sábado, 10 de agosto de 2013

Cuentos policiales by 3º1ª y 3º2ª

Se vienen las producciones de los chicos de tercer año. Aquí están los Conan Doyle y los Poe craneando intrigas para escribir el cuento...


¿El asesino será el mayordomo?

Buscando info en Internet




Con gran orgullo y mis felicitaciones para todos los chicos, les presento el primer cuento, con un final realmente sorpresivo.
 
Sus autores son: 


Quimey Diep, Rodrigo Castro, Florencia Cóndor, Sol Saavedra y Adrián  Astete


Caso J. C. Ojeda
 
CAPITULO I
 Pasan los días y aun sigo pensando en ese caso. Pues claro, ahora todas las piezas están en su lugar, pero aquel mediodía parecía todo muy sencillo. Parecía, hasta que la duda llegó. Estoy hablando del caso número 81, el caso más sencillo y difícil a la vez. El caso cuyo nombre quiero dejárselos para el final, ya que supongo que les gustan las sorpresas tanto como a mí. Si pudiera describir como me sentí durante todo el caso, y si hay alguna palabra que lo pudiera definir, sería “sorpresa”, ya que en todo momento había una. 
 Todo comenzó con un accidente, un supuesto “accidente”, del día 18 de septiembre. El reloj marcaba las doce y veintidós, para ser preciso. Yo estaba con otro caso cuando me avisaron. Un flete se estrelló en la esquina de una casa, en Gorostiaga y Villanueva a las nueve menos cuarto. El impacto solo derribó unos ladrillos, el único que no salió sano y salvo fue el conductor. Un comisario que estuvo próximo al choque se acercó, llamó al SAME y a sus colegas. Hasta ahora podemos decir que fue un simple choque, pero con la consecuencia de un muerto. Las causas podrían ser por una mala maniobra, por alcoholismo, pero principalmente, que fue por lo que me llamaron a mí, por un supuesto  suicidio. El individuo se llamaba Juan Carlos Ojeda, un señor de unos cuarenta años cuya profesión era camionero. Vivía con su esposa, hijo y nuera.
Cuando llegué, Ojeda no mostraba señales de haber estado ebrio y no tenía puesto el cinturón de seguridad, las cámaras de seguridad que registraron el incidente indican que el fletero fue directo hacia el borde de la casa. No había ningún elemento que revelara que fue un accidente. No había ninguno hasta que se realizó la autopsia.
 Mi ayudante, Luis Blanco, un hombre de 49 años, muy sabio, sumiso y con mucha trayectoria, me dijo que el patólogo nos había llamado. A las dos de la tarde del mismo día nos encontramos con él. Un señor de pelo castaño, ojos claros y mirada perdida se nos acerca.
-¿Ustedes son los detectives del caso Ojeda?- preguntó.
-Sí, yo me llamo Gustavo Navarro, y él es mi ayudante.- respondí.
-Hola, me llamo Luis Blanco, mucho gusto.- los dos le estrechamos la mano. El patólogo sujetaba unas hojas en su mano izquierda.
-El cadáver presenta una pequeña contusión en el hemisferio derecho del cerebro, producto del choque, no presenta signos de alcoholismo pero detectamos una gran sobredosis.- dijo el patólogo mirándonos.
-¿Sobredosis?- pregunté.
-Sí, lo raro es que esa sobredosis no tiene relación con el estado de Ojeda. La droga es Albuterol, fármaco para las personas que padecen de Asma y él no lo presenta.- dijo.
-¿Cuánto consumió?- dije. El doctor revisó sus hojas.
-No mucho, pero sí para poder matarlo. Evidentemente Ojeda murió por el efecto de la droga, ya que el choque no tendría que haberlo matado.-dijo el señor.
-Muy bien, ¿algo más?- pregunté sin dar vueltas.
-Sí, también presenta unas pequeñas magulladuras en los brazos, quizás les sirva.-
-¿Qué se sabe de los familiares? ¿Usted tuvo la oportunidad de hablar?- dijo Luis.
-Hablé con la esposa, se veía muy temerosa, no le vi ninguna lágrima, estaba con un niño y una anciana.- dijo el patólogo.
-Nos ayudó mucho, señor…..- el patólogo nos mira y en seguida nos dice.
-Mil disculpas, Alberto, Frivolo Alberto.-
-Muchas gracias Alberto.- le volvimos a estrechar la mano y nos retiramos del hospital.
 
Gustavo y Luis van directo al subterráneo, mientras esperan el tren comienzan a charlar.
-Ya tenemos “el arma”.- dijo Gustavo mirándolo de reojo a Luis.
-La verdad que sí, no hay más vueltas, obviamente fue un suicidio, el señor se drogó mientras viajaba, perdió la cordura y chocó.- dijo Luis.
-Si fuera así sería muy evidente- dijo Gustavo mirando su reloj que marcaba las cuatro y cuarto de la tarde.
-¿Cómo “si fuera así”? Es lo que pasó.- dijo Luis mirando a Gustavo.
-Inspeccionaron el flete, no me dijeron nada de un supuesto medicamento, solo que encontraron cigarrillos y las cosas personales de Ojeda.- Dijo Gustavo levantándose para subir al tren que estaba llegando
-¿Y esas cosas personales cuáles son?-
-Billetera, documento, celular, nada extraño.- los dos subieron  al tren.
-Habría que revisar esas cosas.- dijo Luis.
-¿A dónde crees que vamos?- dijo Gustavo. Se cerraron las puertas del tren.
 CAPITULO II
Un oficial nos frena.
-¿Quiénes son ustedes?- dijo el hombre con un garrote sujetado con las dos manos.
-Somos el detective Gustavo y Luis.- dije mostrándole mi credencial.-Permiso.
-Adelante.- dijo el oficial agachando la cabeza.
 
Caminamos por unos largos pasillos con inmensos cuartos oficiales. Nos dirigíamos al perito. Cuando entramos a la sala había dos mesas, en una había algunos oficiales sentados alrededor y en la otra estaban las pruebas. Las paredes eran grises (cómo detesto ese color), vimos la billetera desarmada, el dinero por un lado y por el otro unas anotaciones que había hecho Ojeda. También estaba el celular, los cigarrillos y el documento.
-¿De quién es este celular?- dije señalando el papel que tenía un número inscripto.
-No sabemos, cuando tengamos la orden judicial para revisar los números que tiene guardado en el celular lo vamos a saber.-
-¿Había algún otro objeto dentro del flete además de éstos?- pregunté.
-No, solo lo que ve en la mesa.- dijo el alguacil.
-No puede ser, acá está faltando algo fundamental- miré a Luis.-El encendedor, ¿quién fuma sin llevar un encendedor?-
-Nosotros inspeccionamos todo el flete, no hay ningún encendedor.-  dijo el oficial. Luis me hizo señas para marcharnos.
-Cuando tengan la orden para revisar el celular avísennos.- les dejé mi y tarjeta y nos retiramos Luis y yo. Algo no me “cerraba”, por ahora era un suicidio, pero mi instinto me decía que faltaban más cosas.
 
Ya eran las nueve de la noche, todavía no habíamos pasado el primer día del caso Ojeda y ya teníamos mucha información en nuestras manos.  Luis y yo íbamos para mi casa.
-Luis ya pasamos el primer paso, el siguiente es hablar con los familiares.- dije.
-Esperaba a que dijeras eso desde un primer momento.- dijo Luis.
-Todo a su tiempo Luis, todo a su tiempo.- dije sacando las llaves.
 
Luis se marchó, yo entré a mi casa, me di una ducha, tomé un café caliente y me fui a dormir.
Al día siguiente el caso era furor en los medios de comunicación, en todas las portadas de los diarios decían lo mismo, “El camionero suicida”; “Camionero suicida choca en una casa”; “Suicidio en plena calle”, siempre los datos se filtran y salen al exterior, pero nosotros, los detectives, no le damos importancia, sino que lo que queremos es saber la verdad.
Me junté con Luis en una cafetería, charlamos un poco y fuimos hacia la casa de la esposa de Ojeda. Se llamaba Rosa, Rosa Flores, una mujer que es cocinera y trabaja en un almacén no muy conocido. Es una persona muy bella, ojos marrones, mirada caída y con el cabello cayéndole hasta los hombros. Nos hizo pasar al comedor y nos invitó una taza de café, nosotros ya habíamos tomado, pero en estas ocasiones, mientras pudiéramos tener más data, hacíamos lo posible para conseguirla.
-¿Ustedes se conocen hace tiempo?- preguntó sin ánimo Rosa.
-Sí, quince años.- dije acercando la taza a mi boca.- ¿Sabe por qué estamos acá Flores?
Rosa asintió, sacó un pañuelito y se secó las lágrimas.
-¿Cree que puede contestar nuestras preguntas?- pregunté.
Volvió a asentir.
-¿Usted tiene hijos?- Rosa suspiró.
-Si...uno solo, se llama Ezequiel, tiene once años, ahora está durmiendo.- dijo Rosa.
-¿Alguien más vive con usted?- pregunté. Rosa comienza a lagrimear y responde.
-Sí, mi mamá, vive con nosotros porque soy su única familia ahora.- dijo Rosa secando sus lágrimas.
-¿Cómo era, personalmente, Juan Carlos?- pregunté mirándola a los ojos.
Ella se estremeció, tomó aire y contestó.
-Una buena persona, él me quería mucho… y yo a él, no sé cómo pudo suceder esto.- mirando hacia la ventana.
-¿Con quiénes se veía a menudo?- dije entregándole la taza a Rosa.
-Con nosotros, y quizás con sus compañeros de trabajo.- dijo Rosa.
-¿Hace cuánto que trabaja como fletero?- pregunté mientras Luis anotaba todas las respuestas en un su cuaderno.
-Y ya hace… dos años, antes trabajaba de vendedor de diarios, tenía un puesto pero lo despidieron porque siempre llegaba tarde.- dijo Rosa.
-¿Él siguió cometiendo el mismo error como fletero?- pregunté.
-No… perdónenme, pero voy a ir al baño, disculpen por favor.- dijo Rosa retirándose de la sala.
Rosa estuvo diez minutos, para Luis y a mí fue mejor que dejáramos las preguntas y que volviéramos cuando ella pudiera responderlas. Y así fue, nos fuimos de la casa y fuimos al local en donde trabajaba Ojeda.
 
-No hay muchas vueltas Gustavo, fue un suicidio.- dijo Luis.
-No lo sabemos Luis, todo es posible.- dije. Luis caminaba al lado mío, yo sabía que él no quería meterse mucho en este caso porque a simple vista parecía un suicidio, pero yo llegué a ser como soy por mis instintos.
El sol se estaba escondiendo, las cuadras no parecían terminar, sentía la desilusión de Luis cada vez más. Al final de la cuadra había un local, se llamaba “Fletes del Palermo”, con el nombre del barrio. Cuando entramos todos los señores presentes se quedaron perplejos, debe ser por la manera de caminar que tiene Luis, pensé, pero no, obviamente supieron del deceso de su trabajador y pensaron que los íbamos a arrestar, digo, porque con el hombre que hablamos no paraba de tartamudear.
-Hola.- dije.
-Ho-hola, ¿quiénes son ustedes?- dijo el recepcionista.
-Somos detectives, mi nombre es Gustavo Navarro y él es mi ayudante Luis Blanco, estamos acá por el caso del fletero Ojeda. ¿Se enteró del accidente?- comenté.
-Sí, cómo no saberlo.- dijo el hombre.
-¿Estará el jefe, o jefa, para que le hagamos unas preguntas?-
-Si si, es-está en… espere que ahora lo llamo.- dijo temblando.
El señor se retiró y en menos de tres minutos apareció un hombre alto, robusto, con mucha barba y una mirada muy triste.
-Hola, me llamo Gerardo Gonzalez, mucho gusto.- nos apretamos la mano.
-Gustavo Navarro, Luis Blanco, ¿podemos hablar en privado?-
-Como no, acompáñenme.- Luis y yo entramos en una “oficina” no muy grande. Nos ofrece sentarnos en las dos sillas que estaban ubicadas a unos metros de la puerta, sin decir que éstas eran grises…
-¿En qué año comienza Ojeda a trabajar en su local?- Luis saca su libreta para escribir todas las respuestas.
-Hace dos años.- respondió.
-¿Cómo era como trabajador?-
-Excepcional, nunca recibimos quejas de nuestros clientes por él, muy buen trabajador.- dijo rascándose la cabeza.
-¿Cómo persona?- pregunté.
-También, yo no lo conocí lo suficiente pero cualquiera se hubiera dado cuenta la buena persona que era.-
-¿Para donde se dirigía él?- pregunté.
-Una familia que iba hacer una mudanza lo llamó, la calle era… Maure al 2100.- respondió.
-A una cuadra del choque.- acotó Luis.
-Sí señor.- dijo el jefe.
-¿Notó alguna discapacidad por parte de Ojeda, como alguna enfermedad?- dije.
El jefe frunce las cejas, se queda pensando y luego responde.
-No, que yo sepa.- dijo.
-Dígame…Gerardo, ¿Cuándo fue la última vez que habló con él?- pregunté.
-Hace exactamente tres días, intercambiamos unas risas pero no hablamos mucho.- dijo.
-¿Notó alguna conducta fuera de lo normal?- dije.
-No, por algo sigo sin entender lo que ocurrió, usted sabe, dicen que probablemente fue un suicidio, pero Juan Carlos no haría eso, de lo poco que conocí nunca me hubiera imaginado que llegaría a esa instancia.- dijo Gerardo tocándose la cara.
-¿Sabe si mantuvo alguna amistad con algunos de sus compañeros?- pregunté.
-Hablaba mucho con Santiago, supongo que si.- respondió.
-¿Cuál es su apellido?- dije.
-Delgado, Santiago Delgado.- respondió.
-¿Está disponible?- pregunté.
-Justamente está trabajando ahora, pero más tarde vendrá.- dijo Gerardo.
-Necesito la dirección de él.- aclaré.
Gerardo me dijo la dirección, Luis lo anotó.
-Muchas gracias Gonzalez, si llega a enterarse de algo por favor no dude en contactarnos.- le dejé mi tarjeta.
Nos fuimos del local, había anochecido pero nos dirigimos a la casa de Delgado. Un edificio de once pisos estaba a nueve metros de nosotros. Tocamos el piso 4e, nos responde un hombre con una voz grave y firme. Al cabo de unos minutos entramos a su departamento.
Santiago está casado, tiene dos hijos, uno de tres años y otro de un año, no tiene barba pero si unas patillas largas. Observamos que es fumador compulsivo.
-Dígame como era Juan Carlos como persona.-
Santiago saca un cigarrillo y se lo coloca en la boca.
-Un verdadero hombre.- dijo Santiago con el cigarro sin encender.
-¿Usted estuvo con él en el día del “accidente”?- pregunté acercándole mi encendedor.
-No no, gracias, mi mujer tiene, ¡Marta! ¿Me das por favor el encendedor?- dijo Santiago.
En unos segundos escuchamos una voz femenina que provenía de la cocina.
-¿¡Cuál!? ¿¡El de Juanca!?- dijo la voz
Un silencio se estancó en el living. “Juanca” es un apodo para los que se llaman Juan Carlos. Luis y yo nos miramos, Santiago se quedó pasmado y nervioso. La voz volvió a repetir.
-¿¡El de Juanca amor!?-
Santiago se sacó el cigarrillo de la boca y contestó.
-Ssí… alcanzámelo por favor.- dijo titubeando.
Una señora rubia se aparece en el living con un encendedor en la mano, nos mira a Luis y a mí, con tan solo ver la expresión de su cara al vernos uno se da cuenta que no supo que había visitas.
-Marta… ellos son detectives, vienen por Ojeda.- Santiago comienza a llorar.
Marta nos saludó y consoló  a Santiago. La pregunta que me hacía mientras ella le hablaba a él era ¿Santiago tiene relación con el choque de Ojeda? ¿Estaremos hablando con un posible asesino? Obviamente no tendríamos prueba para demostrarlo, ya que solo tenía el encendedor de Ojeda.
Minutos después Santiago se recompuso, nos dijo que estaba bien y que quería ayudarnos con el caso. Yo aproveché y le pregunté.
-¿Quién le dio el encendedor de Juan Carlos?- pregunté.
Santiago prende el cigarrillo con el encendedor, exhala humo y nos responde.
-Él.- dijo.
-¿Cuándo?- pregunté.
-El día del choque.- Marta acariciaba el pelo de Santiago.
-¿Usted estuvo con él en el día del deceso?- pregunté.
-Sí… me lo regaló.- exclamó Santiago.
-¿Notó alguna irregularidad en la personalidad de él?-
-¿El día del choque?- dijo encendiendo otro cigarro.
-Si.- respondí.
-No… él siempre me decía… que lo iba hacer ¡pero nunca le creí!- dijo exaltado.
Luis anotaba. Yo no entendí que es lo que quería aclarar Santiago y le pregunté.
-¿Qué es lo que iba hacer Juan Carlos?- Marta lo abraza fuerte a Santiago. Delgado respira hondo y responde.
-Suicidarse.- Santiago vuelve a llorar.- No le creí… por eso me regaló el encendedor… me dijo que con esto lo iba a recordar siempre y no le creí… después se fue y pasó lo que pasó.- Marta lo vuelve a abrazar.
-No fue tu culpa amor, no fue tu culpa.- dijo Marta.
-¿Por qué no lo dijo antes?- pregunté.
Había algo en Santiago que me hacía dudar, posiblemente tendríamos al primer sospechoso del caso Ojeda.
CAPITULO III
A las tres de la mañana suena el teléfono.
-¿Hola?- pregunté
-Hola Gustavo, soy yo Luis.-
-Hola, ¿qué pasa?-
-La familia de Ojeda, es la pieza faltante.- dijo Luis.
-Si lo sé… ¿hacía falta despertarme a esta hora?- dije malhumorado.
-Es que me llamo el abogado de Delgado. Parece ser que es inocente Santiago, pero si inspeccionamos bien puede ser el culpable. La familia es la pieza faltante a este rompecabezas.- dijo Luis.
-Mediodía, en la cafetería, después a la casa de Rosa.- dije.
 
Gustavo era un hombre con convicciones, nunca descartaba sus pensamientos e hipótesis, para él toda idea servía. Si bien era un hombre ordenado no respetaba los horarios de comida, le gustaba tomar sus café al mediodía y cenar a las siete de la tarde.
 
Llegamos a la casa de Flores, nos recibió amablemente. Conocimos a su hijo Ezequiel, un niño muy vergonzoso.
-¿Quieren una taza de café?- dijo Rosa.
-No, gracias Flores, ya tomamos.- dije.
-Por favor, llámenme “Doña” Rosa, así me dicen en el local.- dijo Rosa.
-Muy bien Doña Rosa, retomemos lo que dejamos la última vez que nos vimos.- Luis revisa sus anotaciones.- ¿Juan Carlos era de mentirle?-
Rosa nos mira con duda.
-No… ¿a qué se debe la preg…?
-¿Juan Carlos se sentía feliz con su vida?- interrumpí.
Rosa se levanta del sillón, respira profundo y comienza a llorar.
-Sí… él amaba su vida, nos amaba… me amaba.- le acerqué un pañuelito.
-¿Qué pasó antes de que él se marche de su casa el día del infortunio?- pregunté.
-Le hice su desayuno como siempre… y se fue.- dijo Rosa.
-¿Qué le preparaste exactamente?- insistí.
-Café con leche, ¿por qué me preguntas esto?-
-Dudas, siempre sirve expresarlas que quedárselas,  ¿no?- respondí.
-Si…- dijo Rosa mirando para el piso.
-Doña Rosa acá te dejo mi tarjeta, si llegas a averiguar algo sobre el caso o querés decirme algo sólo llamame.-
Luis y yo nos fuimos de la casa de Rosa.
 
