá puedo decir que eso es ridículo, pero en el momento no estábamos en posición de criticar al juez). Esa prueba irrefutable, ese envenenamiento, esa muerte necesaria… ese rol imprescindible en el caso, le tuvo que tocar a Dante. A pesar de que en el momento que cayó sobre el escritorio fue una de las tantas ideas que se me vino a la mente, no lograba ubicar todas las piezas. ¿Cómo y cuándo Lucía envenenó a Dante? Eso fue parte de la explicación final que les dieron Armando y Dominico al jurado; el día que fuimos por primera y única vez a la residencia Montagna a investigar, Dante se ocupó de interrogar a Lucía. Como Dante bien nos informó la noche del briefing,  antes de que comiencen las preguntas, Lucía sirvió dos tragos diferentes, uno para ella y otro para Dante. Lucía tenía guardada una última muestra del veneno a reacción guardada en su habitación (el único lugar de la casa que yo no revisé en busca de, justamente, veneno o cosas sospechosas), destinado al último paso de su plan, envenenar a su madre, Estella, quien cedería fácilmente debido a su edad. Pero en un acto de nerviosismo, ya que nosotros estábamos husmeando demasiado cerca a todo su tan perfectamente esquematizado plan, Lucía empleó el veneno en el trago de Dante, para asegurarse de que se aleje de todo, llevándose con él el conocimiento que hubiese adquirido hasta ese entonces. Eso no cambiaba casi nada el plan de Lucía, dado a que de todas formas tarde o temprano Estella cedería a su edad y moriría por causas naturales, y ella solo tendría que esperar, sin su sangre en sus manos. Lograron probar que ésta hipótesis era verdadera complementando su explicación con las grabaciones que Dominico tenía de dicho interrogatorio, y de cuando Dante admitió y confirmó que había servido dos tragos diferentes, cuando nos dio los detalles gráficos. Ésa fue la última y terminante prueba del juicio, la prueba que envió finalmente a Lucía hacia la justicia. Dante fue ésa prueba. El veneno a reacción temporal que había ingerido hace exactamente los cinco días que tenía programados para actuar, actuó durante el mismísimo juicio. Casualidad, pero una eficiente, por más que me duela decirlo.

¿Saben que es lo más ridículo? Que todo este destrozo, todo este asesinato, toda este quiebre de un árbol genealógico entero, este crimen que me costó a mi mejor amigo y un hijo a una madre que lo amaba a pesar de las turbias circunstancias, TODO lo que significó este caso, fue absoluta y totalmente en vano. Dominico jamás murió. Estuvo escondido, dejó pruebas que daban por hecha su muerte y se ocultó, pero jamás murió. No había herencia que heredar para Lucía, no todavía. Y ya no la habrá… dudo que la vayan a incluir. O que vaya a salir de la cárcel para entonces. Estoy empezando a pensar si el que asesinó a toda su familia fue Lucía, o Dominico… supongo que ya ni importa.

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Matías Polito, Sacha Cassin, Mariana Shimane, Nazareno Vargas, por las calles de Nueva York...
 
 
Shawn Hunter:
Callejones de Brooklyn  


     Era un día brillante en Nueva York. Como un día cualquiera de mi rutina, me dirigí a la Biblioteca Central en el 10 de Grand Army Plaza para trabajar. Fue una tarde normal: ordene los libros con mi compañero John, quien no podía dejar de tirar los anteojos al suelo. Cuando se hizo de noche, y llego el momento de cerrar, John agarro sus cosas y se despidió. Yo estaba bastante cansado y, además, fui el último en salir. Como la noche estaba despejada y no hacia frio, decidí volver a mi casa caminando. Antes de pasar la primera cuadra divise tres personas de traje en la esquina que me estaban mirando. Uno de ellos se me acerco. No fue hasta que pude verlo muy de cerca que note, para mi sorpresa, que  era una mujer muy hermosa, con pelo castaño oscuro y ojos café. Saco una billetera de su bolsillo, la abrió y tenía una placa con una identificación que decía: “Julie Thomas, F.B.I.”. La guardo y dijo, “señor Hunter, acompáñeme por favor”. Me sentí nervioso y me preocupe bastante. Subí a un auto negro con esos supuestos agentes, “¿qué está pasando?” dije muy alterado. Ella me respondió “lo estamos llevando a la central del FBI para hacerle unas preguntas”. “¿Por qué el F.B.I. querría interrogarme?” pensé. Un sencillo bibliotecario de Brooklyn, por lo general, no tiene relaciones con las fuerzas especiales del gobierno de los EEUU. Sin dudas, era una situación extraña y no podía hacer nada más que preocuparme y acceder a sus pedidos.