-¿Por qué no le dijiste sobre la intoxicación, sobre la mente suicida?- dijo Luis.
-Porque quiero que ella misma revele lo que sabe Luis, además si le decimos lo que sabemos podríamos llegar a empeorar el caso.- dije.
-“¿Podríamos llegar a empeorar el caso?” Ella nos podría ayudar mucho.- dijo enojado Luis.
-¿Conociste el caso de “la tapita del lápiz”?- pregunté.
-No.- dijo Luis.
-Encontraron tres cuerpos desnudos en un campo, todos asesinados por una tapita, esas, las que tienen las “bic”.  Sólo había un culpable, un vendedor de una librería ya que con él se podría justificar las cuatrocientas lapiceras que se encontraron en el pozo donde estaban los cuerpos.- comenté.
-Bien, fue el vendedor, ¿qué tiene que ver con este caso?- dijo Luis.
-No fue el vendedor, fue un dibujante profesional, ¿sabés cómo se dieron cuenta los detectives? Hablaron con la mujer del vendedor, le contaron que su marido sería el posible asesino porque se encontró muchas lapiceras. Luego se produjo otras muertes con el mismo corte, con las mismas tapitas, era imposible que sea el vendedor porque estaba en otro lugar.- Dije.
-¿Cómo supieron que fue un dibujante profesional?- preguntó Luis.
-Cuando se juntaron todas las lapiceras, entre ellas se encontró un lápiz. Revisaron el historial de compras de esa librería y solo había una persona que compró ese tipo lápiz, que era especial para el dibujo, y que encajaba con el tiempo de las muertes de las víctimas. Cuando investigaron su casa no estaba la persona que buscaban pero encontraron las fotos de las víctimas, él las mataba y luego las representaba en una hoja, un enfermo mental y un caso cerrado por un lápiz, por eso se llamó “la tapita del lápiz”.- sije.
-Bien, vuelvo a repetirte, ¿qué tiene que ver con este caso?- dijo Luis.
-La mujer Luis, la mujer del vendedor era cómplice del asesinato, al igual que el propio vendedor, ella le comentó al dibujante que sabían que tenían su lápiz, por eso cuando fueron a su casa no estaba, se había ido y la única persona que sabía lo del lápiz era la mujer del vendedor. Los tres fueron condenados a cadena perpetua. Por eso Luis, nunca debemos revelar más de lo que tenemos. No sabemos con qué persona estamos hablando, si con una asesina o una simple cocinera.- dije entrando a mi casa.
Luis se queda callado por unos segundos.
-Deberíamos volver a hablar con la cocinera.- dijo Luis.
-Todo a su tiempo Luis, todo a su tiempo.- dije.
 
Entré a mi casa, preparé la ducha y como siempre revisé los mensajes del contestador. En uno de los mensajes se escucha…
-¿Detective Navarro? Soy el oficial Kevingston. El juez Leiva nos dio la orden para examinar el celular del difunto Ojeda. Acérquese cuando pueda.-
 
Lo que recuerdo de esa noche que escuché el mensaje del oficial es que no pude dormir, en los casos que investigué nunca me pasó. Soñé que Ojeda había tocado mi puerta a la madrugada y me dijo que no se había suicidado, tenía una cara de arrepentimiento y  junto con sus lágrimas me pidió “perdón”. Fue una sensación muy extraña y escalofriante dentro de todo.
 A la mañana siguiente fui con Luis al perito.
 
-Revisamos el celular, el papel que se encontró junto al cuerpo coincide con un contacto.- dijo el perito.
-¿Quién es?- pregunté.
-Su nombre es “Lucía”, ningún apellido y ningún dato más. Ni siquiera mensajes enviados o recibidos del contacto, pero si unas llamadas perdidas un día antes del choque.
Quizás sea algún familiar, compañeros o amigos, de todas formas nada de qué preocuparse, fue unas llamadas y nada más.
-Muchas gracias señor.- dije.
 
Luis y yo nos retiramos de la sala. En la calle comenzamos a plantear nuestras hipótesis.
-…es lo que creo.- dijo Luis.
-No digo que estés equivocado, pero tampoco en lo cierto. Pensá, Ojeda si se hubiera querido suicidar ya lo habría hecho, además ni lo habría mencionado, lo haría directo y ya está. Delgado nos dijo que siempre le decía que se iba a suicidar, Flores nos dijo… que amaba su vida… y su jefe dijo que como trabajador era excelente.- me quedé pensando por unos segundos.
-¿Qué suponés?- dijo Luis.
-Yo no desconfío de Delgado, yo pienso… que la clave está en la familia.- dije.
-Gustavo fue un suicidio, ¿vos creés en Delgado? Él dijo que se quería suicidar, todo encaja.- dijo Luis.
-¿De dónde creés que sacó Albuterol?- respondí.
-Lo habrá comprado en una farmacia antes de ir a la mudanza.- dijo Luis.
-No encontraron ninguna bolsa, ningún ticket y ningún remedio de ninguna farmacia en el flete.- exclamé.
-Lo habrá tomado en el local, seamos realistas Gustavo, no tuvimos muchos casos resueltos por nosotros, este caso se tendría que haber cerrado desde un primer momento. Podríamos usar nuestro tiempo para investigar otros casos.- dijo Luis.
-La “verdad” Luis, hasta que no la sepamos este caso nunca se resolverá, confiá en mí, tengo buenos presentimientos y es más… hasta creo que nos estamos acercando a la “verdad”.- dije.
 
Hubo muchos días que discutí con Luis. Me acuerdo que eso me fortaleció para poder seguir adelante. Pero era así, hasta que no se descubra la verdad, no hay, y ni puede haber, un caso resuelto. Este pensamiento me mantuvo fuerte en todo el caso.
 Después que discutí con Luis me acuerdo que regresamos a la casa de Flores, yo sabía que tendríamos que hacerlo, traté de ser lo más paciente pero me vi obligado a descartar algunas hipótesis que pensaba.    Entre una de ellas, el posible suicidio.
 
-Pasen por favor- dijo Rosa barriendo el piso.
-Permiso.- dije entrando al living.
Nos sentamos los tres en el sillón, Flores, Luis y yo.
-Vi las noticias.- dijo Rosa.
-¿Y que viste?- pregunté.
-Acusaron a Santiago de la muerte de… de Juan.- dijo Rosa acongojada. 
-No hay suficientes pruebas, por eso estamos acá, para comprobar si estamos en lo correcto.- dijo Luis.
Rosa se nos queda mirando por unos segundos.
-¿Ustedes acusaron a Santiago? Yo conozco a Santiago, él es incapaz de hacerle algo a Juan.- dijo Rosa.
-Él fue el último que lo vio, ¿vos sabías que Ojeda pensaba quitarse la vida?- agregué.
Rosa se quedó boquiabierta.
-¿Qué?... No… es… es imposible… él…- dijo Rosa llevando su cabeza a sus piernas.
-Esto es lo que declaró Delgado, ¿vos notaste alguna actitud o acto que confirmara esa aclaración?- pregunté.
-¡No! No… no… me es muy difícil todavía creer… que Juan quisiera suicidarse.- dijo Rosa.
-¿Conocías a una persona llamada “Lucía”?- pregunté.
Justo  desde una habitación se escucha el sonido de un vaso roto. Rosa se levanta del sillón.
-Discúlpenme, es mi mamá… está muy insoportable porque es hora de su medicación.- dijo Rosa yendo al cuarto.
Luis y yo nos miramos, no me pude resistir y pregunté…
-¿Qué medicación?- Dije con un tono de voz alto para que me escuche.
No hubo respuesta.
 Pasaron los tres minutos más largos de mi vida. Estaba tenso, nervioso y sentía como una gota de transpiración recorría mi espalda desde la nuca.
Toda esta agonía terminó cuando se escucharon los pasos de Flores a unos centímetros de donde estábamos.
-Disculpen, se pone como loca.- dijo Rosa sentándose.
Recuerdo que justo cuando se sentó recordé lo que había soñado, esa expresión y esas disculpas se me aparecieron en la sala. Luego fue la pregunta.
-Escuchame Doña Rosa, ¿tu mamá está enferma?- pregunté entre dientes.
Rosa asintió.
-Sí, tiene asma.- dijo Rosa.
 
CAPITULO IV
Creo que nunca les conté de mí, yo nací en la provincia de Buenos Aires (Argentina) en 1971. Tengo cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres, Marcos, Daniel, Claudia y Luciana. Todos más chicos que yo. Mi viejo se llama Alberto Navarro, fue policía y estuvo más de 10 años trabajando. Yo siempre lo acompañé a todos lados cuando era niño, creo que por eso tuve la ilusión de ser algún día policía, pero al final me terminé dando cuenta que ser detective era lo que ansiaba. Mi vieja se llama Patricia Arian, fue mesera y a la vez locutora de un programa de radio, actualmente es ama de casa.
 Tenía veintinueve años cuando comencé como detective. Recuerdo aquella vez que conocí a Luis, en esos tiempos él era un hombre muy enérgico e inspirador, yo le debo la vida porque gracias a él pude tener una gran percepción para las cosas. ¿Éxitos en mi vida? No muchos, hasta podría decirte que ninguno, siempre fui una persona que se adaptó fácilmente a cualquier cambio, como de colegio, de hogar, nuevos amigos, etcétera. Como detective tampoco los tuve, si bien resolví algunos casos no me considero un “gran” detective, quizás sea porque muchos de ellos no se resolvieron porque yo metí “la pata”. Hubo varios casos en las cuales yo seguí ni más ni menos que mis instintos, fue algo que me enseñó mi viejo, a mí siempre me gustó trabajar “naturalmente”, no soy de los detectives que buscan las mil formas para llegar al objetivo, yo sigo lo que creo, lo que me parece, lo que intuyo. Por eso Luis muchas veces trataba de que yo mirara más allá de mis opiniones.
 Volviendo al día en que regresé a la casa de Flores, escuchamos con Luis que la madre de ella padece de asma. Le hicimos unas cuantas preguntas más, y cada vez el caso giraba drásticamente.
 
-Yo le preparo todos los días el medicamento, por la mañana y por la tarde.- dijo Rosa sin entender.
-¿Podría ver la caja del remedio?- dijo Luis.
-Sí, como no.- dijo Rosa yéndose del living.
Luis empezó a escribir en su libreta, yo no sabía lo que estaba escribiendo pero como en todos los casos él me muestra al final todo lo que escribió, es un método que usa.
Rosa regresó con el remedio en la mano.
-Tomá.- dijo Rosa.
Vemos con Luis que la caja del remedio dice “Albuterol”.
-Es la misma.- me dijo Luis susurrando.
-¿Pasa algo?- dijo Rosa.
-Quedate tranquila Doña Rosa.- dije marcando el número de policía en mi celular.
Al cabo de unos minutos la policía llegó al departamento.
Rosa Flores quedó como otra sospechosa del choque de Ojeda, las causas son por posible intoxicación al marido ya que ella se encargaba de la preparación del remedio para su madre. Por ende, Ana Justo, la madre de Rosa Flores, también quedó como sospechosa por posible intoxicación a Ojeda ya que ella tuvo al alcance los medicamentos.
Ya había tres sospechosos, Santiago Delgado, Rosa Flores y Ana Justo.
Habían pasado dos días de aquella tarde que llamé a la policía en el departamento de los Ojeda. Luis me llamó para que fuera a su casa.
-Es momento de que veas lo que escribí.- dijo Luis sacando su cuadernillo de un cajón.
-¿Ya tan rápido?- pregunté.
-Lo único que faltan son pruebas, pero ya tengo mi informe e hipótesis finalizado.- dijo Luis.
-Está bien, escucho.- dije prestando atención.
-“Juan Carlos Ojeda, hombre de unos cuarenta años, profesión camionero, padre de un hijo y marido de Rosa Flores”.- Dijo Luis leyendo.-“Un 18 de septiembre fallece al chocar en una esquina de una cuadra mientras trabajaba. En la autopsia se detectó un alto consumo del fármaco Albuterol, remedio para las personas que padecen de asma y que Ojeda no tiene. Ante la duda de un posible suicidio, se entrevistó a su compañero de trabajo, Santiago Delgado, cuya declaración afirma que Ojeda era una persona con indicios de quitarse la vida. Delgado es un posible autor de la muerte de Ojeda por ser el último que lo vio con vida. La esposa de Juan Carlos es cocinera, ella se encarga de la salud de su madre ya que ésta vive con ellos. Su madre se llama Ana Justo, señora de sesenta y siete años, es viuda y padece de asma, razón por la cual ella y su hija son sospechosas por la intoxicación del camionero.”- dijo Luis.
-Muy bien.- dije.
-Ahora mi hipótesis, “Juan Carlos era un hombre bipolar, en su casa trataba de transmitir alegría, paz, tranquilidad para la familia, mientras que fuera de su casa mostraba todo lo contrario. A su amigo, Santiago Delgado, que también es su compañero, le cuenta que él se quiere quitar la vida. Un 18 de septiembre Juan se levanta temprano, toma el café con leche que le prepara su esposa y después consume el medicamento de su suegra sin que su familia se entere. Bajo el efecto de la droga decide ir a trabajar, no pudo resistir y justo cuanto estaba en su camión fallece.”- dijo Luis.
-¿Suponés que Ojeda era bipolar?- pregunté.
-Es una probabilidad Gustavo.- dijo Luis.
-Yo quiero ir a fondo con este caso Luis, no quiero rendirme, no hoy ni nunca.- dije.
Luis cierra su cuadernillo.
-Está bien Gustavo, pero quiero que sepas que yo ya te advertí que es un suicidio y que este caso se puede cerrar ahora.- dijo Luis.
Solo pasaron pocos minutos para llegar a mi casa. En el camino estuve reflexionando sobre lo que había dicho Luis, reflexioné tanto que llegué al punto de cerrar el caso.
 Cuando entré a mi casa sonó el teléfono.
-¿Hola?- pregunté.
-Hola Gustavo, soy yo, Rosa.- dijo la voz.
-Hola, ¿pasó algo?- pregunté.
Se escuchaba el llanto de Rosa.
-Yo no te conté todo cuando pasaste por mi casa… Juan Carlos no me… no me amaba.- dijo Rosa.
Yo no respondía.
-Él me golpeaba… yo lo quería denunciar pero… no tuve fuerzas.- dijo Rosa.-Yo no lo intoxiqué… aunque él me golpeara yo no lo intoxiqué… yo no fui y mi madre menos, las dos le teníamos miedo, no sé cómo llegó a ingerir eso.- dijo Rosa llorando.
-Rosa necesito que me cuentes más, ¿en dónde estás?- pregunté
-Recién hablé con mi abogada… me dijo que ahora podía regresar a mi casa.- dijo Rosa.
-Muy bien, en un rato vamos para allá.- dije.
 
Llamé a Luis y fuimos de vuelta para la casa de Rosa.
Nos juntamos en la cocina, en la mesa estábamos Luis, Flores, Justo y yo.
-¿Desde cuándo Ojeda era violento?- pregunté.
Rosa miraba la nada.
-Desde que nació Ezequiel.- dijo Rosa.
-¿Era alcohólico? ¿Llegaba a la casa bajo alguna droga?- pregunté.
-No… no.- pijo Rosa mirando un punto fijo.
-Ese hombre cambió rotundamente, no era el mismo cuando mi hija se casó con él.- dijo Ana.
-¿Cuándo te casaste Rosa?- dijo Luis.
-Un año antes de que naciera Eze, no fue planeado y yo llevaba menos de un año con él cuando me casé.- Rosa comenzó a lagrimear.
-Se casó rápido porque creyó que era el “ideal”.- dijo Ana.
Luis abre su cuadernillo y empieza a escribir.
-¿Ustedes lo iban a denunciar?- pregunté.
-Sí, yo se lo dije varias veces a Rosi, pero…- Ana tosió.- Pero nunca me hizo caso.-
-Yo lo iba hacer, lo íbamos hacer, pero justo nos enteramos del accidente. Yo creí que esto era una venganza de Juan Carlos, porque él sabía que lo íbamos a denunciar, por la cena se dio cuenta.- dijo Rosa.
-¿Cuál cena?- pregunté.
-La noche anterior al choque planeé con mi mamá decirle en la cena a Juan que se fuera de casa.- dijo Rosa.- Cuando se retiró Eze de la mesa se lo íbamos a decir… pero comenzó a decirme que me amaba mucho y que no me dejaría por nada, después me preguntó si lo amaba… y le dije… que sí.- dijo Rosa arrepentida.
-Nos levantamos de la mesa, Rosi se fue a lavar los platos y yo a dormir.- dijo Ana.
-¿Ustedes piensan que él sospechaba de ustedes?- pregunté.
-Sí… yo estuve casi doce años con Juan, y sé que no es idiota, él sabía que alguna decisión íbamos a tomar.- dijo Rosa.- Pero al fin al cabo ya no está… fue mi culpa… yo no tendría que haberlo maltratado.- Dijo llorando Rosa.
-Rosi ya te dije que no es tu culpa, ese hombre no supo amarte.- dijo Ana.
Rosa se seca las lágrimas.
-Mamá es hora de dormir… ahora vuelvo.- dijo Rosa levantándose de la silla.-Vamos mamá, que mañana tenés médico.- dijo Rosa.
Rosa llevó a Ana a su habitación. Una vez más se iban dando a conocer nuevas problemáticas en el caso. Era más difícil ahora pensar que fue un suicidio cuando Ojeda era un golpeador, podría ser, pero yo creía más ahora que no.
Rosa regresó a la cocina. Se sentó y nos contó lo que sabía.
-A la mañana siguiente yo lo desperté a Juan Carlos… él estaba llegando tarde al trabajo. Le preparé un café con leche y…- dijo Rosa quedándose quieta y pensando. –Y… me golpeó.- dijo Rosa llorando.
Rosa toma un pañuelito.
-Me dice que vaya para donde él estaba… cuando voy me agarra del cuello y me trata de asfixiar sin ningún motivo. Yo le entregué el café como le gusta, tibio…- Dijo Rosa secando sus lágrimas.
-¿Juan Carlos todos los días te maltrataba?- pregunté.
Rosa asintió.
-¿Cómo lo tomó… Ezequiel?- pregunté.
-No mostró alguna señal de dolor… es lo que más me duele, que mi hijo no muestre alguna señal de dolor… ni en la escuela le afecta.- dijo Rosa.
-Tiene once años, su hijo debe estar traumado, ¿él presenció los actos de violencia?- preguntó Luis.
-Yo lo alejaba de eso… le decía que fuera a comprarme algunas cosas para la casa, de esa forma no me iba a ver sufrir. También le decía que se fuera a la casa de algún amigo cuando… cuando sabía que Juan no iba a frenar en pocos minutos.- dijo Rosa.
-Frenar… ¿se refiere a que él no iba a parar de golpearla?- pregunté.
-Si… -dijo Rosa.
-¿Alguna vez tuvo algún roce con su madre Juan Carlos?- preguntó Luis.
Rosa lo negó.
-Juan Carlos solo se metía conmigo y con nadie más…- dijo Rosa.- Yo era su esposa… yo lo amaba… ¿¡por qué!? ¿¡Qué hice yo para merecer esto!? ¿¡Por qué yo!? ¿¡Por qué Juan!?- Rosa se sentó en el piso y lloró desconsoladamente.
 
Nosotros habíamos calmado a Flores, había sido un día muy agotador ahora que lo recuerdo. Más aún, voy llegar al fondo del caso, me decía, Luis comenzó a creer que probablemente Ojeda no se había quitado la vida, aunque seguía en su posición. A nosotros nos pareció correcto volver hablar con Delgado y corroborar algunas cosas,  por eso fuimos a su casa. En el camino charlé con Luis.
-Necesita tratamiento Rosa.- dijo Luis.
-Ella, su mamá y su hijo.- aclaré.
-Su mamá parecía la más cuerda, su hijo no sé, tendríamos que hablar con él también.- dijo Luis.
-Su hijo tiene que ser el primero en estar bajo un psicólogo, hay que asegurarnos de que esté bajo alguno. Con respecto a Flores ya no necesitamos más información, ya tenemos todo.- dije.
-¿Vos creés que ya no la necesitamos?- preguntó Luis.
-Lo más probable es que no, yo creo que ella y el resto de la familia tendrían que conseguirse algún terapeuta y que traten de seguir adelante.- respondí.
Luis se queda en silencio por unos segundos.
-¿Vos pensás que la familia de Ojeda no son los responsables de su muerte?- dijo Luis.
-No sé, pero no lo descarto- respondí.    
Cuando llegamos a la casa de Delgado él estaba solo, nos dijo que su esposa e hijos estaban en la casa de su suegra. Le volvimos a hacer algunas preguntas sobre la conducta de Ojeda pero al parecer él no sabía que golpeaba a su mujer. Santiago nos reiteró que su compañero era una muy buena persona pero después nos dijo algo muy curioso…
- Juan Carlos era una persona muy sensible, a él no le gustaba “la maldad”, ya que siempre llamaba así a las cosas que no le parecían correctas y buenas.- dijo Santiago. –Nunca me dijo por qué quería quitarse la vida… ahora que lo pienso…
-¿No te contó sobre su familia? ¿Cómo veía él su familia?- pregunté.
-Me dijo que sentía que eran demasiado buenos para ser su familia, como que él se echaba la culpa de todo.- dijo Santiago.
-¿Él estaba arrepentido por algo?- preguntó Luis.
Santiago se toca la cara.
-Delgado, su familia no sabe cómo pasó todo esto, necesitamos saber todo lo que usted sabe, necesitamos llegar a fondo.- dije.
Santiago toma agua y responde.
-Él salía con alguien.- dijo.
Nos quedamos en silencio los tres. Luis coloca su libreta en la mesa y comienza a escribir, yo me quedé sorprendido.
-¿Con quién?- pregunté.
-La hija de nuestro jefe, lo que pasó es que él no se decidía con quien estar… por eso quería quitarse la vida, porque sabía que de algún modo, o la familia o ella, iban a sufrir.- dijo Santiago.
-O sea que Ojeda se suicidó para librarse de esa decisión, entre elegir a la hija del jefe o su familia.- trató de aclarar Luis.
-Sí, estaba muy mal Juanca, y yo no cumplí mi rol de amigo… a veces no basta con solo escuchar.- dijo arrepentido Santiago.-Yo le prometí que no le iba a contar a nadie que él salía con alguien más, por eso no se los conté desde un principio.
-Hay promesas y promesas.- dijo Luis.
-Delgado, ¿cómo se llama la hija del jefe?- pregunté.
Santiago nos mira.
-Lucía, Lucía Gonzalez.- dijo Santiago.
CAPITULO V
Luis y yo nos retiramos de la casa de Delgado, sabíamos que el “círculo” se estaba cerrando, el “círculo”, pero el caso no. Habíamos quedado en hablar el día siguiente con el jefe de Ojeda, ya que su hija estaría muy involucrada en el caso, yo llegué exhausto a mi casa. Esa noche no tuve pesadillas, estuve pensando sobre el caso, posibles hipótesis, pero mi propia mente no me mentía, estaba seguro de que la familia de Ojeda no es la culpable de su muerte, estaba sugestionado y todo lo que creía era a base de esa “verdad” que me transmitía mi conciencia. Era imposible ponerme en otra posición diferente a la mía, era imposible mentirme.
 Llegué a creer que fue un suicidio, reflexioné tanto que me dije “Luis tenía razón”, ¿por qué? Porque según lo que nos contó su esposa y su compañero es que Ojeda era una persona infeliz con su vida, no todas las personas son iguales, pero las estadísticas de las personas que golpean a sus esposas tienden a ser manipuladoras, a estar insatisfechas con su propia vida, y eso es lo que le pasó al fletero. Él se sintió vacío, y lo único que podía llenar ese vacío era la tranquilidad, el no pensar, el no elegir, y eso, queridos amigos, es rendirse. Juan Carlos Ojeda se rindió, se dio por vencido, dejó a su esposa e hijo, dejó a su compañero y se dejó a sí mismo.
 Ya me había decidido, después de hablar con la hija del jefe yo iba a cerrar el caso, pero esta vez de verdad. Al día siguiente me vi con Luis y fuimos de nuevo al local “Fleteros del Palermo”. Cuando llegamos no estaba el mismo recepcionista, mejor, quizás éste no tartamudeará como el anterior, pensé.
-Hola, ¿quiénes son ustedes? ¿En qué puedo ayudarles?- dijo el nuevo recepcionista.
-Hola, yo soy Gustavo Navarro y él Luis Blanco, somos detectives, necesitaríamos hablar con el jefe…- miré a Luis.
-El jefe Gerardo Gonzalez.- dijo Luis.
-Esperen unos segundos que ahora lo llamo.- dijo el hombre.
Al cabo de unos minutos apareció el jefe. Fuimos una vez más a su oficina. Esa tarde fue la primera vez que llovió desde aquel choque del 18 de septiembre.
-Hola, ¿cómo están? ¿Quieren una taza de café?- dijo Gerardo.
-Muy bien, por mí sí, ¿vos Luis querés?- dije.
-No, yo paso.- contestó Luis.
Gerardo se levantó y empezó a calentar agua.
-¿Qué les trae por acá?- preguntó el jefe.
-El caso de Ojeda nos trae.- respondí.
Gonzalez se puso serio y rojo, sacó en una gaveta una caja con saquitos de café.
-¿Quiere amargo o dulce?- preguntó.
-Dulce.- respondí.
“Dulce”, ¿qué irónico no? Este caso no tenía nada “dulce”, o lo que es más, es lo que le faltaba. Veía como Gonzalez vertía el agua, imaginé que esa taza representaba el caso, el saquito era el “culpable”… y el agua… era las evidencias que lo demostraban. Todos esos componentes hacían “dulce” el café, o podríamos llamar, caso. ¿Podríamos llegar a encontrar “el agua” para sacar a la luz al asesino?
Gerardo terminó de preparar el café y me lo alcanzó.
-Sr. Gonzalez venimos para hablar de su hija.- respondí con una voz seca.- Preferentemente de Lucía.
Gonzalez nos miró sorprendido y asustado.
-¿Lucía? ¿Qué le pasó?- nos dijo el jefe.
-A ella nada, ¿pero usted qué sabe de ella con Ojeda?- pregunté.
-¿Ella con Juan Carlos? Nunca se vieron, nunca se conocieron.- dijo Gonzalez.
-Necesitaríamos ir a hacerle unas preguntas, por favor dígame su dirección.- expresé.
El jefe nos quedó mirando. Nervioso e impotente nos dijo su dirección. Después yo le agradecí por el café, Luis y yo nos estábamos yendo de la oficina.
-Señores detectives antes de que se retiren quiero anticiparles que mi hija no tiene nada que ver con el caso, se los puedo asegurar, ella pocas veces viene para el local, alguna que otra vez se habrá cruzado con Juan Carlos pero no es culpable si es lo que piensan.- dijo Gerardo.
-Gonzalez, si nosotros pensáramos que su hija es culpable este caso ya se hubiera resuelto, nosotros seguimos buscando la “verdad”.- respondí.
-¿Pero por lo menos puedo saber por qué Lucía está vinculada con el caso?- preguntó el jefe.
-Una declaración que la relaciona directamente con Ojeda.- respondió Luis.- No se preocupe Gerardo, nosotros vamos a saber si ella es la culpable o no.
 
Luis y yo nos retiramos del local “Fleteros del Palermo”. Cuando estábamos yendo para la casa del jefe comenzó a llover. Luis estaba muy cansado, ya no eran los mismos tiempos, él tenía 33 años cuando empezamos a trabajar juntos y habían pasado más de diez años. En el trayecto quisimos dejar en claro las posturas que cada uno tenía con respecto al caso, los dos estuvimos de acuerdo. Me costó, sí, me costó y mucho aceptar que una persona, un hombre de familia, deje a su hijo, a su esposa por un problema con sí mismo.
De todas formas él ya sabía por qué me costó, pero quiero contárselos después, ahora sigamos. Habíamos ido a la casa del jefe, entramos, nos presentamos, dijimos por qué estábamos ahí, conocimos a su esposa, a su hija mayor, Sabrina y luego a Lucía, una estudiante de 22 años. La esposa de Gonzalez nos había ofrecido torta y té, accedí sin pensar ya que me gustan mucho las tortas. Lucía era la única persona de la sala que estaba muy callada, ¿habría hablado con el padre antes de que llegáramos? Después de unos pocos minutos aclaramos que veníamos hablar con Lucía, en el living le hicimos unas preguntas sin que estuvieran su mamá y su hermana.
Luis vuelve a escribir en su libreta.
-Señorita Gonzalez, ¿usted conocía a Juan Carlos Ojeda?- pregunté.
Lucía suspira.
-Sí, era el fletero que trabajaba para mi papá.- respondió.
-¿Alguna vez tuvo la oportunidad de intercambiar palabras con él?- Lucía se acomoda en la silla.
-Sí, pero pocas… veces.- dijo sin mirarnos.
-El día del choque, ¿usted estuvo, o habló, con él?- pregunté.
-No.- respondió Lucía.
-¿Lo conoció?- pregunté.
Lucía comienza a temblar.
-No.- siguió insistiendo.
Luis revisa su libreta.
-Lucía, ¿no?- dijo Luis mirando una hoja en su cuadernillo.- En el celular de Juan Carlos figura una llamada perdida de una persona llamada “Lucía”. ¿Querés que diga en que número termina y ver el tuyo?- dijo Luis.
Lucía parecía tener miedo, yo me había olvidado de la llamada perdida.
-¿Vos tuviste una relación con Juan Carlos Ojeda?- preguntó Luis, Lucía no respondía. -¿Tuviste o no una relación con Juan Carlos Ojeda?
-¡No!- Lucía largó el llanto, se tapó los ojos con las manos.
-Gonzalez, ¿qué pasa?- dije acercándome a ella.
Lucía seguía llorando, parecía que no iba a detenerse jamás. La madre y la hermana intervienen y la consuelan. Había dolor en el llanto de Lucía, y un poco de furia.
-Él… él… ¡fue un hijo de puta! Tantos meses de mentira.- dijo gritando y llorando Lucía.- ¡Ese infeliz me mintió! Me vendió flores…- la familia la trataba de calmar.- y ahora… solo tengo espinas.-
-Va a tener que acompañarnos Señorita Gonzalez.- dije.
Lucía siguió gritanto, cada vez lloraba y gritaba más, su pena no terminaba.
-¡Yo no lo maté! ¡No soy tan basura para bajarme al nivel de una! ¡Bien merecida tuvo su muerte!- dijo furiosa Lucía.
Amor, nervios, envidia, deseos, felicidad, pasión, desconfianza, enojos, tristeza y soledad, sobre todo… amor. Esos fueron los sentimientos que experimentó Lucía cuando estuvo con Juan Carlos. Gustavo y Luis llevaron a la hija de Gerardo a la comisaría más cercana del barrio. Santiago Delgado, Rosa Flores y Ana Justo quedaron exonerados en el caso. La familia le consiguió un buen abogado a Lucía, por un momento Navarro y Blanco estaban convencidos de que ella había sido la autora de la muerte del fletero. Pasaron tres días de que declararan a Lucía Isabel Gonzalez como culpable del deceso de Juan Carlos Ojeda.
El juicio se iba a realizar en cuatro días, Gustavo y Luis fueron a charlar con la viuda Rosa. Eran las dos de la tarde, Flores había terminado de almorzar con su mamá y su hijo. Los detectives hablan con ella a solas.
-¿Cómo está Doña Rosa?- preguntó el detective Gustavo.
-Bien, confundida, pero tranquila.- respondió Rosa.
-¿Nunca dudó o sospechó de…?-
-No.- interrumpió Rosa.- Nunca, jamás, Juan Carlos era el amor de mi vida y nunca hubiera desconfiado de él.- dijo Rosa lamentándose.
-No se preocupe Flores, vamos a saber si la señorita Gonzalez fue la culpable de todo esto.- dijo Gustavo tratando de consolarla.
Rosa hace una pequeña mueca.
-La única persona culpable es…- Rosa mira a los detectives.- Juan Carlos.
Los detectives se quedan atónitos por unos segundos, luego reflexionan y se dan cuenta que lo que dijo Rosa es verdad. Juan Carlos era violento con su esposa y tuvo otra relación “amorosa” con la hija de su jefe, él fue el culpable de hacer la vida miserable a las personas que estaban a su alrededor.
Unos minutos después en la puerta de la sala aparece Ezequiel, el hijo de Rosa y del difunto Juan Carlos.
-Hola.- dijo Gustavo.
-Hola…- dijo Ezequiel en un tono muy bajo.
-¿Cómo estás Eze?- preguntó el detective.
Ezequiel mira para el piso sin responder.
-Es muy tímido.- dijo Rosa.
El detective Navarro se le acerca a Rosa y en voz baja habla con ella.
-Me gustaría hablar con Ezequiel unos minutos.- dijo Gustavo.
-Cómo no.- dijo Rosa yendo para donde estaba Ezequiel.
-Eze, amor, los detectives van hablar con vos, no te preocupes, son buenas personas y confiables.- dijo Rosa abrazando a Ezequiel.- Yo voy a estar afuera de la habitación, cualquier cosa llamame.- dijo Rosa retirándose.
Los detectives hablaron con Ezequiel, trataron de que él se sintiera cómodo y le preguntaban qué cosas  le gustaban  y cuál era su equipo de futbol, todo esto para poder llegar a la pregunta que ellos querían hacerle. Ezequiel cambió todos los planes de los detectives cuando confesó un secreto.
-Mi papá era un buen hombre…- los detectives se quedan en silencio, ellos todavía no le habían hecho una pregunta a Ezequiel sobre su padre.- Él me dijo que cuando yo me sienta solo recuerde que siempre hay alguien pensando en mí.- dijo Ezequiel.
-¿Se puede saber a quién se refería tu papá?- preguntó Luis.
Ezequiel nunca dejó de mirar para el suelo cuando comenzó a charlar con los detectives.
-A él mismo.- respondió Ezequiel.- Pero mi mamá no pensaba igual… ella me decía que era una mala persona y que me iba a llevar a un lugar mejor.
Navarro y Blanco prefirieron estar callados para que Ezequiel se explaye.
-Y ahora entiendo por qué, la chica… ella salía con mi papá, ¿no?- preguntó Ezequiel sin siquiera dejar el piso en su mira.
-Sí.- respondió Gustavo sorprendido por la captación del niño.
-Ella estuvo un día en mi casa… papá se la llevó al cuarto de la “abu”, ahí no había nadie, la abu estaba en el baño con mi mamá.- dijo Ezequiel.
Tanto Gustavo como Luis se quedaron perplejos, Blanco toma su libreta de anotaciones y vuelve a escribir en él lo que dijo Ezequiel.
-Yo no sé qué estaban haciendo, escuché que los dos hablaban bajito, cuando salió mi papá, él estaba triste y ella también. Él se “transformó” de vuelta, pero esta vez más triste.- dijo Ezequiel.
-¿En qué se transformó?- preguntó Luis.
Ezequiel no pudo contener las lágrimas y seriamente contesta.
-En el hombre que hace llorar a mi mamá.- dijo Ezequiel mirando a los dos detectives.
Gustavo se levanta de su silla y deja a Luis y a Ezequiel solos. Luis le hizo una pregunta más a Ezequiel.
-Ezequiel, ¿cuándo pasó esto?- preguntó Luis.
Ezequiel se seca sus lágrimas.
-La mañana en la que mi papá… ya no estaba.- dijo Ezequiel apenado.
Luis se retira de la habitación mientras Rosa entra, él se va a buscar a su compañero. Encuentra a Gustavo en el balcón fumando.
-Hace mucho que no te veía fumar.- dijo Luis acercándose a Gustavo.
Gustavo miraba el cielo.
-Es temporal, solo quiero fumar.- dijo Navarro.
-Ja, yo le creía a mi viejo cuando me decía eso, en esos tiempos era un niño, ¿quién crees que soy Gustavo?- dijo Luis.
Navarro suelta en el aire el cigarro.
-Vámonos Luis.- dijo Gustavo yéndose del balcón.
Gustavo y Luis se despidieron de Rosa y Ezequiel, en el camino comienzan a charlar…
 
No sabía por qué Luis estaba muy preocupado por mí, en el trayecto desde la casa de los Ojeda a mi casa me preguntaba si estaba bien, yo le insistía que “sí” pero aún así siguió preguntando. Después de unos minutos paró de preguntarme como estaba.                        
-Hablé con Ezequiel cuando te fuiste.- dijo Luis.
-¿Qué te dijo?- pregunté.
-Lucía se vio con Juan Carlos en la casa de él la mañana de su muerte.- expresó Luis.
-Lo intuía, no estábamos equivocados, hay que llevar a Ezequiel el dia del juicio así testifica.- dije en voz baja.
Luis me frenó.
-¿Qué te pasa Gustavo? Desde que hablamos con el chico te veo mal.- dijo Luis.
-Nada Luis, es que quería tomar aire.- contesté.
-Ajá, ¿fumando?- dijo Luis.
-Sí.- dije caminando.
Luis me vuelve a frenar
-¿Es por tu viejo?- preguntó Luis.
 
CAPITULO VI
¿Por qué el caso fue el más importante para mí? Porque fue más que un caso, fue una lección de vida. Luis no estaba equivocado, yo sé por qué me costaba creer que esto no era un suicidio. Todo esto solo se resumía en una sola palabra, “papá”.
-No, no es por él, solo que no dormí bien.- dije.
-Gustavo estamos a cuatro días del juicio, tenés que estar lúcido. Y si necesitas una mano ya sabés, contá conmigo.- Luis y yo seguimos caminando.
Cuando llegué a mi casa fui directo hacia mi cama. Lo bueno de vivir solo es que vos ponés tus reglas en tu casa, lo malo es que no hay nadie que te esté esperando o que te pregunte “¿cómo estás?”. Estuve muy sensible esos días y eso que yo no me caracterizo por serlo.
Al día siguiente fue Luis a mi casa, me trajo (otra vez) su informe, pero esta vez no enfocaba un suicidio, sino un asesinato.
-Voy directo a mi única hipótesis para este caso.- dijo Luis.
Yo asentí.
-“Juan Carlos era un hombre indeciso con su vida, para él la vida tenía muchas oportunidades y a la vez pocas. Él golpeaba a su mujer y salía con la hija de su jefe al mismo tiempo. La mañana del 18 de septiembre Ojeda se encuentra con Lucía en su casa. Los dos se quedan en la habitación de Ana Justo y en ese momento Lucía le hace beber el remedio de la abuela sin que él se dé cuenta de la droga. Cuando ella se retira Juan Carlos desayuna con su familia, toma su café con leche, nervioso por el porvenir trata de asegurarse que su esposa, Rosa, lo ama al igual que él lo hace. Al escuchar la respuesta deseada se va al trabajo tranquilo. En plena calle, y sobre ruedas, el efecto de la droga lo mata y hace que se estrelle en la esquina de Gorostiaga y Villanueva.”- dijo Luis.
-Perfecto Luis, con esto debemos finalizar el caso, lo malo es que no hay pruebas contundentes y directas, a lo que voy es que es un “suponer” lo que pasó en la habitación. Podría haber pasado eso o que se encamaron los dos.- dije.
-Todo a su tiempo Gustavo, todo a su tiempo.- dijo burlándose de mí Luis.
 