Y allí estaba: sentado frente a un vidrio espejo en una sala de interrogatorios típica, una mesa con sillas de cada lado, una sola puerta y una cámara de seguridad apuntándome. A los dos minutos, entro la agente Thomas con un hombre alto, también de traje, con una carpeta en la mano. Se sentaron frente a mí, dejo la carpeta sobre la mesa y en la tapa se podía leer claramente: “Shawn Hunter”.

Me di cuenta de que no era una carpeta ordinaria, era un expediente  (era MI expediente). “¿Por qué estoy aquí?” pregunte esforzándome para que el tono de voz pareciera tranquilo. El hombre empezó a leer los archivos, y dijo “Shawn Hunter, nacido el 7 de diciembre de 1988 en Londres, criado en Nueva York, bibliotecario en la Biblioteca Central de Brooklyn”. “no está respondiendo a mi pregunta agente…” dije un poco enfadado. “A menos que me acusen de algo no tengo que responder nada” asevere tratando de mostrarme fuerte y seguro, pero el tono de voz que escuche al decir eso distaba mucho de mis intenciones. El hombre sonrió y dijo “eso se puede arreglar, usted es sospechoso del asesinato del agente Mike Johnson”. El corazón me empezó a latir al punto que sentía que iba a salir de mi pecho para pegarle un puñetazo en la cara al agente que me acusaba de semejante disparate. “No conozco a ningún Mike Johnson” asegure. El hombre  no reacciono siquiera y  se quedó mirándome mientras me decía: “era un  agente encubierto, trabajaba como vagabundo cerca de la biblioteca bajo el nombre de Rex y murió ahorcado con una soga”. En ese momento me calme. “Sí, hable con “Rex”. Una vez, estaba saliendo de la biblioteca por la noche, estaba lloviendo, y de la nada salieron dos sujetos con cuchillos, me amenazaron y me quitaron la billetera y el teléfono. Cuando se dieron vuelta ahí estaba él, Rex, sosteniendo un tubo, con el cual les dio una paliza. Luego, levanto mis cosas y me las devolvió, se lo agradecí y le dije que no sabía cómo pagarle por semejante favor.” Hable sin parar, tratando de especificar cada detalle, pensando que si decía toda la verdad terminaría lo antes posible con toda esta situación. “Nunca más lo volví a ver, creí que estaba en algún refugio para necesitados o algo así” agregue.  ¿El hombre se sonó el cuello y enfadado dijo “esa es su coartada?”. Me recline en la silla e insistí “es la verdad, lo juro”. El agente, demostrando un evidente fastidio, miro hacia el vidrio-espejo e hizo un movimiento con la cabeza. Al instante entró un sujeto con un detector de mentiras.

Me conectaron al aparato y empezaron a hacerme preguntas, docenas de preguntas. Todas mis respuesta eran verdaderas, por lo que, luego de un largo cuestionario, me desconectaron la máquina. Todos salieron, excepto la agente Thomas. “Lamento haberte traído aquí, entre tú y yo sabía que eras inocente” dijo con un tono dulce. “no te preocupes, solo seguías órdenes” dije un poco  nervioso. “Por cierto, ¿Quién era ese sujeto?”. “es el señor Collinson, director de operaciones encubierto “respondió ella. “no te preocupes por él, vamos te llevo a casa”. Salimos del edificio y llegue a casa, se lo agradecí, nos despedimos con la mano y subí a mi apartamento.

Esa noche no pude dormir, solo podía pensar en ese agente muerto, y en todo lo que me conto el señor Collinson. Tampoco podía dejar de pensar en Julie. ¿Me había sonreído de manera sugerente o era mi imaginación? Tantos años encerrado en esa biblioteca provocaron en mí una incapacidad para interpretar los deseos de la gente. Siempre confundo un gesto por otro. Y qué raro era todo esto Como para no confundirse.

Por la mañana me dirigí al callejón donde encontraron a Johnson. Unos metros antes de llegar divise a dos personas caminando de manera sospechosa. Recién salían del callejón y tenía una expresión claramente perturbada. Andaban rápido y miraban detrás de ellos sin cesar. Llevado por mi instinto decidí seguirlos para obtener más información. Caminamos varias cuadras a paso redoblado hasta llegar a una pequeña editorial en el barrio de New Jersey. Entraron, no sin antes mirar para todos lados, y yo me quedé observando el negocio desde la esquina de enfrente. ¿Qué estaba haciendo? Hace dos días era un típico ratón de biblioteca que no salía más que a la lavandería, y ahora estaba persiguiendo unos supuestos asesinos, o por lo menos eso creía yo, sin saber siquiera cómo proceder con la investigación. ¿Qué podría hacer? ¿Entrar sin más y fingir un arresto? Cualquier idea me resultaba un disparate, por lo que decidí anotar la dirección del lugar y dar media vuelta y volver a mi trabajo.