Luis se fue de mi casa, solo faltaba el día del cierre del caso, yo aproveché para descansar. Al día siguiente me levanté tarde de la cama, era la una de la tarde, estando a dos días del juicio tuve quince llamadas perdidas de Luis. ¿Otro giro en el caso? Llamo a Luis.
-Al fin estás.- respondió Luis.
-¿Qué pasó?- pregunté.
-Venite ya para el hospital donde le hicieron la autopsia a Ojeda.- dijo Luis.
En una hora y media llegué, Luis estaba en la sala de espera, me dijo que el patólogo quería volver a hablar con nosotros.
-¿El patólogo? ¿Por qué?- pregunté.
-No lo sé, habrá encontrado algo.- respondió Luis.
Esperamos unos minutos y volvimos a ver al patólogo.
-Hola, ¿como están?- dijo el señor
-Muy bien.- respondimos los dos.
-Me alegro, yo quiero pedirles perdón porque faltó un dato importantísimo decirles.- dijo Frivolo.- La droga del fármaco Albuterol se detectó que estuvo presente en el organismo de Ojeda unas dos horas antes que le haga efecto y lo ingirió junto con el café, preferentemente con su desayuno.
-Lo que sospechábamos, ¿está seguro que no hay un error?- respondí. Luis me mira.
-Segurisimo, este análisis tiene un 99,9% de certeza. Ojala no haya cambiado mucho el caso ya que el juicio es pasado mañana, ¿no?- dijo Frivolo.
-No se preocupe, nosotros nos escargamos de  eso.- dije.
-Muchas gracias Frivolo.- dijo Luis.
Luis y yo nos fuimos del hospital.
 
-No puede ser Luis, no puede ser.- dije tocándome la cabeza.
-Lo sé, no sé cómo vamos hacer con el juicio.- dijo Luis.
Yo me senté en el cordón de la vereda y me puse a pensar.
-Ya está Gustavo, todo esto fue una vuelta para llegar a lo mismo, no seas testarudo y aceptá.- dijo Luis.
-¿Que acepte qué?- pregunté.
-Fue un suicidio.- dijo Luis.
Si Lucía fue la que drogó a Ojeda, ¿cómo es posible que se detectara café con Albuterol? Rosa le preparó el desayuno a Juan Carlos. Lucía no podría haber sido.
 
Mi viejo era alcohólico, lo suficiente para quedar en el suelo. Como yo era el mayor era el que siempre enfrentaba los problemas. Un día me acuerdo que él llegó triste a casa, mi vieja le preguntó el por qué, los dos estaban en su cuarto y yo escuchaba detrás de la puerta. Él le contestó que había matado a un hombre inocente, ella lo consoló y esa noche soñé que Alberto me mataba. Esa pesadilla se transformó en un recuerdo que perduró por varios años en mi cabeza. Alberto me enseñó que en la vida uno puede llegar a ser lo que quiere ser, y no estaba equivocado porque yo llegué a ser detective, al día siguiente que me dijo eso a mi escuela llama mi vieja diciéndome que él se pegó un tiro. Una tristeza incurable y una bronca profunda se desprendía de mi cuerpo, nunca entendí el por qué hizo eso sabiendo que me dijo que uno podía ser lo que quería ser, ¿acaso él quería ser un cuerpo sin vida? ¿Mi viejo era un cobarde? Nunca me entró en la cabeza que alguna persona se suicidara, y no lo razonaba porque Alberto desde pequeño me enseñó que la vida era “hermosa”. Por eso desde que conocí el caso de Ojeda descarté el suicidio, y lo descarté no porque era imposible, sino porque no quería volver a escuchar esa palabra. Traté de convencerme a mí mismo que no era un suicidio, traté de mentirme y todo desde un principio.
 Ahora esa palabra volvió a escucharse de la boca de Luis, tenía que enfrentar mi dolor, mi trauma y cerrar este caso de una buena vez.
 En el día del juicio ocurrió lo que Luis y yo creímos, Lucía declaró que no tuvo nada que ver con la muerte de Ojeda. Hicimos que Ezequiel Ojeda declare lo que nos había dicho y así lo hizo, declaró y Lucía tuvo que contar qué fue lo que pasó en la habitación con Juan Carlos.
-La mañana que fui a la casa de Ojeda fue… porque él no me contestaba.- dijo Lucía.
-Pero lo llamó una vez, ¿verdad?- dijo el fiscal.
-Sí, como no me contestó fui directo hasta su casa. Cuando llegué no vi a su esposa, es más… nunca me la presentó.- dijo Lucía. –Le dije que tenía que contarle algo importante, me llevó al cuarto de su suegra y ahí le conté…- Lucía se seca las lágrimas en  su cara.
-¿Qué le contó Lucía?- dijo el fiscal.
-¡Objeción! Está inhibiendo a mi defendido.- dijo el abogado de Lucía.
-Denegado, señor fiscal prosiga.- dijo el Juez.
Luis y yo observábamos el juicio.
-¿Qué le contó, señorita Lucía Gonzalez, a Juan Carlos Ojeda?- volvió a preguntar el fiscal.
Lucía se toca la panza.
-Que estaba esperando un hijo suyo.- dijo Lucía sin poder retener las lágrimas. –Luego él me responde que no se podía hacer cargo, yo me fui enojada y juré que nunca le iba a hablar.
Todos nos quedamos sorprendidos, después su abogado mostró la prueba que el patólogo nos había dicho y con eso la exoneró completamente.  
 El caso Ojeda se cerró definitivamente, ¿cómo se cerró? Luis y yo expusimos nuestra hipótesis sobre el suicidio y el Juez las aceptó. Ese día le agradecí a Luis por haber mantenido su postura sabiendo que yo tenía otra. Me equivoqué, pero ahora estaba más tranquilo. Cuando terminó el caso pillé un resfrío. Luis fue a la casa de los Ojeda con terapeutas que nosotros habíamos contratado para que la familia pueda salir adelante.
 Unos días más tarde, precisamente nueve días, me recuperé, pero… algo intuía del caso. Ya se había cerrado pero aún así presentía algo, escuchamos todas las declaraciones de los “sospechosos”, faltaba una y muy importante.
 Era 4 de octubre, llovía en la ciudad, habían pasado más de dos semanas de la muerte del camionero. Yo me dirigí hacia donde estaba la persona que necesitaba escuchar.
-Hola Gustavo, ¿cómo está?- Rosa me abraza.
-Hola Doña Rosa, muy bien, ¿y usted?- pregunté.
-Muy bien, pase.- respondió.
Charlé unos largos minutos con Rosa, luego apareció Ana y se la veía muy bien, parece que los medicamentos la mantenían fuerte. Me contaron que los psicólogos las ayudan mucho y que estaban muy agradecidas con Luis y conmigo. Más tarde vi a Ezequiel. Rosa se fue a preparar una torta para mí, supo que me gustaban, Ana fue a su habitación y yo me quedé con él.
-¿Cómo estás Eze?- pregunté.
-Bien, ¿vos?- dijo Ezequiel mirándome. Parece que la ayuda del psicólogo le hizo muy bien.
-Perfecto, ¿cómo vas con el psicólogo?- le pregunté.
-Bien, no me quejo, me dijo que era un chico muy capaz.- dijo Ezequiel.
Era increíble, Ezequiel sin ninguna duda era yo cuando tenía su edad.
-Está en lo cierto tu psicólogo, se ve que sos muy capaz.- dije sonriéndole.
-No creo que sea cierto.- dijo Ezequiel.
Me hizo recordar cuando había tenido una charla con mi vieja cuando tenía dieciséis años, yo quería laburar y ella me insistió en que era un inservible.
-Ezequiel, ¿extrañás a tu papá?- pregunté.
Ezequiel cambia rotundamente la expresión en su rostro. La seriedad llegó a su cuerpo. No respondió.
-Estoy para ayudarte Eze, ¿qué sentís ahora?- seguí insistiendo.
Ezequiel gira la cabeza y me mira.
-¿Me guardarías un secreto?- dijo Ezequiel.
-Sí.- dije sin saber lo que me iba a decir.
Ezequiel me mira fijamente.
-Mamá volvió a llorar…- dijo en voz baja. –Yo me levanté de la cama… vi que papá le sacaba el oxígeno.- Ezequiel se acongoja
Yo me le acerqué a Ezequiel. La lluvia no cesaba.
-Tranquilo Eze, yo estoy acá con vos.- dije sin pensar lo que decía.
-Tomé las pastillas de la abu… puse muchas en la taza de papá… mi mamá me dijo que íbamos a ser felices sin él… un lugar mejor sería para ella y para mí… revolví la taza y papá la tomó.- dijo Ezequiel llorando. Según Rosa fue la primera vez que Ezequiel lloró.
Yo trataba de contenerlo, Rosa se acercó en donde estaba Ezequiel y yo.
-¡Lo hice mamá! ¡Por vos!- dijo Ezequiel.
Rosa se enteró lo que hizo Ezequiel y los dos lloraron por varios minutos, yo no pude aguantar el llanto, esa tarde me libré completamente del trauma que tenía. Los tres en la cocina lloramos como un perro al que tratan de alejar de su dueño. Ahora entendí la vez que soñé que Ojeda tocaba mi puerta, es porque él se arrepintió por haber dejado a su familia, él necesitaba reconfortarlos de alguna manera y lo único que dijo fue “perdón”, quizás no fue así, pero es lo que yo creí. Después llamé a Luis y le conté lo que había pasado.
 El caso Ojeda se reabrió, no se cerró como un suicidio sino como el asesinato de Ezequiel Fernando Ojeda, hijo de la víctima. Cuando nos estábamos retirando del juzgado Luis se me acerca.
-Tenías razón, siempre la tuviste.- dijo Luis resignado.
-La tuvimos los dos, solo que nos limitábamos a una idea.- Dije.
-No Gustavo, vos resolviste el caso, vos te diste que Ezequiel necesitaba que lo escuchen.- Dijo Luis.
-Gracias Luis, muchas gracias.- Dije abrazando a Luis, los dos estábamos contentos por haber caminado un largo trayecto y con un destino alcanzado.
Esta vez el caso se cerró sabiendo por completo la muerte del fletero. No quedaba ninguna duda, nada en blanco.
  En los medios la gente estaba muy feliz por Luis y por mí, los diarios tenían las mismas portadas;  “Se reabre el caso del fletero con un insólito final”, “Caso del camión resuelto por segunda vez”, “Navarro resolvió el conflicto”.  Para cualquier lugar que iba con Luis ya nadie nos preguntaba “¿quiénes son ustedes?” Todos nos conocían. Yo no creía en las señales pero los días que llovió fueron los esenciales, cuando se supo que uno de los familiares de Ojeda tenía asma y cuando Ezequiel confesó haber matado a su propio padre. El caso era el 81, en la “Quiniela” el numero 81 significa “Flores”, no sé ustedes, pero este caso sí floreció, durante y después. A mí me ayudó a dejar el pasado y ver el futuro con otra cara, Ezequiel pudo vivir feliz con su mamá y su abuela luego de haber estado un largo tiempo en un psiquiátrico. ¿Saben con qué nombre llamé al caso? Con el nombre de “Ambigüedad”, ¿por qué? Porque el caso pudo entenderse de varias formas. La vida no es blanca ni negra, o fue un suicidio o un asesinato, sino que un tono “gris”. Ustedes me dirán ¿pero no fue su hijo el que lo asesinó? No del todo, Ojeda se dejó vencer, fue un poco de ambas partes, el deseo de vivir con la madre y el deseo de vivir feliz, hablo de Ezequiel y Juan Carlos, los dos ayudaron a concluir la muerte del fletero. “Gris”, ese color… nunca me gustó.
 
 


 


¿Quién tendrá tantos celos? Lo sabremos en este cuento de Silva, Lavric, Peñaranda, Vargas y Britto.


 


CELOS ASESINOS


CAPÍTULO 1


 Estaba lloviendo y mucho, el asesinato había ocurrido en el bosque. El detective Facundo se acercó al Teniente.

-Teniente, ya estoy aquí, cuénteme ¿qué paso?-Facundo estaba cansado, muy cansado, ya que tuvo que hacer un largo viaje sin auto y de madrugada. No tenía ganas de hacer su trabajo, pero alguien lo tenía que hacer.

-Tenemos un hombre de unos treinta o cuarenta años de edad, tiene una herida en la nuca. Como usted puede ver esta boca abajo, bueno, es todo suyo, fíjese si consigue alguna pista o algo así.

-Bueno teniente, tal vez me tarde un poco, así que hágase a un lado por favor….

 Facundo le dio vuelta al cuerpo y empezó a examinarlo. En la cara no hay señales de golpes y heridas, a ver veamos la nuca… mmm… un golpe certero, crítico y limpio, tengo que buscar el arma, a ver las manos, tiene un pelo, largo y rojizo, no estaba solo, eso estaba claro, una mujer supongo, una pelirroja…, a ver en la otra, un anillo de compromiso, tiene esposa, tal vez ella sea a quien le perteneciese el pelo rojizo, a ver en los bolsillo delanteros, nada, a ver dentro de la campera, ajá, sí billetera, dinero, monedas, una identificación, su foto y su nombre, Juan José, su dirección…Avenida Maromo 1567, su tipo de sangre no importa y a ver… una tarjeta de presentación, Martin Franco , arquitecto, 1745737, dirección entre Carmeno y Los Tres Reyes, listo, tengo dos direcciones, un número, bueno ya terminé con el cuerpo>> Se levantó y empezó a investigar a los alrededores, había piedras por todos lados, lodo, ramas partidas. Facundo pudo distinguir un piedra que estaba rota, tenía un poco de sangre, apenas se distinguía, agarró la piedra y se acercó al cuerpo, miró fijamente la piedra <

-Aquí tiene teniente, el arma homicida, espero que le sirva.-Facundo le entregó el arma.
-Qué bien, sacaremos las huellas dactilares de esto detective. Buen trabajo, siga con lo suyo.

El detective Facundo decidió ir primero con el juez, fue a su dirección, llegó rápido, ya que estaba cerca.

CAPÍTULO 2.

-Bueno señora ¿me puede decir qué estaba haciendo usted a las 23.54 horas?- dijo el detective, serio, con mirada fría y sin ganas de aguantar retrasos.
-Estaba aquí en mi casa, estaba limpiando mi casa, ya que...
-¿Alguien puede confirmar que usted estaba aquí Martina?
-SÍ, mis hijos, estuve todo el día en mi casa, señor.
-Bueno, ¿me puede decir que hacia su esposo a esas horas por el bosque?
-Sí señor, él se iba a ir de camping con una mujer… el… él me estaba engañando con otra! ESA MALDITA DESGRACIADA! ESTOY SEGURA DE QUE FUE ELLA DETECTIVE!
-Señora, por favor tranquilícese y dígame más sobre esa mujer… por favor tome asiento, y deme más detalles, es importante que me diga todo lo que sepa para poder atrapar al asesino o asesina según usted.
-Bueno, su nombre creo que es Julieta y es bailarina, lo siento señor, pero eso es todo lo que sé de ella.
-A ver, ¿sabe dónde vive al menos ella?
-No, señor, no sé. Pero creo que vive en un departamento.
-Bueno señora, ahora ¿me puede decir si su esposo tenia alguna enemistad con alguien o algo por el estilo? ¿Problemas en el trabajo?
-No detective, claro que no, él era una buena persona, y si él tenía un problema en el trabajo era en algún que otro caso. Pero mi esposo tenía problemas de ira señor. Tenia pastillas para eso, además solo se descontrolaba cuando se enojaba mucho.

-Okay, esto es suficiente para mí. Señora voy a tener que pedirle  permiso para inspeccionar su hogar, ya sabe por evidencia y alguna pista para poder avanzar con el caso.
-Como usted quiera, señor detective, haga lo que tenga que hacer.
-Con su permiso…..-dijo el detective mientras avanzaba por la casa.
 El detective Facundo buscó por la cocina, nada, por el sótano, nada, el baño, nada, el cuarto de niños, nada, hasta que al fin empezó a buscar por el cuarto del juez y su esposa. Buscó en el armario, nada, bajo la cama, nada, empezó a buscar en el cajón de la mesita de luz del lado de la cama del juez, el detective vio un papel pequeño, era duro, y color naranja, lo agarró y lo miró bien, era una entrada, una entrada para el teatro, estaba en francés el título de la obra, pero ahí entre todo el palabrerío aparecía la palabra ballet, eso era lo único que necesitaba, Saint James 2589, Le Moline Rush, lo examinó todo y lo devolvió a su lugar y puso de nuevo todos los papeles. Bajó las escaleras y se acercó a la esposa de juez que estaba sentada en la sala, inquieta y nerviosa.
-Bueno señora, acá yo terminé, gracias por su hospitalidad y tal vez la llame de nuevo.-le dijo.
-Fue un placer, señor detective, por favor atrape al asesino…

 
  No era un lugar muy lujoso, pero no estaba mal. El teatro era viejo, muy viejo, pero tenía cierta belleza. Se acercó a donde estaba el de vendedor de entradas y le preguntó por la encargada del teatro, le indicó donde ir y empezó a subir las escaleras hasta que llegó a la oficina de la encargada. Leyó las letras que aparecían en la puerta “encargado”, se acercó y llamó a la puerta.
-¿Quién es?-dijo, mientras abría la puerta a medias, lo suficiente para poder ver al otro lado. La puerta tenía una cadenita que estaba pegada a la puerta y pared, se podía sacar desde adentro pero desde fuera era más difícil.
-¿Señora Smith? Soy el detective Facundo, vengo a hacerle unas preguntas, ¿me deja pasar?
-Oh, ya veo, sí, sí, puede pasar, espere.- cerró la puerta y se escuchó un sonido metálico, era la cadenita que dejaba de estar enganchada a la puerta.-Pase, pase, tome asiento por favor.
-Muchas gracias señora, vengo a hacerle unas preguntas.
-Bueno, lo escucho.
-Estoy investigando un caso de homicidio señora, y necesito encontrar  a una tal Julieta, creo que ella estaba en una obra en este teatro, la obra se titula “El lago de los cisnes”, ¿me puede dar una lista de las bailarinas que estuvieron en esa obra?
-Bueno lo que usted me está pidiendo es un registro, pero este registro no se lo puedo dar a usted, ¿me entiende?
-¿Y usted entiende que estoy investigando un homicidio, o usted es sorda? Porque si lo es perdóneme, pero no se lo voy a repetir, necesito ese registro señora, hay un asesino suelto, y si usted no me da el maldito registro seguirá más tiempo suelto haciendo Dios sabe qué.
-Bueno, tranquilícese, si hay un homicidio de por medio ya es otra cosa. Ahora le traigo el registro… Dios mío…-la encargada abrió un cajón de su escritorio y empezó a buscar entre un montón de papeles. Cuando lo encontró se notó en su cara un signo de felicidad.-Bueno, acá está el registro señor detective, aún no me dice su nombre, al menos deme su nombre para poder saber que no es un impostor.
-Mi nombre es Facundo, detective Facundo-le dijo serio mientras le mostraba su placa de detective.
-Bueno… Facundo aquí tiene el registro.
-Okay… vamos a ver...-dijo mientras revisaba el registro. Toda su atención se centraba en ese registro.-a ver, Julieta, Julieta, Julieta, acá-era la única Julieta en esa obra, de seguro era ella, estaba seguro un cien por ciento. Estaba su dirección, Coronel Albardo 1987. Anotó en su agenda y le devolvió el registro a Valentina-Muchas gracias señora por su colaboración. Buenas tardes.