 En la biblioteca no me sentí más cómodo. Estaba distraído, perdía el hilo de la conversación con John y mi atención a los lectores dejaba mucho que desear. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Por qué salieron del callejón tan apurados? Tenía que hacer algo al respecto pero mi experiencia era nula. ¿Cómo un bibliotecario podía convertirse en un detective? Mis pensamientos giraban en torno a éstas preguntas cuando de repente me encontré rodeado de los policiales que leía de joven. Sumido en la profundidad de mis reflexiones había recorrido la sección “Policiales” de la biblioteca y, de manera inconsciente, había seleccionado las historias de los detectives que más admiraba. El Halcón Maltés, La Dama en el Lago, Cosecha Roja: sin dudas mi infancia estuvo cargada de policiales negros. Pero entre todos ellos encontré la inspiración: Estudio en escarlata, la obra en la que se presentó frente al mundo el ingenioso detective Sherlock Holmes. Misterio, intriga, peligro: nada era demasiado para éste detective inglés que todo lo resolvía. Instantáneamente me ensimismé en la lectura de semejante obra, con el corazón que se me salía del pecho.

No sé cuánto tiempo pasó. Era de noche y las luces estaban prendidas cuando John se me acercó, con cara de preocupado, y me preguntó “¿no es un poco exagerado este improvisado fanatismo hacia los policiales?”. “No es fanatismo: estoy trabajando” le respondí secamente. “¿Se puede saber a qué te refieres?” dijo John consternado. “Nada, déjalo. Sólo cumplo con un amigo” respondí de modo frío y distante. John refunfuñó y comenzó a guardar todo para el cierre.

Estaba cansado. La tensión que mantuve durante todo el día pensando en los sospechosos del asesinato me había dejado exhausto. Ni bien llegué a mi casa me quité los zapatos, calenté algo de comida que tenía guardada y me preparé para acostarme. Mi cabeza seguía pensando en el asesinato de Rex y en lo alejado que estaba el FBI de encontrar a los culpables. Si yo, un simple bibliotecario, era uno de sus sospechosos, evidentemente se encontraban a años luz de hallar al culpable. Finalmente me dormí, convencido de que al otro día iría a la editorial y trataría de obtener información. No sabía cómo ni por qué, sólo que lo haría…

Me levanté a primera hora, desayuné y salí para el trabajo. En el camino, guiado por un impulso que no puedo explicar, me desvié y me encontré yendo hacia la editorial. No tenía ningún plan ni sabía qué podría hacer, pero sin dudar entré a la editorial y le sonreí a la chica que me atendió. “Buenos días Señor, bienvenido a Ediciones Denato, ¿en qué le puedo ayudar?”. Sin siquiera dudar comencé a hacerle preguntas sobre los costos y las posibilidades para imprimir mi nuevo libro que estaba a punto de ser terminado: Los valles del Colorado (mi capacidad de improvisación para inventar mentiras me asombró). Me acomodé en el mostrador y alargué la conversación lo máximo posible. Quería ver el movimiento dentro de la Editorial por si notaba algo extraño. En eso, a los 15 minutos de estar conversando con la secretaria, se abrió la puerta del depósito y salieron los dos sospechosos que había seguido el día anterior. Salieron de la editorial a la acera y prendieron un cigarrillo. Al instante se estacionó un auto negro con vidrios polarizados frente a ellos y se acercaron. Miré desde adentro de la Editorial y no pude sino sorprenderme de lo que veía: ¡era el agente Collinson! Les daba la mano a los dos sujetos y luego les alcanzaba una bolsa de papel que parecía estar repleta de dinero. Lo saludaron y el auto aceleró. Cuando entraron a la editorial oculté mi rostro y saludé rápidamente a la secretaria para poder irme. ¡Tenía que escaparme de ahí! Si el agente Collinson se enteraba que estaba merodeando y que lo había reconocido, estaría en problemas.

Volví a mi casa al mediodía, sumamente perturbado por los descubrimientos de la mañana. ¿Qué hacía el agente Collinson con esos dos sujetos? ¿Eran también empleados del FBI? ¿Por qué estarían en el depósito y por qué Collinson les pagaría en negro en ese caso? No encontraba respuestas a mis preguntas y notaba que lo único que estaba logrando era tensionarme más. Para el momento en que creía que mis nervios iban a estallar, apareció John con una taza de Té y una sonrisa que me convenció al instante de que no sólo sabía lo que estaba pensando sino que, además, tenía una gran noticia para darme.  “¿Por qué sonríes así? Me incomodas” le dije. “Esa obsesión tuya en la que estás metido, ¿no tendrá que ver con el asesinato del agente secreto Mike Johnson?” preguntó John sin dejar de sonreír. “¿Cómo te enteraste de eso? grité saltando de mi asiento. John rió a carcajadas y dijo en tono misterioso “no eres el único que se divierte jugando al detective privado”. “Hablé con mi amigo ex combatiente de la Guerra de Vietnam que ahora trabaja  para el FBI y me comentó que en la oficina están todos consternados por el asesinato de Mike Johnson y que el Agente Colinson hizo un papelón interrogándote a ti, ¿es cierto?” me preguntó John. “Si, y me temo que ese Agente Collinson no sólo sospecha de mi sino que quiere resolver el caso lo antes posible”, le respondí. “Collinson es candidato a Jefe Mayor del Departamento de Narcóticos del FBI, ¿sabías? Resolver éste caso le aseguraría el cargo…”. “Eso explica por qué su apuro…” dije en tono irónico. “Pero hay más… ¿sabes quién era el otro candidato para Jefe Mayor?” dijo John con mirada cómplice. “¿Era?” pregunté. “Mike Johnson, también conocido como el Vagabundo Rex”. “¡¿Qué?!” grité. ¡Todo tenía sentido! Collinson mandó a matar a Johnson para asegurarse el cargo y quería meterme a mi preso para que los verdaderos asesinos no lo denuncien. ¡Maldito Collinson! Debía avisar a Julie.

Telefonee a su oficina con la respiración agitada como si estuviese corriendo una maratón. Apenas me atendió Julie empecé a explicarle, o esa era por lo menos mi intención, pero sólo decía incoherencias. Julie no me podía entender ni yo podía calmarme para explicarle. Me pidió que me tranquilizara y me dijo que la espere en la Biblioteca para poder hablar. Terminamos la conversación y me calmé. Todo sería resuelto una vez Julie se pueda hacer cargo. Tenía mucha confianza en ella. ¡Y además era tan hermosa! No podía sino entusiasmarme por lo que estaba por suceder. Me levanté, abracé a John para expresarle mi gratitud y le dije que se podía tomar el día libre. Yo me encargaba de todo el trabajo. “¿Estás seguro?” me preguntó John. “Absolutamente, ve a festejar”.

Estaba sólo en la Biblioteca. No había ningún ruido, hasta el punto tal que podía escuchar los latidos de mi corazón entusiasmado por la llegada de Julie. En eso, escucho que se abre la puerta de entrada y escucho pasos. Me emocioné pensando que era Julie, pero los pasos no sonaban a zapatos de mujer. ¿Quién vendría a la Biblioteca tan tarde?

“Buenas noches Sr. Hunter” dijo una voz lúgubre y tenebrosa desde la oscuridad. ¡Era Collinson! “Me han comentado mis amigos que estuvo merodeando en mis asuntos…  ¿o es que acaso quiere ser escritor? Me parece un poco ambicioso para un ratón de biblioteca Sr. Hunter” dijo el agente del FBI en tono burlón. Tenía guantes de cuero y una pistola automática con silenciador apuntándome. “Levántese y acompáñeme”. Salimos de la Biblioteca y caminamos, para mi sorpresa, en dirección al callejón donde había muerto Rex. “Podrá acusarme de excéntrico Sr. Hunter, pero deseo que su vida termine en el lugar donde todo comenzó” dijo Collinson con una sonrisa malvada. “¿Me vas a matar? ¿Crees que vas a poder salirte con la tuya?” le pregunté. “Ya lo hice Sr. Hunter, ya lo hice” y se rió con una gran carcajada. “¿Está seguro? Si un pobre ratón de biblioteca pudo descubrir que usted contrató a dos trabajadores de la editorial para que le hagan el trabajo sucio y que, si la situación lo requería, usted podría acusarlos en caso de no encontrar un culpable, ¿no cree que el FBI también lo descubrirá?”. “Los agentes del FBI son simios con pistolas, no pueden darse cuenta de lo que sucede frente a sus narices” dijo Collinson riéndose. “¿Y qué hay de las de las agentes del FBI, Collinson? ¿También son simios? Porque en ese caso, un simio le está apuntando a su espalda” dijo Julie entrando al callejón. “Vi tu auto estacionado en la puerta de la Biblioteca y no pude evitar sentirme curiosa. Parece que saqué la lotería: encontré al culpable del asesinato del agente encubierto”.

Todo fue tan rápido: Collinson se entregó, no sin antes maldecirme, y el FBI se lo llevó. En un instante, pasé de estar siendo apuntado con un arma a que la mujer de la que me estaba enamorando me dijera “no podría haberlo hecho sin vos” y se puso en puntas de pie para besarme. ¿Era un sueño? No lo sabía, pero por las dudas, decidí seguir soñando…