Facundo  tomó un taxi al salir del teatro y le dio la dirección al taxista.
-Coronel Albardo, 1987, que sea rápido por favor.
 El taxi tardó en llegar casi media hora, estacionó al lado de una puerta de madera bastante gastada, era un barrio de los suburbios bien  tranquilo. El día seguía nublado, se sentía en el aire la humedad, como al detective le gustaba, húmedo, lluvioso y grisáceo. Se acercó a la puerta y presionó el botón del timbre del 2B.
Nadie atendía, el detective seguía presionando y presionando el timbre, pero nada. Entonces tocó el timbre que decía “Portero”. Se escucharon unos pasos acercándose a la puerta. Cuando se abrió apareció un hombre. Era viejo y barbudo, trigueño, de pelo negro, aunque lo que quedaba de color negro en su pelo era poco.
-¿A quién busca señor?
-Estoy buscando a Julieta, no me atiende, ¿sabe si ella se encuentra aquí?
-Ahh sí, Julieta, estaba saliendo del edificio ¿sabe adónde se fue? Se notaba que había llorado, tenía una expresión en la cara de que estaba perdida, como que en shock ¿usted me entiende? Se quedaron poco tiempo, luego se fueron rápido, tenían unas cuantas mochilas y maletas, solo se fueron, no me dijo nada, eso es todo lo que le puedo decir, detective.
-¿Cómo…cómo sabe que soy detective?
-Señor, como verá soy viejo, y he conocido muchos detectives en mi vida. Y usted… se nota demasiado que lo es.
-Bueno, entonces sabe que necesito inspeccionar el departamento de la señora Julieta, ¿verdad?
-Sí detective-el hombre viejo se acercó a su oficina y empezó a buscar entre un montón de llaves que había en un cajón.- Acá esta departamento 2B, tome detective. -Gracias buen señor, solo me tomará un rato esto- le dijo Facundo mientras se dirigía al departamento de Julieta. Subió las escaleras hasta llegar al segundo piso-Primero b no….acá segundo b, a ver…-giró las llaves y abrió la puerta-Hola? Hay alguien aquí?...supongo que el viejo tenia razón aquí no hay nadie. Desenfundó el arma y empezó a buscar en todas las habitaciones, no había nadie, de eso estaba seguro. Enfundó el arma y empezó a investigar el lugar. En la sala no había nada, entró en el baño y nada, en el cuarto había ropa por todos lados. Entonces Facundo se acordó lo que le dijo el viejo, ”tenia algunas mochilas y maletas”, se va ir al un lugar lejos, muy lejos seguro. Ella sabe algo, tengo que encontrarla.
 Facundo supo que el departamento de nada le serviría, Julieta había guardado (o desechado) todo registro o pista que delatara su destino, fue entonces que Facundo supo que debía apresurarse a conseguir pistas, supo que el departamento de la bailarina era una pérdida de tiempo y decidió irse no sin antes hacerle algunas preguntas al portero sobre Julieta, si recordaba con quienes habían entrado o salido, si algún vecino tenía alguna relación estrecha.  No consiguió nada y justo antes de despedirse, el portero le dijo:
-Recuerdo que cuando se fue del departamento tenía, además de lágrimas en sus ojos, una expresión que, para mí, era de miedo.
 –En casos como el de Julieta es común una expresión de miedo, verá, ella estaba saliendo con un juez, que tenía esposa e hijos, ella puede estar pensando que la esposa del juez es la asesina y que ella es la próxima en su “lista negra”. Si es por eso, le aseguro que está gastando dinero para irse lejos sin necesidad, ya que la esposa del juez apenas sabe su nombre y profesión-
El portero abrió su anecdotario de portero charlatán y le informó sobre el historial de relaciones sentimentales de Julieta.
-¿Sabe? Julieta era la típica chica que siempre estaba  “acompañada”, no es que tuviera un tipo distinto esperándola en la puerta del edificio cada  fin de semana, pero personalmente nunca recuerdo un sábado más o menos  a las ocho de la noche que no saliera con sus “novios”, algunos le duraban más y otros le duraban menos, pero siempre salía, y volvía con su caballero al edificio a las dos de la madrugada y luego reaparecía solo para despedirse de su acompañante (que por cierto, se iba bastante contento, no creo que le tenga que explicar por qué) y abrirle la puerta a las 1dos de la tarde.
Facundo estaba harto de escuchar las aburridas historias que el encargado les había sacado a cada uno de los novios de Julieta, hasta que el avejentado hombre dijo algo que le llamó mucho la atención.
-Recuerdo que había un hombre que visitaba con mucha frecuencia a Julieta, pero no en el horario que ella siempre acostumbraba, generalmente venía cuando Julieta necesitaba pintar su departamento, mover algún mueble pesado, reparar un caño, etc. Yo llegué a pensar que debía ser su hermano, pero eso no podía ser ya que no se parecían para nada. Con el tiempo me di cuenta de que era uno de sus mejores amigos, pero me parece que al joven no le gustaba ese puesto, quería un “ascenso” en el corazón de Julieta, usted me entiende. Recuerdo que hablaba mucho de fútbol, seguíamos al mismo equipo. Su nombre era Martin, era un muy buen muchacho, me caía muy bien. Cuando Julieta se estaba por ir le dije que le enviara muchos saludos de parte mía a ese amigo suyo Martín, ahí fue cuando su expresión fue como si estuviera viendo una cucaracha (a ella le dan pánico las cucarachas).
-¿Podría darme más datos acerca de Martín?-preguntó  Facundo.
-Me temo que no, recuerdo que él era arquitecto, pero si necesita algo para comunicarse con él no le puedo ofrecer nada, nunca le pregunté su teléfono-contestó el portero.
-Maldición -susurró Facundo.
-Bueno, que tenga un muy buen día señor.
Se fue  con la sensación de que el camino hacia el asesino se hacía aún más largo


CAPITULO 3
-Buenas noches, detective Facundo al habla, ¿con quién tengo el gusto?-facundo trataba de ser lo más cortés con alguien que lo llamaba a las 3 de la mañana (horario en el que hacerse el cortés cuesta bastante).
-Hola facundo, Martina le habla. Perdone que lo moleste a esta hora pero ¿recuerda la charla que tuvimos el otro día acerca de esta yegua de nombre Julieta? -Martina y Facundo habían tenido una extensa charla en donde el detective le contó a la esposa del juez todos los datos que pudo conseguir sobre Julieta.
-Sí, ¿qué sucede?- respondió Facundo somnoliento.
-Me encuentro en la terminal de buses, esperando a mi hermano, que viene desde muy lejos para apoyarme en este momento horrible que estoy pasando, y, por suerte o por desgracia, al lado mío se cae y se abre una valija que contiene, además de  muchas otras cosas cuatro pares de zapatos de ballet y otras cosas, y por casualidad la dueña de la maleta se llama Julieta.
-Bueno, pero eso puede ser una casualidad, puede haber más de una Julieta en este mundo-rezongó Facundo.
-Pero esta coincide con la chica de la que estuvimos hablando el otro día, delgada, pelo castaño, ojos verdes; estaba muy apurada, parecía que se estaba escapando.
-Señora, digamos que más suerte no podemos tener. Lástima la hora a la que se le ocurre viajar a esa chica-. Facundo,  aunque estuviera cansado, se alegró al saber que la suerte lo estaba acompañando, él sabía que oportunidades como esta no aparecen muy seguido.
-Martina, escúcheme, dígame hacia donde se dirige ese micro-dijo agitado Facundo.
-Se dirige hacia Santa Rosa, la capital de La Pampa-contestó Martina.
-Escuchemé, permanezca en la estación de micros. La voy a pasar a buscar con mi auto, dígale a su hermano que la va a tener que acompañar, vamos a La Pampa. Sé que es un impulso desesperado, pero puede que este sea el intento para escapar o para encubrir a alguien, haga lo que le digo si quiere saber la verdad acerca de su esposo, o por lo menos acercarnos bastante al asesino.
-Está bien, si usted piensa que así podremos avanzar…-dijo Martina resignada.
-Va a ver que lograremos avanzar bastante, permanezca en la estación, iré a buscarla-dijo Facundo y colgó el teléfono, se vistió como pudo y encendió el auto, estaba emprendiendo su viaje a lo que podría ser una decisión bastante acertada de su parte, o una pérdida de tiempo provocada por un impulso.

La estación de  micros estaba relativamente cerca de la casa de Facundo, ir en auto hasta allí le llevó menos de media hora. Cuando se encontró con Martina, ella estaba bastante contenta, pero su hermano no, sentía que su hermana estaba manipulando sus tiempos.
-Julio, él es Facundo el detective del cual te hablé-dijo Martina presentándolo a Facundo.
-Un placer Julio-saludó el detective al hermano de Martina.

-El placer es mío- respondió sarcásticamente Julio.
-Suban, el micro ya nos debe estar sacando mucha ventaja.
Mientras estaban en el auto, Facundo le comentó a Martina y a su hermano como venía el caso, les dijo que al asesino probablemente les costaría bastante encontrarlo, que aunque esto pareciera un impulso, ir a La Pampa era lo único que podía hacer para saber algo. Facundo (aunque eran las 6 de la mañana y casi no había autos) estaba manejando a una velocidad bastante imprudente.
-Óigame Facundo ¿no puede bajar un poco la velocidad? Me pone los pelos de punta ir a 140 por hora-solicitó Julio.
-Si queremos alcanzar al bus tenemos que seguir a esta velocidad, descuide, nadie va a morir o salir herido-contestó Facundo.
-Es la última vez que vengo a acompañarte para hacer estas boberías- le susurró Julio a su hermana.
El auto estaba a 90 kilómetros de Santa Rosa y no había ningún rastro de él. Facundo, Julio y Martina estaban comenzando a frustrarse (sobre todo Julio).
-Yo te lo dije, tendríamos que haber ido a tu casa en vez de haberle hecho acaso al idiota este- le gritó Julio a su hermana. Ya no le importaba la opinión de Facundo y Martina, o si el detective se sentía ofendido.
-Julio, basta, sos un maleducado, ¿cómo le vas a decir eso al detective, que se ofrece a llevarnos hasta La Pampa para resolver mi problema? Y, además soportó todos tus reclamos y quejas-exclamó Martina.
-Perdóneme Facundo, perdone que le haya hecho pasar este momento-se disculpó sarcásticamente Julio.
Facundo, aunque aceptó las falsas disculpas de Julio y agradeció la defensa de Martina, no parecía importarle mucho el momento que acababa de transcurrir en su auto, estaba muy decepcionado, y, a la vez enojado, sabía que cedió ante un  impulso.
    Facundo estaba pensando en volver hacia Capital Federal, a pocos metros había una rotonda, pensaba tomarla y volver hacia su casa, se sentía un fracasado, el caso se le había ido de las manos, por un momento creyó que el insulto del hermano de Martina era bastante acertado; pero cuando todo parecía perdido, un micro aparece detenido por la policía, le estaban pidiendo los papeles al conductor del micro.
-¡Ese es el micro!-exclamo Martina.
Facundo se sentía muy aliviado, aceleró el auto, el micro había comenzado a avanzar, los policías decidieron no detener a Facundo y este comenzó a seguir al micro.
-¿No cree que comenzaran a sospechar de nosotros si estamos a tan corta distancia?-preguntó Martina.
-Mire, nosotros tenemos una muy buena razón para seguir al micro, si nos dicen algo, les contamos nuestra historia- respondió Facundo.
Facundo, Martina y Julio finalmente habían llegado a la estación de micros, Facundo estaba tratando de ver con sus propios ojos a Julieta, quería ver si Martina no había cometido algún error y se había confundido con otra persona, cuando se abrió la puerta del micro vio que Martina no se había equivocado. Esa chica definitivamente era Julieta. La siguieron a una velocidad muy lenta.

Finalmente Julieta se detuvo en una casa y llamó a la puerta. Cuando se abrió, Julieta gritó de forma aterradora  y una mano la metió en la casa violentamente. La puerta se cerró bruscamente.
-¡Vamos, tenemos que ayudarla!-grito Facundo.
Los tres salieron del auto y el detective rompió la puerta para poder socorrer a Julieta. Desenfundó su arma y gritó – ¡¡Arriba las manos!! –
Al entrar vio que un hombre estaba tratando de estrangular a la chica. Julio separó al hombre de Julieta, Martina estaba muy asustada y salió corriendo hacia el patio.
-¡Dejame en paz Martín! – gritó Julieta.
Facundo supo que ese era el Martín del cual le había hablado el portero.
-Te lo advertí, te dije que me dieras una oportunidad  - gritó Martín.
-Pero las cosas no funcionan así – exclamó Julieta.
Hubo un intercambio de golpes entre Facundo y Martin, el detective logró atontar al muchacho, junto con Julio pudieron  atarlo a una silla y comenzaron a interrogarlo.
-Quiero que me cuentes con lujo de detalles lo que pasó – dijo Facundo.
-No tengo por qué contártelo, ¡¡desatame ya!! – exigió Martin.
-Con lo que vi, es bastante para que, si no me lo contás a mí, se lo vas a decir a la policía. Soy detective, me gustaría escuchar tu versión- le respondió Facundo.

-Está bien “detective”- dijo burlonamente – lo maté porque estaba enamorado de Julieta y estaba celoso del juez. Hace mucho tiempo estoy pendiente de Julieta y sus problemas , estaba harto de que fuera la novia de cualquier mamerto que no fuera yo, yo siempre estuve ahí, y nunca me dio una chance, soporté un tiempo que tuviera otros novios, pero que le dé bola a un juez viejo, decrépito y arruinado en vez de a mí, eso no lo pude soportar. Sabía que ella vendría aquí, siempre que tiene algún problema grave viene a pasar un tiempo a la casa de su madre en La Pampa para calmarse. Le advertí que esto iba a pasar, si quiere lléveme a prisión, en parte cumplí con mis deseos de venganza-confesó Martin.
Martin fue a la prisión y tiene una condena a cadena perpetua por homicidio.
Julieta continuó con su vida, pero las cosas para ella nunca volverían a ser iguales.
Martina, desde la traición de su esposo, no confió más en el amor, solo en el de sus hijos.
Facundo recibió una gran paga por parte de Martina, solo eso se sabe de él hasta ahora.




¿Otro crimen pasional? Veamos qué nos cuentan Tobías Aluau, Nicolás Martínez, Matías Rodríguez y Carolina More


 
 
 

El engaño inesperado


 Estaba desayunando y leyendo el diario en mi departamento, como todas las mañanas, cuando me llamó la atención una noticia:

Hallaron muerta a una ama de casa, la causa de muerte sería asfixia, el arma homicida, una soga. No se conocen más detalles y no hay nadie a cargo de la investigación al cerrar esta edición”
Luego de un largo rato de reflexionar decidí comunicarme con el departamento de policía a cargo del caso. Aceptaron mi propuesta de iniciar la investigación y en ese mismo momento fui a encontrarme con ellos.
Cuando llegué me recibió el jefe del departamento y me explicó todos los detalles que tenían del caso. La víctima era un ama de casa identificada como Pamela León de Suárez, la había encontrado su marido  ahorcada en el baño de su departamento en Av. Corrientes, con una soga alrededor de su cuello.
La primera decisión que tomé fue averiguar qué hizo la victima el día de su muerte y saber con quién o quiénes había estado, también ordené que se hicieran peritajes en el departamento. Al primero que interrogué fue a su marido, Fernando Suárez, un enfermero que trabajaba en un hospital público y en clínicas privadas. Le hice las siguientes preguntas:
-        ¿Qué fue lo que hizo ese día?
-        Bueno, me levanté temprano para cubrir mi turno, ella se levantó conmigo, desayunamos juntos y después salí. Estuve todo el día en el hospital y cuando regresé a mi casa la encontré muerta en el baño- dijo a punto de quebrar en llanto
-        ¿Sabe lo que hizo su esposa ese día?
-        Sé que se levantó temprano porque tenía que hacer unos trámites en el centro, no es  habitual que se levante a la misma hora que yo, pero es lo único que sé.
Tuve la idea de también interrogar al portero del edificio. Me dijo que la víctima se había retirado del edificio poco después de su marido, aproximadamente a las 7:30. Volvió cerca de las 12 y no salió otra vez, pero recibió la visita de dos hombres, uno era un boxeador reconocido y el otro un periodista que vivía a pocas cuadras de allí.
Volví a convocar al marido de la víctima para saber qué tipo de relación tenía el matrimonio con estos hombres. Me comentó que “El tornado”, el boxeador, era un muy buen amigo suyo y que se olvidó algo en su casa la última vez que los visitó y esa podría ser la razón de la visita, también que él creía que el periodista era el amante de su esposa. Se produjo un silencio y le dije que se podía ir.
Tenía nuevas pistas, Pamela vio al menos a dos personas más ese día. Volví al departamento de policía y les comenté las novedades, también les pedí que se contactaran con los nuevos sospechosos, el boxeador Ariel “El Tornado” Fernández y el periodista George Talana. Ya era tarde y recién podría interrogarlos al otro día.
Me levanté temprano, y fui a interrogarlos. “El tornado” estaba muy nervioso o eso noté yo, en cambio a Talana lo noté muy tranquilo. Cuando estaba a punto de empezar el interrogatorio llegaron los resultados de los peritajes, en ese momento eran más interesantes esos resultados que las preguntas que podía hacerles con los pocos datos que tenía. Encontraron huellas en casi toda la casa y en la soga además de las pertenecientes a la víctima, pero no fueron identificadas porque no  había huellas con que compararlas hasta ese momento, inmediatamente se le tomaron las huellas a los tres sospechosos.
Una vez que teníamos todas las huellas inicié con el cuestionario a Talana:
-        ¿Qué hizo el día del crimen?- Pregunté en un tono algo seco-
-        Me levanté aproximadamente a las 8 y después fui a la redacción del diario, volví más o menos a las 16:30, me fui más temprano porque no me sentía muy bien-Dijo con toda tranquilidad- Después fui a visitar a Pamela a las 17:45 más o menos
-        ¿Por qué la fue a visitar?
-        Bueno… éramos amantes- Me sorprendió que me lo confesara
-        ¿Y a qué hora se fue?
-        No se… a las 19 más o menos.
No quise sacar ninguna conclusión e inmediatamente llamé a “El tornado”, le hice prácticamente las mismas preguntas:
-        ¿Qué hizo el día del crimen?
-        Entrené toda la mañana, cerca de las 2 de la tarde me fui a almorzar a mi casa, como tenía la tarde libre fui a buscar  lo que me olvidé en la casa de Fernando (marido de la víctima). Habré llegado a eso de las 3 de la tarde, busqué mis cosas y después tomé unos mates con Pamela, me fui a las 4 y media, más o menos.
-        ¿Qué era lo que te olvidaste?- Por alguna razón, eso me causaba intriga
-        Me olvidé algunas cosas de entrenamiento, guantes, sogas, esas cosas.
En ese momento empecé a pensar en los dos testimonios, el testimonio de Talana era bastante convincente, parecía que no tenía nada que ver con el crimen, en cambio “El tornado” dijo algo que lo incriminaba y bastante: tenía una soga entre sus pertenencias…
Estaba en mi oficina pensando en todos los detalles que había obtenido y llegaron los resultados de la comparación de las huellas digitales. Había huellas de los tres sospechosos, de “El tornado” había huellas en el comedor y la cocina, de Talana en la habitación del matrimonio y en el baño, donde hallaron el cuerpo, y de Suárez las había en toda la casa, lógicamente. Me llamaron la atención las presentes en la soga, coincidían en parte con las de Suárez, pero no era muy claro.
Volví a ver al portero del edificio, necesitaba aclarar cosas en cuanto a los horarios de visita de cada uno de los hombres. Llegué y me recibió muy amablemente. Me preguntó cómo iba el caso, le conté muy pocas cosas, no quería ventilar los detalles hasta que estuviera seguro de todo. Le dije la razón por la que estaba ahí y me contó todo lo que yo quería saber:
-        “El tornado vino más o menos a las  3 de la tarde o 3 y media,  estuvo hasta las 4 o 4 y media, 5 como mucho, justo yo estaba levantando la basura cuando escuché que le preguntaba a Pamela dónde estaban sus cosas, en voz alta pero en un tono tranquilo, todo normal.

Talana llegó cerca de las 6 de la tarde y se fue a las 7 o 7 y cuarto, no vi ni escuché nada sospechoso.
-        ¿Sabe a qué hora llegó el marido de Pamela?-pregunté
-        Si, llegó a las 7 de la tarde aproximadamente
-        Talana, ¿se fue antes o después de que llegara Suárez?
-        Talana se fue unos minutos antes de que llegara Fernando, seguro se cruzaron porque Fernando vuelve de trabajar por la misma cuadra dónde vive Talana.
Esa era una pieza clave, lógicamente “El tornado” no la mató porque Talana seguramente la vio con vida, es lo normal pensar que alguien que  encuentra una mujer muerta avise a la policía, además sólo podría haber entrado al departamento si ella le abría la puerta, o que él tuviera llave propia. Así que “El tornado” estaba prácticamente descartado de ser el asesino. Quedaban Talana y Suárez. Alguno de ellos era el asesino. Talana se fue antes de que Suárez llegara y la pudo haber matado antes, también existía la posibilidad de que Suárez estuviera mintiendo, además tenía un elemento en su contra: las huellas que estaban en la soga coincidían en parte con las de él.
Estuve toda la noche pensando en las posibles causas y maneras de haber matado a Pamela. Suárez tenía una razón muy clara, su mujer lo engañaba, Talana podría estar harto de vivir “a escondidas”. Talana podría haberla matado cuando fue a verla y Suárez cuando llegó a su casa y tranquilamente decir que la encontró muerta.
Al otro día me reuní con los sospechosos otra vez decidí hablar e interrogarlos, prestar mucha atención a cada detalle de lo que relataban y a su comportamiento.
Talana estaba sumamente tranquilo, me dijo lo mismo que la última vez, agregó solamente un detalle: se había cruzado con Suárez en la esquina de su casa.
Suárez estaba sumamente nervioso, hice las preguntas y también me dijo lo mismo, lo noté algo enojado cuando repitió que creía que Talana era el amante de su esposa. Fue ahí cuando me di cuenta que él era el culpable del asesinato de su propia esposa, lo obligué a confesar. Contó todo, detalle por detalle, no es un mal tipo, no tiene mente de asesino. Entre llantos me relato lo que sucedió:
“Volvía de trabajar y me encontré con Talana, me di cuenta de que venía de mi casa, me enojé mucho. Llegué a casa y actué como todos los días, como si no supiera nada. Pamela estaba preparando la pava para tomar mate mientras yo me bañaba. Cuando salí de bañarme le pregunté cómo le fue en su día, me contó que fue al centro y también que “El tornado” fue a buscar sus cosas, pero no me dijo que Talana estuvo en casa, lógicamente. Entonces se lo pregunté, se quedó callada un rato y me dijo  la verdad, en ese momento me saqué y empecé a gritarle, discutimos mucho. Y después… La maté. Agarré la soga que se había caído del bolso de “El tornado” y la maté. La maté porque me sentía traicionado, nunca hubiera esperado algo así de ella, yo la amaba y por un impulso ahora la perdí, ojalá no lo hubiera hecho nunca.”
Suárez confesó y el caso ya estaba resuelto… Mi primer caso y estaba resuelto.



El caso de Vicharra...ups, perdón, el caso del camionero


El caso del camionero


Era un día caluroso de verano, caminar por las calles era insoportable, pero qué se le iba a hacer, tenía que ir a trabajar, así que mientras caminaba saqué un cigarrillo, lo encendí  y seguí mi rumbo pensando en la llamada que había recibido de la estación.

Mi nombre es Stuart, tengo 39 años y soy un miembro de la fuerza criminalística de la policía de Buenos Aires desde hace más de 12 años, así que ya me imaginaba que llamaron por algún caso de robo o asesinato, no me importaba mucho, era muy aburrido todo esto. Entré a la estación, me encontré con un compañero de trabajo y me dijo que fuera a ver al jefe. Entonces me dirigí a su oficina.
-        Iré directo al grano, se nos ha informado de la aparición de un cuerpo en la localidad de Tigre – me dijo.
-        Y quieres que esté en el caso ¿no? –
-        Si, y además quisiera que fueras el compañero de un policía que acabamos de recibir, tiene 21 años, es un pibe todavía, y quiero que le enseñes todo lo que sabes 
-        ¿Qué?,  – le dije un poco enojado -  ¿Me vio cara niñera? .Ah … Bueno no importa, seré su compañero.
-        Genial, el nuevo te está esperando allá, así que apúrate – me dijo, con una sonrisa en el rostro.
Un poco disgustado me subí a la patrulla y me fui del lugar. Mientras manejaba encendí un cigarrillo, siempre fumaba  tres cigarrillos al día, es un vicio que no me puedo quitar. Cuando llegué al lugar, me encontré con la repetitiva escena de asesinato, la policía haciendo un perímetro en el área, los peritos revisando el cuerpo, etc.; para mí esto era rutina así que no le daba importancia. Me dirigí con un policía de la zona para comenzar a hacer un análisis de todo esto. La información que pude sacar fue que había sido hallado un cuerpo a las 13:00 hs. Se le informó a la policía a través de un vecino de la zona, que descubrió el cuerpo en una vivienda deshabitada. Según los peritos el cuerpo tenía varias puñaladas y había sido abandonado en el lugar hacía dos días.
Si no me equivocaba el nombre del vecino que encontró el cadáver era Raúl, se encontraba junto con unos policías en la escena. Solo para sacarme unas dudas fui a hacerle unas preguntas.
-        Hola señor Raúl, mi nombre es Stuart, soy un oficial que acaban de integrar al caso. ¿le molestaría si le hago algunas preguntas? –
-        Es que recién los oficiales que acabas de ver me hicieron preguntas – me dijo
-        Si ya sé, solo quiero saber si fue usted quien encontró el cuerpo – le dije
-        Eh, ¿qué quiere decir?
-        Bueno, es raro que un hombre sin ningún motivo haya entrado a una vivienda deshabitada.
-        Bueno, la verdad es que mi hijo de 16 años lo encontró. Casi siempre va esa casa a fumar y beber con sus amigos – Raúl me dijo – cuando fue hoy, encontraron el cuerpo.
-        Bueno, es común que un adolescente, comience a tomar en esa edad. Con todo esto que me dijo despejé las dudas, pero quisiera hablar con su hijo.
-        Justo ahora está hablando con otro oficial que preguntó por él. Mire, está por allá – me dijo señalando a un chico vestido con una remera manga corta y un short, que estaba hablando con un oficial que desconocía.
Cuando me acerqué, el oficial que estaba hablando con el muchacho, me mira y me saluda. Yo me preguntaba quién era esta persona, nunca en mi vida lo había visto.
-        Hola oficial Stuart – me dijo el joven oficial.
-        Por allí suene descortés pero, ¿Quién eres? – le dije confundido
-        ¿Qué? ¿el jefe no le hablo de mí? Soy Walter, su nuevo compañero –
-        Ah… , ya me acordé, vos sos el nuevo –
-        Sí, recién comencé a trabajar hace dos semanas y este es el primer caso que me dan.
Después de esta charla, lo dejé que terminara de interrogar al chico. Luego él me dijo que el muchacho no tenía nada que ver con el asesinato, y que solo lo encontró de casualidad, pobre muchacho, pensé, a esta edad ya viendo un cadáver. Nos subimos al vehículo y nos dirigimos a la estación para hacer un informe del caso.
Al paso de los días nos llamaron de la morgue de Tigre, diciendo que habían identificado a la víctima. La persona fue identificada como Rodrigo Valdez, un camionero de nacionalidad uruguaya, que vivía en Moreno con su esposa. Al parecer murió desangrado y las heridas fueron hechas por un objeto punzante. Ya teníamos el nombre la víctima y la causa de la muerte, ahora teníamos que informar a su esposa lo que le sucedió a su marido, algo que creo que es muy duro de hacer.
Después de dos semanas de haber hallado el cuerpo nos dirigimos a la casa de la señora Isabel. Cuando llegamos y le informamos de la muerte de su esposo, comenzó a llorar. Al verla llorar noté algo fuera de lo normal pero no le  di importancia. Walter consoló a la mujer dolida, cuando se tranquilizó un poco le preguntamos donde estaba su esposo el día que lo asesinaron, ella todavía con el shock de la noticia, nos dijo que en ese momento estaba trabajando, lo habían llamado para transportar electrodomésticos, también le preguntamos si sabía quién podría querer hacerle daño. Nos contó que hace unas semanas, él tuvo una pelea con un sobrino suyo, por cuestiones de dinero. Su sobrino se llamaba Erick y era corredor de autos en el TC 2000.
Con esto por fin teníamos a nuestro primer sospechoso, nos pusimos en marcha a buscarlo a su casa. En eso Walter comienza a hablar.
-        Eh… Stuart, ¿no notaste como actuado el llanto de la señora Valdez? – me pregunto
-        Yo que sé, cada mujer tiene su propia forma de llorar ¿no? –
-        Pero fue raro, creo que hay que ponerla como sospechosa también –
-        Hacé lo que quieras, pero por el momento vamos a interrogar a ese Erick – le dije
Luego de 20 minutos en el auto, llegamos a la casa de Erick que vivía en San Isidro. Cuando tocamos el timbre, nos atendió una mujer que decía ser su novia. Le preguntamos por Erick y nos dijo que se encontraba durmiendo, es raro que una persona normal durmiera a estas horas. Luego de unos minutos salió y se sorprendió mucho de que estuviéramos aquí.
-        Hola Erick, somos oficiales de la policía de Buenos Aires, queríamos hacer unas preguntas acerca de tu tío Rodrigo – Le dijo Walter
-        ¿Qué?, ¿Por qué me preguntan a mí? – le dijo – vayan con él a hacerle preguntas.
-        Si pudiéramos lo haríamos – le dije con sarcasmo – tu tío está muerto, encontramos su cuerpo hace más de 2 semanas.
Él nos quedó mirando, como que le dijéramos una broma, pero después se quedó pensativo un rato y dijo:
-        Y ustedes creen que yo lo maté o me equivoco –
     -   No creemos que lo mató, solo queremos hacerle preguntas – le dijo Walter
-        Sabemos que usted y su tío tuvieron una pelea – dije colándome en la conversación.
-        Si es verdad, necesitaba un poco de dinero, tenía varias cuentas que pagar, así que fui a la casa de mi tío a ver si me podía ayudar –
-        Así, ¿Por qué no te quiso ayudar, lo golpeaste? – le dije
-        Sí, estuvo mal, pero en verdad que necesitaba la plata, él es un viejo tacaño, tiene mucho dinero en el banco y ni siquiera quiso ayudarme –
-        ¿Qué? Espera…¿Cuánto dinero tiene en el banco?
-        Creo que tenía unos 800.000 pesos guardados –
-        ¿Cómo un simple camionero tiene tanto dinero? – dijo Walter.
-        Bueno, cuando era más pequeño me acuerdo que mi tío tenía su propio negocio, le iba muy bien, ganaba bastante guita. Pero hace no más de 5 años, hizo unas malas inversiones y quebró –
Nosotros, sorprendidos, le agradecimos por su cooperación. Luego nos volvimos para la estación y comenzamos a investigar las cuentas bancarias del señor Valdez y confirmamos lo que nos habían dicho. Erick dejó de ser sospechoso, así que el caso quedó estancado, no teníamos sospechosos y ninguna pista. Me irritaba que este caso quedara así, pero no teníamos nada. Claro está que la esposa de Valdez ocultaba algo, pero para el día del asesinato tenía una coartada muy sólida, así que la descartamos. En eso me doy cuenta que Walter estaba escribiendo algunas cosas en su libreta, me preguntaba qué escribía.
Pasaron los meses y el caso quedó en la nada. Pero un día Walter me llama y me dice que tenía otro sospechoso, sin dudarlo me dirigí a la comisaria. Cuando lo encontré me dijo que fuéramos a una cafetería que conocía del lugar, allí me conto que un periodista podría ser el sospechoso. Un poco confundido por la conclusión de Walter, no tuve  más remedio que preguntar cómo llegó a eso. Entonces, Walter con una sonrisa en su rostro, saca de una mochila una libreta y me la entrega, me dice que leyera todo lo que había dentro. Después de decirme esto paga la cuenta de la cafetería y se marcha. Entonces comienzo a leer la libreta, encuentro que tiene muchas cosas escritas, algunos renglones tachados y muchos garabatos. En eso veo que en la última hoja había más de cuatro personas sospechosas del asesinato, había dos tachados y los otros dos se podían leer bien, allí se encontraba el nombre de la señora Valdez y el de un periodista llamado Cristian Pérez.
Al parecer la señora Valdez y Cristian Pérez eran amantes hacía más de tres años. El día del asesinato Cristian falto al trabajo por enfermedad. Tiene un auto Renault Clío del 2000, días después del asesinato mandó a limpiar completamente su auto. Además la señora Valdez ha estado gastando mucho dinero últimamente y no parecía preocuparse por la muerte de su esposo. Es algo misterioso, pero como Walter lo marcó como sospechoso tenía que investigar. 
Al día siguiente fui al trabajo del periodista Cristian. Para mi sorpresa, en la entrada del edificio también se encontraba Walter.
-        ¿Qué haces acá? – le pregunte a Walter.
-       Que más voy a hacer, vine a hacer preguntas – me dijo.
-        Está bien, no importa.
-        Después de esto tenemos que ir a la casa de la señora Valdez –
-        Decime ¿Por qué?
-        Ella también es sospechosa.–
-        No tenemos nada fiable, además ella tiene un coartada.
-        Primero charlemos con este tipo – me dijo, con un gran aire de confianza.
Después de unos minutos salió Cristian del edificio, nos acercamos para hablar con él.
-        Hola, Cristian – le dijo Walter.
-        ¿Qué?, ah… hola – dijo confundido – ¿Quiénes son?
-        Somos oficiales a cargo del asesinato de Rodrigo Valdez – le dije  - y queremos hacerle unas preguntas.
-        Está bien, ¿qué quieren preguntar? – dijo Cristian. Parecía que estaba muy nervioso por nuestra sorpresiva visita, hablaba tartamudeando.
-       ¿Qué hizo el día que se reportó enfermo?
-        Eh… me quedé todo el día en casa.–
-        ¿Tiene a alguien que pueda confirmar esto? – dijo Walter.
-        Eh… no – dijo Cristian en voz baja.
-        Está bien  – le dijo Walter – queremos que nos lleve a su casa para inspeccionar su auto.
-        Eh, no los voy a llevar, para esto necesitan una orden de allanamiento.
-        Tiene razón, y además sacar una orden de allanamiento tarda muchas semanas – le dije a Walter.
-        No te preocupes, ya me adelanté y saqué una orden de allanamiento hace semanas y también se dónde vive, solo quería ver su reacción – dijo Walter muy feliz – Igual justo ahora se están dirigiendo unos peritos a su casa para inspeccionar su auto y su hogar, solo quería llevarlo para allá.
Cristian y yo sorprendidos, nos dirigimos para su casa en Vicente López. Una vez allí nos encontramos con los peritos y comenzaron a revisar todo. Después de la inspección nos dijeron que tenían que llevar unas muestras al laboratorio y que en unas semanas ya iba a estar lista.
Al paso de las semanas nos llegaron los análisis de las pruebas, al parecer se encontraron varias manchas de sangre en el maletero del auto. Fui hasta su casa y lo arresté por cargos de asesinato en primer grado. Cuando lo interrogamos contó todo, cómo mato a Rodrigo y cómo transportó el cuerpo hasta Tigre. Con esto dimos  el caso por terminado. Cuando nos  estábamos  retirando, Walter me dijo que me fuera primero, que quería hablar de algo con Cristian. Sin pensarlo me retiré del lugar y me fui a mi casa.
Un tiempo después fui a la comisaría a encontrarme con Walter para ir al juicio de Cristian, pero no lo encontré por ningún lado. En eso me llama un compañero que estaba  vigilando la celda de Cristian, me dijo que el recluso quería hablar conmigo. Me dirigí a su celda, cuando lo vi parecía que algo le inquietaba.
-        ¿Qué te pasa? – le dije.
-        Es verdad que me van a bajar la condena ¿no?
-        ¿Qué?, ¿Por qué haríamos eso? 
-        Eh… tu compañero, me dijo que si le decía quién era el asesino me iban a tratar solo como encubridor.
-        Espera, ¿tú no eres el asesino?
-        No, es que no quise decir nada para protegerla.
-        ¿Protegerla?  ¿A quién?–
-        A Isabel, solo quería protegerla.
-        Entonces ella lo mató.
-        Sí, es que un día antes que me reportara enfermo, Isabel me llamó diciendo que había matado a su esposo – me dijo – me dijo que él la atacó y que lo mató en defensa propia, así que la ayude.
-        ¿Y por qué está hablando ahora?
-        Es que su compañero me dijo que me iban a poner la condena máxima de 25 años, así que finalmente cedí y le dije todo.
-        Espera, ¿dónde está el ahora?
-        Me dijo que iba a ir arrestarla hoy a la mañana.
Un poco asustado miré mi reloj y me di cuenta que era más de la una de la tarde. Me subí a la patrulla y fui lo más rápido posible a la casa de Isabel. Cuando llegué el lugar parecía tranquilo, caminé hasta la puerta y noté que estaba abierta, entonces entré y comencé a revisar la casa. Cuando llegué a la cocina, encontré el cuerpo de Walter tirado en el piso. En ese momento no me percaté de que Isabel estaba detrás de mí. La mujer gritó y trató de apuñalarme, pero me moví  y solo me alcanzó el brazo. En ese momento saqué mi arma y le disparé tres tiros en el pecho. Isabel cayó muerta. Con un corte muy profundo en mi brazo, me dirigí a la patrulla y llamé a la estación diciendo que había dos personas muertas y un oficial herido.
Pasaron varios días después de este incidente, el caso se dio como terminado y a Cristian le dieron una pena de 5 años de prisión por ser cómplice en un asesinato. Después de salir del hospital, fui a visitar la tumba de Walter, siempre pensé en lo joven que había muerto el pobre chico, se entusiasmó mucho con el caso y ahora está muerto. Encendí un cigarrillo y comencé a fumar, en ese momento recibí una llamada de la estación, me dijeron que tenían un nuevo caso para mí, así que tenía que volver. Miré la tumba de Walter por última vez y pensé:
-        “Que bajón, el trabajo de un oficial nunca termina, ¿no lo crees, Walter?”


  ¡Ahhh...el fútbol y las botineras! Con ustedes...los autores.

Figueroa     Martin      Palazzo    Grebe

 

El asesinato de Pol Lewandoski

   
"Último momento, se encontró el cuerpo del famoso  futbolista, Lewandoski Pol, del equipo Borussia Dortmund. Sus restos fueron encontrados en un callejón con signos de violencia en su cabeza, aparentemente hechas por un objeto contundente a dos cuadras de su casa; la policía todavía sigue realizando las pericias." (La Prensa, 21 de agosto de 2012)

          Eran los 8 de la mañana en la ciudad de Berlín, Alemania, cuando un patrullero arribó a la calle Brooklyn 3433. Fueron atendidos por la esposa, ahora viuda del difunto jugador Lewandoski Pol. Ella no parecía entender qué estaba pasando, como si no supiera nada, o tal vez sin importarle. Uno de los oficiales de la policía saca de su bolsillo un diario La Prensa, en la primera plana estaba la noticia de la muerte del jugador. No mostró ningún cambio y ante la frialdad de su reacción se le pidió que los acompañara para hacerle unas preguntas con respecto a su relación y sobre los últimos momentos juntos.

          Cuando llegaron a la comisaría, el oficial Hoffman, le presenta al detective Lahmbt, y le informa que él estará a cargo del interrogatorio.

 Comenzaron con el interrogatorio:

-Antes que nada buenas tardes, como ya sabe, soy el oficial Lahmbt, y, si no tiene ninguna duda, procederemos a las preguntas.

-Quiero comenzar de una vez este interrogatorio, así que proceda rápidamente. 

-Como no señora. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio?

-Ayer por la tarde cuando me dijo que se iba a entrenar.

-¿Notó algo extraño en su comportamiento?

-No, él se fue a entrenar a su club como todos los días a la misma hora de siempre.

- ¿Y cómo era su relación con el Sr. Lewandoski?

- … Estábamos bien. Respondió con nerviosismo, y Lahmbt lo notó pero decidió no decir nada.

-Lamento mucho su pérdida, nos mantendremos en contacto.

El detective se retira .rápidamente y le dice a Hoffman:

- Tenemos que investigar cuál era su relación, me mintió al decirme que estaban bien. Por su forma de contestar, oculta algo.

- ¿Qué sugieres?

-Que preguntemos a sus empleados.

-Bueno, ve a la casa pero que la mujer no sospeche nada.

-Primero pasaré por la escena del crimen, quiero ver el lugar con mis propios ojos.

          Ya eran las dos de la tarde, y el barrio donde ocurrió el asesinato estaba casi desierto. Por la noche prácticamente no habría personas pasando por el lugar. Esto explicaría que nadie hubiera visto o escuchado lo que realmente sucedió, pensó el detective.

Revisando las pericias, y la gran mancha de sangre que había dejado la cabeza de Pol en el suelo del oscuro callejón, Lahmbt  observó que, según la forma en la que estaba dibujada la silueta del cuerpo y la forma en que cayó, el objeto tuvo que ser lanzado desde la calle Swensteiger, la cual está perpendicular a la calle Brooklyn. Tiempo más tarde, Lahmbt descubrió que, a metros de la silueta del cuerpo, había gran cantidad de piedras, y una de ellas tenía sangre. Se colocó los guantes de látex y la llevó al laboratorio para saber de quién era, posiblemente fuera de Pol, y si tenía alguna huella digital.

          Al día siguiente el detective decidió ir a la casa de la señora Lewandoski. Estacionó su coche en frente de la vivienda esperando a que se fuera, y así poder interrogar al personal doméstico. Pasaron dos horas hasta que la mujer abandonó la casa. El detective aprovechó esto para tocar el timbre. En ese momento una señora le abrió la puerta y le preguntó qué quería. El detective se presenta y le dice:

-Necesito hacerle unas preguntas, pero tiene que ser confidencial, no puede hablarlo con nadie.

-Está bien pero tiene que ser rápido. La señora volverá pronto.

Lo hace pasar y una vez dentro el detective comienza con las preguntas:

-¿Cómo era la relación entre el señor y la señora Lewandoski?

-Pues mire, la verdad es que últimamente no se llevaban bien, el señor Pol dormía en el sillón, estaban peleados.

- ¿Tiene alguna idea de por qué?

- No, no lo sé.

-¿Hay algún otro empleado en la casa?

- No, soy la única empleada.

-¿El señor Lewandoski llegaba a horarios extraordinarios últimamente?

-Sí, él me comentaba que después de entrenar muchas veces se iba con sus compañeros a un bar.

-Muchísimas gracias por su ayuda.

          El detective se retira y llama al oficial para informarle de una nueva sospecha:

-Confirmado, la señora Lewandoski nos mintió, hablé con su ama de llaves y al parecer las últimas semanas se llevaban bastante mal. El jugador frecuentaba bares nocturnos según ella. Yo pienso que fue un caso de infidelidad.

-¿Qué razón tendría la señora para mentirnos?

-No lo sé, ya lo descubriremos. Por lo pronto hablaré con sus compañeros de equipo.

          Al día siguiente, Hoffman Y Lahmbt se dirigieron al club donde jugaba Pol, esperaron a que terminen de entrenar para interrogar a los integrantes del equipo.

Uno de sus ex-compañeros le dijo al detective y al oficial que después de cada partido ganado, se dirigían a un bar para festejar la victoria, más que bar era un cabaret. El nombre del lugar era “La Rosadita”.

          También, el jugador le dijo a Lahmbt que siempre que iban a este lugar, Pol se encontraba con una señorita de unos 22 años que trabajaba en ese lugar siempre estaban juntos, como si hubieran mantenido una relación en secreto.

          Pero esto no fue lo único que les dijo, Pol tenía una mala relación con uno de sus compañeros. No sólo no se hablaban, también peleaban muy a menudo. Su nombre era Matt Groen, un jugador inglés con un temperamento muy fuerte. Todavía no se había retirado del club, se estaba cambiando en el vestuario. Una vez afuera, Lahmbt se acerca, se presenta, y sin querer robarle mucho tiempo le dice:

-Tengo que hacerle unas preguntas acerca de su relación con Pol Lewandoski.

-No teníamos ninguna relación, solo compañeros de equipo, disculpe, tengo que irme.

El detective lo detiene y le dice:

-¿Por qué peleaban?

-¿Nosotros? Nunca peleábamos

-No se haga el desentendido, tenemos pruebas.

-Disculpe, tengo que irme.

El detective se retira y le informa a Hoffman lo que pasó.

-Me lo negó todo.

"El que nada hizo nada teme" dijo Hoffman. Tenemos que investigarlo lo antes posible.

          Lahmbt y Hoffman tenían un dato muy importante para la causa, tanto la ama de llaves como el ex-compañero de Pol les dijeron que el señor Lewandoski iba a un bar nocturno luego de jugar un partido, por eso, se dirigieron al bar cabaret para buscar a la señorita que tenía una "relación" con Pol , según cuentan los jugadores.

          Ya en el cabaret, el detective y el oficial comenzaron a preguntarle a la gente que trabaja en el lugar si conocían a Pol Lewandoski. Nadie sabía quién era, hasta que una señorita, al escuchar la pregunta de los oficiales, se puso a llorar.

Los oficiales se acercaron y le preguntaron:

-¿Cómo se llama?

-Pamela.

-¿Usted conocía al jugador?

-Sí, yo lo conocía, era mi pareja.

-¿Cómo conoció al Sr Lewandoski?

-La verdad es que él vino una vez aquí, y me dijo que era muy bonita y que bailaba muy bien, y desde ese momento empezamos a salir, yo no sabía que él era casado.

-¿Usted quiere decir que el jugador nunca le había dicho que era casado?

-Exactamente, él me dijo que era soltero, y que quería tener una familia conmigo, y me invito a su a su casa. Cuando entró su mujer, yo no sabía qué hacer, me fui llorando.

-Le creemos señorita, ¿Y qué hizo después?

Mi padre conocía a Pol, fue uno de sus clientes, él es verdulero. Estaba muy enojado, por eso se fue, no me dijo adónde iba, lo único que sé de él es que no volvió a mi casa en toda la noche. Y ahora Pol está muerto, tengo miedo de que haya hecho algo.

¿Y sabe dónde podría estar ahora su padre?

-Tal vez en mi casa.

-¿Cómo se llama su padre? -Carlos, Carlos Rodríguez.

Hoffman se levanta rápidamente y llama por teléfono a la comisaría para dar aviso del posible autor del hecho. Lahmbt le agradece a la señorita y se retira.

Lahmbt le dice al oficial:

-Voy al laboratorio, ya deberían estar los resultados de la piedra. También tengo que volver a hablar con la esposa.

-Está bien. Yo iré a buscar a Carlos.

          Ya en el laboratorio, el detective Lahmbt recibe los resultados, los cuales decían que la sangre que poseía la piedra era efectivamente del jugador; ese era el objeto que lo habría matado, pero nada más, sin rastros ni huellas.

          Luego de haber recibido los resultados de ADN, Lahmbt se dirigió nuevamente a la casa de la esposa del jugador. Ésta le abre la puerta y Lahmbt le dice:

-¿Por qué no nos dijo que había encontrado a su esposo con otra mujer?

-Y usted ¿Cómo lo sabe?

-Es mi trabajo.

-No se lo dije porque esto pudo haber sido un escándalo. Nuestro matrimonio solo era para las cámaras.

-A si qué solo por eso.

- Si

-¿Usted no lo quería?

-No, ni el tampoco a mí.

-¿Y me lo dice ahora? ¿Sabe todo el tiempo que nos habría ahorrado?

Lahmbt sale de la casa y llama al oficial para saber si habían encontrado al padre de la bailarina:

-¿Lo encontraron?

-No, no está en su casa, tampoco en su trabajo.

-Acabo de salir de la casa de la esposa, su matrimonio era una farsa. Solo era para las cámaras.

-¿Y por qué no nos lo dijo?

-No quería que hubiera un caso de infidelidad.

-Bueno, esto descarta a la esposa. ¿Hablaste con su compañero  de equipo?

-No, estoy en camino al lugar de entrenamiento.

Una vez allí  el detective comenzó a hablar de nuevo con Matt:

-¿Por qué lo niegas? Ya sabemos lo de sus peleas.

-No quiero ser un sospechoso solo porque tenía una mala relación.

-Entonces deberías habernos contado desde un principio ¿Por qué peleaban?

-Yo le advertía que esa chica solo le quería robar. Él no me creía.

-¿El nombre de la chica es Pamela?

-Sí, esa chica es una bailarina del cabaret al que vamos cuando ganamos.

-Lo sabemos ¿Pero cómo sabe que lo único que ella quería es robarle?

-Ella tenía una relación conmigo, pero la encontré saqueando el dinero que tenía en un cajón, al parecer lo único que buscaba era dinero. Cuando supe lo de Pol y ella se lo conté, no me lo creyó. Se había enamorado de ella. Desde ese momento discutimos todos los días, hasta llegamos a pelear.

-¿Entonces usted cree que ella estaba con él por el dinero?

- Así es.

Lahmbt se retira y va directo a la comisaria para encontrarse con Hoffman. Le cuenta todo, y el oficial le informa que todavía no había ningún rastro del padre de la bailarina. El detective le dice:

- Tienen que ser ellos, estoy seguro.

- ¿Cómo?

-La bailarina pudo haberlo hecho por despecho, Pol nunca le había dicho que era casado, aunque su matrimonio fuera una farsa. Y el padre para defender a su hija, lo más probable es que después de lo que le conto él, haya ido a encararlo, ¿Pero matarlo con una piedra? Tuvo que haber sido un accidente.

          En ese mismo instante un teléfono sonó, era una llamada para Hoffman, habían encontrado a Carlos, al padre de la bailarina. Estaba en su casa, muerto, tenía signos de sobredosis, un frasco de anti-depresivos vacío, una botella de cerveza y una nota en su bolsillo que decía:

Pamela,

“En el momento que le arrojé la piedra, solamente quería que se diera vuelta, lo iba a enfrentar por lo que te hizo, no quería matarlo. Me acerqué a él y vi que estaba muerto, en ese momento me fui corriendo, me temblaban las piernas, estaba nervioso, no aguantaba la presión de haber matado a alguien; perdón".



Maciel, Lencinas y Balmaceda nos traen una historia de amor y muerte

La hija y el pintor

 

Aún recuerdo esa mañana nublada de abril, me levanté como todos los días, prendí la tele y empecé a prepararme el café. En la tele decían que había ocurrido un asesinato, la víctima era un pintor. Encontraron su cadáver en el jardín del fondo de la casa de su jefe.

Oía testimonios de la gente en la TV, cuando de repente escuché el nombre del pintor: Víctor Alazo, de 24 años, del barrio de Palermo. Hice unos cálculos, y al darme cuenta, me quedé congelado.

 -        No, él no  – Dije con mucha desesperación.


Él fue mi mejor amigo hasta terminar la secundaria, donde nos separamos e hicimos nuestras vidas. Me comentó, el día de entrega de diplomas, que se mudaría a Palermo. No pude imaginar que a él lo pudieran haber matado. Era una persona de bien y ayudaba a los demás. ¿Quién podría quitarle la vida?

Tomé mi café rápidamente y salí directo hacia la oficina. Allí me encontré con mi compañero Román.

 
-        Hola Román, ¿todo en orden? –saludé cordialmente.

-        Si, la verdad, estoy un poco cansado pero bueno, hay que trabajar todos los días.

-        Uh, me alegro que tengas esa actitud. ¿Viste en la tele que asesinaron a un pintor?

-        Sí, me impresionó mucho –dijo.

-        A mí también. Me dejo un tanto incómodo –dije angustiado y casi lagrimeando.

-        ¿Por qué? –Me dijo con mucho interés.

-        Porque conocía al pintor. Fue mi mejor amigo de la infancia.

-        Uh. Lo siento en el alma, amigo. Sabes que podes contar conmigo si querés hablar o algo. No dudes en llamarme–lo dijo sonriente.

-        Bueno, gracias amigo. Nos vemos en el almuerzo.

-        Bueno, nos vemos.

     
Ese día almorcé con Román y después del trabajo me fui a casa.

En el noticiero de las ocho de la noche volvieron al tema del asesinato del pintor.

Comencé a pensar sobre mi niñez con Víctor, éramos los mejores amigos, casi inseparables. Las tardes después del colegio, los veranos juntos, las carcajadas en las fiestas. Todo era alegría entre nosotros. En la secundaria me ayudaba con las materias y yo le ayudaba con las que más le costaban. Era una ayuda mutua.

Hasta que un día nos recibimos en la secundaria. Prometimos que íbamos a tener contacto y seguir hablándonos. Guardé su número en una agenda de 2006, junto a mis apuntes y libros de 5to año, y nunca más lo llamé. En parte siento culpa, porque le dije que íbamos a seguir en contacto.

Me preparé la cena. Estaba muy dudoso, porque quería ayudar a la causa e investigar su asesinato, era lo menos que podía hacer. Además de joven me gustaba mucho leer cuentos policiales y creo que tenía un don como detective. No tenía mucha astucia, pero mi forma de razonamiento era inigualable, esas cosas me dieron ganas de ayudar a la causa. Pero sabía que no me iban a dejar participar si no era un detective de verdad. Me fui a la cama con muchas dudas, que al día siguiente iba a aclarar.

No pude pegar un ojo en toda la noche, dormí muy poco.

Me preparé un café, me senté en el living y prendí el televisor. Puse el canal de noticias y anoté la dirección del asesinato. Al parecer el jefe vivía en Araoz y Güemes, en una casa muy grande.

Salí muy apurado y me tomé un taxi.


-        Buenos días, hasta Araoz y Güemes por favor – dije.

 
El taxi llegó rápido, le pagué y caminando rápido fui al domicilio. Estaba custodiado por policías, entonces les dije:

 
-        Soy un detective profesional, necesito entrar. Me llamaron porque aquí ocurrió un homicidio–dije con un tono sabio.

-        Bueno, le informaremos a los policías que hay dentro. Por casualidad ¿Cómo se llama?– dijo

 
Necesitaba inventar un nombre, uno que sonara como un nombre clásico de detective…

-        Sebastián, Sebastián Ramírez. Sí, así me llamo – dije.

-        Bueno, aviso adentro que usted ya llegó –dijo.

 
Me sentí aliviado porque al menos la primera parte del plan me salió bien.

Me invitaron adentro, entré. Me mostraron el cadáver con una bala en el pecho. Cuando vi el cadáver tuve que excusarme un segundo y salir afuera a tomar aire fresco porque no soporté ver a mi amigo con una bala en el pecho y mucho menos muerto. Volví a entrar y me mostraron el revólver, era una 9mm.

El patio no tenía manchas de sangre ni elementos contundentes u objetos destruidos. Me dijeron que los posibles sospechosos eran: el jefe, y su hija: Carolina Villanueva.

Por lógica, quise empezar primero interrogando a la hija, por una cuestión ¿por qué el jefe lo mataría?

Así que me encaminé hacia la hija y empecé a hacerle preguntas:

 
-        Hola, quisiera hacerle algunas preguntas. Necesito que colabore con nosotros así resolvemos el crimen. ¿Puede ser? – dije.

-        Bb…bueno – dijo tartamudeando y con ganas de llorar.

-        ¿Usted conocía a la víctima? – dije mirándola fijamente.

-        Em, era empleado de mi p-papá – tartamudeando nuevamente y lagrimeando.

-        ¿Nada más? –le dije con los ojos bien abiertos.

-        N-N-No, n-nada mas – llorando.

-        Sé que usted sabe algo que yo no sé y me puede ayudar, dígalo.

-        Es, que… –dijo llorando y secándose las lágrimas con un pañuelo.

-        Lo que usted diga señorita, es confidencial, queda entre nosotros –dije.

-        B-B-Bueno, le c-cuento –lo dijo con extrema confianza.

-        P-Primero le cuento quien soy –dijo.

-        Bueno –dije.

-        Yo soy Carolina Villanueva, tengo 23 años y soy la hija de Oscar. Víctor era el empleado de papá. Mi papá lo contactaba cuando necesitaba que pinte algún edificio o casa que él diseñaba. Víctor era una persona de bien, no le hacía mal a nadie. Él trabajaba duro día a día para conseguir su paga y poder subsistir. Era un hombre trabajador.

-        Si, dígamelo a mí. Yo fui amigo de él durante toda mi infancia –dije.

-        ¿Le puedo contar algo? –me dijo.

-        Sí, ¿cómo no? –le dije con curiosidad.

-        Yo tuve una relación con Víctor, pero no le diga a mi papá. Se lo ruego, ¡no le quiero sumar otro problema más! –me pidió.

-        Bueno, con estas respuestas me es suficiente, gracias por colaborar–dije.

-        No, de nada –dijo.

 
Me fui y me preguntaba, ¿Por qué ella no quería que el papá supiera?

Me parecía muy sospechoso. Me tocaba hacerle las preguntas a Oscar.

 
-        Buenas Oscar –saludé.

-        Em, buenas… –confuso.

-        Bueno, ya se sabe que acá el que más conoce a Víctor es usted  –dije.

-        Sí, uno de mis mejores empleados –dijo nervioso y mirando para todos lados.

-        ¿Víctor tenía problemas de plata o algún problema por el estilo?

-        No, que yo sepa N-N-No –dijo con sudor en la frente.

-        Señor, tranquilo, ¿por qué tartamudea, suda y está nervioso? –dije.

 
Mientras hablábamos, vino un policía y me dijo:

 
-        ¡Señor Ramírez! Hemos inspeccionado el arma y parece tener huellas digitales, nos encargaremos de saber de quién son.

-        ¡Excelente! –dije.

 
Mientras tanto, Villanueva comenzaba a temblar cada vez más fuerte y a sudar más. Y estaba más nervioso cada vez.

 
-        Señor, ¿está bien? –le dije.

-        S-S-S-Si, E-Estoy  B-Bien –me dijo casi desmayado.

-        Llamaremos a una ambulancia, quédese tranquilo –le dije con mucha seguridad.

 
Lo llevamos al hospital y me quede con él. Lo pusieron en una camilla, se encontraba en un desmayo. Yo obviamente, a su lado.

Suavemente me incliné hacia su bolsillo y tomé su celular, revisé sus mensajes y había una serie de mensajes a un mismo celular que decían.

-        Te metes de nuevo y cobras

-        No sabes con quien te metes.

-        No te pertenece.

 
Copié el número al cual Villanueva le mandaba esos mensajes y me lo quedé. Villanueva despertó y antes de que despertara le devolví su celular. Le dije:

 -        Bueno, gracias por ayudar a la causa. Tengo un asunto importante-dije apurado.

 
Me fui casi volando a mi casa para analizar la información que tenía.

Me pasé toda la noche ordenando dato por dato y haciéndolo coincidir con las pruebas.

Al día siguiente me reuní con los policías y los sospechosos. Les presenté lo que había armado:

 
-        Buenas a todos, en el día de ayer recolecté información de Carolina y Oscar, los dos sospechosos, y lo fui ordenando y se podría decir que Víctor y Oscar se conocen mucho y según Carolina, ella tuvo un romance con Víctor, pero ella al contármelo no quiso que su papá lo supiera, entonces deduje que si no quería que el papá lo supiera sería por algo. Entonces fue cuando revisé el celular de Oscar y encontré varios mensajes con amenazas hacia Víctor y cuando le hice las preguntas a Oscar se puso demasiado nervioso y cuando me dijeron que iban a mandar el revólver para que vean las huellas digitales se puso peor. Con todas estas pruebas puedo afirmar que el culpable es: Oscar Villanueva.

 
Oscar estaba pálido, tan pálido que temblaba peor que la otra vez y el sudor esta vez salía frio.

Todos quedaron boquiabiertos con mi deducción. De repente entra un policía corriendo y me dice:

 
-        ¡Señor Ramírez! Esto fue un suicidio –desesperado.

-        ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cómo puede ser?

-        Señor, las huellas son de… son de… Víctor–dijo.

 
Miré fijamente a Oscar y le dije:

 
-        Confiese señor, no la haga más difícil.

-        Bueno, voy a confesar –dijo decidido.

-        Resulta que Víctor, mi empleado, era como un amigo. Pero se empezó a pasar de vivo cuando vio a mi hija. Y como tienen casi la misma edad, él la empezó a buscar a ella y a mí no me gustaba, porque Víctor no es para mi hija, mi hija se merece a un empresario, a un artista. Además desde que murió mi esposa es lo único que tengo así que, lo amenacé para que sepa lo que es de él y lo que es mío. Y me dijo que se iba a suicidar, pero no pensé que era de verdad.


-        Entonces esto no es un crimen, es un suicidio–dije.
 
-     Así parece, Ramírez. Eso le pasa por no ser un profesional y tomar esto como un asunto personal.

 Sigo pensando que el jefe lo mató, algún día voy a probarlo.

 

Tamara Leale escribió esta historia de amores y traiciones

 
El fin de una familia

Una noche de invierno Mauricio volvía en su camión a su casa. En el medio de la ruta se encuentra con un viejo amigo Ricardo que lo invita a un prostíbulo, Mauricio se niega porque estaba muy cansado ya que había trabajado más de 10 horas.

Ricardo logró convencerlo diciéndole que la casa quedaba a una cuadra y que se iba a divertir mucho. Al entrar al lugar, Mauricio queda fascinado de una bailarina, Diana. Le invitó un trago y luego a un hotel. Ella acepta inmediatamente luego de terminar su turno.

Alrededor de las 3 de la mañana, Mauricio y Diana se van al hotel de la vuelta.  A las 7 de la mañana, la mucama Anabela empieza su turno. Vio que la puerta de la habitación 107 estaba entreabierta y entró,  vio el cuerpo de un hombre en el piso muerto, entró a los gritos y el conserje llamó a la policía.

La policía empieza a investigar. Llamó a atestiguar a su amigo Ricardo y a la mucama Anabela. Ricardo dijo que ellos habían ido al prostíbulo que quedaba en la calle Flores 125, que Mauricio se había ido con una de las bailarinas Diana.

 Anabela dijo que ella entró a trabajar y lo único que vio fue la puerta entreabierta, la ventana rota y a un hombre en el piso. La policía empezó a allanar el hotel, pero no encontraron nada.

A Diana no la encontraban por ningún lado, fueron hablar con Max, el dueño del prostíbulo para ver si encontraban más pruebas.  Max notó que en la siguiente noche, Diana no había ido a trabajar, algo que le pareció raro pero como vio que se fue con un hombre no quiso molestarla.  Dijo que vivía muy lejos y se quedaba a dormir ahí los días que trabajaba y le brindo información sobre el domicilio de Diana.

El agente Ruffino empezó a investigar sobre la vida de Mauricio. Mauricio era camionero de una empresa alimenticia, vivía en Córdoba con su esposa (Matilde) sus tres hijos (Anastasia, Rodrigo y Marcelo)  No lograron averiguar sobre la familia de Matilde y Mauricio era huérfano.

Al día siguiente Ricardo, muy preocupado y triste va a la comisaria para preguntar si tenían nueva información, a lo que el oficial respondió que no. Ricardo les dijo que había recibido un llamado a la madrugada que era de la esposa de Mauricio, Matilde. Le preguntó si sabía algo de su marido, ya que era la segunda noche que no aparecía, no contestaba las llamadas y tampoco iba a trabajar. Ricardo dijo que no sabía nada, para no dejarla preocupada.

La policía llega a la casa de Matilde con una carta que decía que su esposo Mauricio había fallecido y ella tenía que reconocer el cuerpo en la morgue judicial. Matilde asustada se sube al patrullero y desconsolada reconoce el cuerpo de su esposo. El oficial Ruffino (que estaba al mando del caso) le pidió a Matilde que atestiguara. Le avisaron a Matilde que su esposo había fallecido después de dos días porque no tenían ningún tipo de información sobre la familia de Mauricio.

Matilde dijo que le mandó un mensaje a las 22:30 horas para ver por dónde estaba pero nunca recibió una respuesta, lo que le pareció raro. Se quedó despierta toda la noche a ver si Mauricio llegaba. El oficial le contó que su esposo estaba en un hotel con una de las bailarinas del prostíbulo de la calle Flores 125. Matilde no podía creer que su esposo la hubiera engañado y rompió en llanto.

La tranquilizaron y ella mencionó que una de sus primas trabajaba en un hotel de por ahí.  Ruffino le pregunto su nombre a lo que ella respondió Anabela.  Ruffino cita a Anabela en la comisaria, le empieza hacer preguntas y ella dijo que ese día estaba dormida ya que empezaba su trabajo en el hotel a las 7am y no quiso decir que conocía a Mauricio porque podía sonar sospechoso.  Ruffino notó que Anabela estaba muy tensa y le sudaban las manos, le preguntó por qué se sentía así y por qué el motivo de su transpiración. Ella contestó que había tenido un día complicado y estaba nerviosa porque la habían echado de su trabajo.

Fuentes policiales dicen que la coartada de Anabela es falsa, ella renunció a su trabajo el mismo día que encontraron a Mauricio.

Ruffino mandó de nuevo oficiales a allanar todo nuevamente.  Hablaron con el conserje Sergei sobre esa noche. Él dijo que Mauricio se veía cansado y venía con Diana, una muchacha que iba muy seguido con diferentes hombres, pero no notó nada raro.

Lo único nuevo que encontraron fueron cabellos en el vidrio roto de la ventana de la habitación 107. En el camión de Mauricio encontraron su celular y lo mandaron a analizar.

Mandan a allanar la casa de Anabela y llaman nuevamente a Ricardo para que él pueda describir a Diana ya que sigue prófuga.

Ruffino manda a sus oficiales a la casa de Anabela y él se queda esperando a Ricardo.

Ricardo dice que Diana es una chica muy bonita, rubia, de 1,70 aproximadamente y unos 50kilos. Él, cómo era un cliente habitual de la casa, siempre la veía.

Minutos más tarde llegan los oficiales con un delantal de Anabela con manchas de sangre, que encontraron en una bolsa debajo de su cama, mandan analizar el delantal con manchas de sangre,  nuevamente citan a Anabela pero ella jamás se presentó porque se había fugado del país.

Matilde estaba bajo tratamiento psicológico, no come, no habla, vive encerrada en su casa. Su hijo Rodrigo el más grande de 19 años, se hace cargo de sus dos hermanos más chicos de 11 y 15 años. No cuentan con ayuda de ningún tipo y el único familiar que tenían era Anabela, pero desde el día que se fue a Paraguay, ya no saben de qué manera seguir sobreviviendo por el estado de su madre.  Rodrigo nos contaba que no entiende por qué Anabela se escapa de esa forma ya que es imposible pensar que ella es sospechosa del crimen.

 

Es un caso que está atormentando el pequeño pueblo de Córdoba, la gente del pueblo no sale de su asombro ya que no pueden creer que haya pasado algo tan terrible con esa familia tan unida y los hijos no quieren recibir al amigo de su papá Ricardo, porque Anabela dijo que ella había visto a Ricardo en el hotel con él. Desde ese momento los chicos dejaron de tener contacto con Ricardo.

 

Ruffino llama nuevamente a Ricardo para que le diga en qué lugar estaba el en el hotel. Ricardo le dice que él también se había ido con una de las bailarinas a la habitación 110 a dos puertas de la de Mauricio. Pero él se fue temprano ya que tenía el día de custodia de su hija. Cuando pasó lo de Mauricio él ya no se encontraba en el hotel y cuando baja no ve nada extraño, excepto que  Anabela ya estaba en el hotel sentada y muy tensa.

 

Ruffino esperó ansioso las pruebas del ADN del delantal que encontraron en la casa de Anabela. Llegaron muy temprano a la comisaria. Las manchas de sangre que tenía Anabela eran de Mauricio.

Automáticamente  Ruffino sintió la necesidad de contárselo a la familia de Mauricio y a Ricardo.

Rodrigo no podía creer cuando Rufino le dijo que se trataba de Anabela,  se negó completamente a creerlo, era su familia, jamás se imaginó esto. Avergonzado pidió perdón a Ricardo por culparlo de la muerte de su padre. Ricardo aceptó su disculpa y le dijo que él tampoco podía creer semejante atrocidad.

Ricardo menciona si ya habían encontrado a Diana. Con lo que Ruffino le responde que aún no sabían su paradero.

Ruffino llama a Paraguay, habla con el comisario y le explica la situación, manda por fax una foto de Anabela y la publican en los diarios.  Dos semanas después unos granjeros tienen a Anabela.  Anabela viaja con la policía hasta la comisaría de Córdoba y va presa.

Anabela es citada a declarar junto con su abogado.  Empieza a declarar que la están acusando de algo que ella no hizo, ya que era familia. Le mostraron la prueba que tenían  de ella, su delantal.

Rompió en llanto y confesó toda la verdad.  Ella llegó al hotel a las 3 de la mañana y vio entrar a Mauricio y a Diana. No podía creer que el marido de su prima la estuviera engañando justo con una bailarina de un cabaret. Ella entro y Sergei no estaba así que aprovechó el momento para encontrar a la habitación que estaba Mauricio con Diana.  Golpea la puerta, abre Diana, la golpea a Diana y  Mauricio intenta frenarla, como tenía una piedra en la mano y Mauricio quería pegarle, se defiende y le dá un piedrazo en la cabeza.

No podía creer lo que había hecho, entonces rompió el vidrio con la piedra para disimular que encontró un ladrón, tiró a Diana por la ventana, desmontó toda la cama y se fue con Diana.

 No la podía dejar tirada por ningún lado porque cuando despertara me iba a entregar a la policía. Entonces agarré mi auto, la puse en el baúl y la llevé hasta mi casa a donde la tengo atada de manos, pies y amordazada en el sótano  y Diana comparte el sótano con la piedra llena de sangre con la que máte a Mauricio. Cuando ustedes fueron a allanar no encontraron nada porque la puerta está debajo de una alfombra.  

Ninguno de los oficiales y el abogado podía creer lo que estaban escuchando.  Anabela se empezó a reír a carcajadas ya que no podía creer como había dejado a todos con la boca abierta y dijo que si se apuraban iban a encontrar a Diana todavía con vida.

 

Automáticamente Anabela fue detenida en la cárcel de mujeres de máxima seguridad, fueron a la casa de Anabela y encontraron a Diana en un estado de shock, desnutrida, deshidratada, urgente la sacaron de ahí y la trasladaron al hospital más cercano y todavía sigue internada con custodia policial.

Sardar, Mascese, Liberto y Vivona nos demuestran que...

Pueblo chico... infierno grande

El Extraño Caso de Burgo


 Aquella noche del 23 de marzo, una ambiente frío cubría toda la ciudad. Las calles estaban prácticamente deshabitadas, y en las rutas había un denso manto de niebla.
Christian Burgo, un camionero de Buenos Aires que viene del norte del país, pierde el control de su camión y cae del puente de Zarate Brazo Largo junto con su camión al rio Paraná.  Una comisión policial llega al lugar del accidente, y allí mismo se encuentra el detective Roberto Giménez, a quien le asignan el caso.
Para sorpresa del detective, luego de la autopsia, se encuentra en la sangre de Burgo una gran cantidad de veneno. Este se fabrica a base de unas plantas venenosas del norte del país.
Giménez está decidido a saber en dónde estuvo por última vez Burgo antes del accidente. Se comunica con la compañía de rastreo satelital del camión, el cual informa que el vehículo estuvo detenido en un pueblo que se encuentra  a 50 Km del puente de Zarate Brazo Largo. Este pueblo se llama Villa José, cuenta con 1300 habitantes y la mayoría de ellos se encarga del cultivo de soja. Además, es un pueblo muy chico. Para comenzar con su investigación, Giménez se dirige hacia el último lugar en donde Burgo se encontró con vida por última vez: Villa José
Al llegar, Giménez se reúne con el comisario de Villa José, Miguel Gutiérrez, el cual lo pone al tanto sobre el pueblo. Él le comenta que es un pueblo muy tranquilo, chico, donde no hay crímenes. Pero hay rumores  de una banda de narcotraficantes que opera en las sombras, sin saber nada de ellos ni de su método de operación.
Giménez comenzó a recorrer el pueblo con el fin de poder comenzar su investigación, contactó a un vecino del pueblo quien le contó cómo es el lugar. Este le dijo que solo contaba con un hospital, un colegio, un parador entre otras cosas.
Luego de terminar de hablar, Giménez pensó ¿Dónde podría detenerse un camionero antes de seguir con su viaje? Obviamente iba a ser un parador en donde se encuentran turistas, gente que pasa por el pueblo y sobre todo camioneros como Burgo.
En busca de testimonios, Giménez se dirige hacia el famoso parador que se encuentra en la entrada de Villa José.
El detective camina hacia una mesa junto al ventanal, llama al mozo y le pide un café. Al llegar el mozo, el detective se presenta como tal, y comienza un diálogo:
-: Buenos días señor, soy el detective Roberto Giménez de la policía de Buenos Aires.
-: Dígame señor… ¿En qué lo puedo ayudar?
-: Hace tres días hubo un accidente en el puente de Zarate. La víctima es un camionero de nombre Christian Burgo, que pasó por el pueblo 45 minutos antes de su muerte. ¿Usted lo conoce?
-: Mire, la verdad es que por acá pasan muchos camioneros todos los días y no conozco  sus nombres. Disculpe, pero no puedo ayudarlo…
-: Burgo tenía un camión muy llamativo: era de un color rojo y franjas azul Francia, además, él era un hombre morrudo, petiso, tenía ojos saltones y tez oscura.
-: Espere un momento… Recuerdo haberlo visto por acá. Él venía muy seguido, pero no lo vi el día del accidente, ya que yo ayer volví de mis vacaciones.
-: ¿Con quién más puedo hablar? Pregunto interesado Giménez.
-: ¿Ve aquella chica de allá? Ella es la dueña del lugar, se llama Rocío, quizás ella pueda ayudarlo más que yo…
-: Muchas gracias.
Giménez se levantó y se dirigió hacia la barra en donde se encontraba Rocío, una chica alta, atractiva, rubia de ojos verdes.
Giménez encara una conversación superficial con Rocío sobre el día, el clima, el pueblo, entre otras cosas… Hasta ese momento, a Rocío se la notaba tranquila y distendida, pero esto comenzó a cambiar a partir del dialogo más profundo:
-: Decime Roberto, ¿vos qué haces por acá? ¿Sos camionero? ¿O un simple turista? –le dijo la chica.
-: Nada de eso. Yo soy detective de la policía de Buenos Aires. Y estoy investigando el accidente de un camionero de nombre Christian Burgo.
A partir de ahí, Giménez nota en ella un cambio de actitud… comenzó a ponerse pálida y muy nerviosa.
-: ¿Lo conocías? Pregunto rápidamente Giménez
Rocío piensa que tiene que alejar a ese detective del parador rápidamente para no tener problemas.
-: Sí, lo conocí un poco. Tenía una novia en un campo cercano llamado el Roblecito ahí hay gente de muy mala fama.
-: ¿Por qué mala fama?
-: No sé, eso se comenta en el pueblo… yo que vos averiguo por ahí, discúlpame por no poder ayudarte, pero tengo mucho trabajo y tengo que continuar. Y se retiró rápidamente.
Luego de esta charla, que terminó abruptamente con Rocío, Giménez decide  averiguar más sobre el Roblecito.
En ese mismo preciso momento Giménez nota que alguien en la barra  lo mira fijamente: usa ambo verde, aparenta ser médico o enfermero. Cuando se dispone a levantarse e ir a hablar con  esta persona, entra en el parador un hombre muy alto, morocho, y lo más llamativo eran las joyas de oro que el llevaba encima. Al entrar habla con Rocío y luego se dirige hacia el lugar en donde se encuentra el detective y se presenta.
-: Hola, ¿qué tal? Mi nombre es Marcelo Arce, pero me dicen el “Grosso”. Soy el marido de Rocío. Ella me dijo que estás investigando el accidente de Christian Burgo, y yo te puedo ayudar…
-: Si… ¿Lo conocías?- responde Giménez
-: Siiiiiiiiiiiiiiiii, él era un borrachín y adicto a las drogas. Le gustaba manejar a mucha velocidad con su camión. Seguro su muerte fue causada porque estaba drogado, o borracho…
-: Ah, pero por lo que veo, lo conocías bastante bien… 
-: Si, venía muy seguido por acá.
-: Tu esposa me dijo que no lo conocía. Dijo sospechosamente Giménez
-: Bueno, pero vos viste, son mujeres… Quizás se puso nerviosa…
Giménez nota que mientras hablaba con Arce, afuera se encontraban dos hombres dentro de un auto. Reconoce a uno de ellos, un tal “serrucho”, quien estuvo preso por homicidio y narcotráfico.
Al finalizar la charla, Arce se despide y le hace una seña a Rocío, en ese preciso momento Giménez nota una mirada muy tensa entre Arce y el enfermero que llamó la atención del detective ya que el enfermero se retira rápidamente al baño. Luego de esto Arce se va del parador, y se sube al auto junto a estos dos hombres.
Esto puso en alerta a Giménez, que ya contaba con una gran e importante pista y duda de ¿Por qué se fue el enfermero tan rápido al baño luego de la mirada de Arce? Para quitarse esta duda se dirigió a hablar con el supuesto enfermero  al baño, y allí estaba. El enfermero le pregunta:
-: ¿Usted es policía?
-: Si
-: Quiero hablar con usted, pero este lugar no es seguro.
-: ¿Pero qué sabes? Le pregunta Giménez interesado
-: Mucho…. Pero temo por mi vida, mejor lo veo en el hospital “Zárate” esta noche a las 10.

En ese mismo momento, entra al baño el comisario Gutiérrez y los sorprende hablando.  El comisario dice:
-: Giménez… Lo estaba buscando, necesito hablar con usted.
-: Bueno Gutiérrez, salgamos de acá entonces.
En ese momento, se cruza una mirada helada entre el enfermero y el comisario muy similar a la sucedida anteriormente con Arce. Una vez fuera, el comisario y Giménez empiezan a conversar:
-: Estuve investigando y encontré que hubo otros casos de camioneros envenenados en otras provincias, como Misiones y Formosa, que sería la misma banda que asesinó al señor Burgo y operarían a un pueblo cercano a Villa José. Sería bueno que usted vaya a investigar ahí.
Giménez comienza a sospechar que el comisario lo quiera alejar del pueblo. Entonces le responde:
-: Muy buen trabajo Gutiérrez, pero hoy estoy cansado. Mañana mismo, a la mañana, me dirijo hacia allí.
Esa noche Giménez se dirige hacia el hospital en busca del testimonió del enfermero. Al llegar allí le informaron que se había retirado junto con otra persona de características similares a Arce junto con dos hombres. A partir de este momento Giménez pudo unir todas las pistas y dudas que tenía y llegó a una conclusión: Arce estaba implicado en algo de todo esto. Frente a esta situación Giménez decide pedir refuerzos ya que el presentía que esto iba más allá de la muerte de Burgo y solo no podría.
Giménez entonces pensó, ¿Dónde podría estar el enfermero? ¿En qué lugar podría estar Arce, Gutiérrez y su gente? Obviamente iba a ser en el parador.
Rápidamente Giménez se dirigió al parador anticipándose a sus refuerzos, no podía esperar, le preocupaba mucho lo que sucedería con el enfermero, quizás este correría la misma suerte que Burgo. Al llegar al parador ingresó sigilosamente con su arma en mano, escuchó murmullos que  aparentaban ser las voces de Arce, Giménez y su gente… las sospechas de Giménez quedaban resueltas pero aún faltaba más. Mirando una pared del cuarto se da cuenta que hay una rendija de luz. Entonces decide empujarla, era una pared falsa. Detrás de ella Giménez se encontró con un enorme cargamento de drogas y con el enfermero amordazado y atado de pies y manos. Giménez ayuda al enfermero a desatarse y en ese preciso momento entran Arce y Gutiérrez. Al ver que su banda se vio desbaratada emprendió una huida pero ya era tarda, los refuerzos ya habían llegado.
El caso de Villa José tuvo un gran seguimiento mediático. Hasta se aprobó una ley para el control de camioneros y fronteras, y sobre el detective Giménez, fue ascendido a capitán y logró los arrestos más importantes de la criminología argentina. En cuanto a la vida de Rocío, ella logró escapar y no se supo nada a partir de la detención de Arce, Gutiérrez y su gente. Respecto de la vida del enfermero, él había sido una simple víctima de la manipulación de Arce y su banda, cumplió una condena corta y se fue del pueblo.